En un ejercicio coral de melancolía, la derecha que piensa ha vuelto estos días su mirada hacia Aznar, el hombre que los sacó del resistencialismo testimonial, folclórico e irrelevante de Alianza Popular para, sobre sus obviables cenizas, construir un partido conservador moderno y homologable. Aznar, exponente típico de la élite de la derecha española, no es hombre de ideas sino de intuiciones. Intuiciones, las suyas, que la mayor parte de las veces suelen ser acertadas. Suya fue, por ejemplo, la intuición de que, para llegar a la Moncloa en el último tramo del siglo XX, un líder de la derecha tenía que hablar en los mítines de don Manuel Azaña; de don Manuel Azaña, no de Viriato o de Roberto Alcázar y Pedrín. Y es lo que hizo en aquel acto histórico del campo de fútbol del Valencia. Hablar de Azaña a su gente no le dió ningún voto, ni uno, pero sirvió para tranquilizarnos - y desmovilizarnos de paso - a los que nunca le hubiésemos votado. Aquello fue un gesto de gran inteligencia política. Y después le seguirán muchos más.
Todo el mundo lo ha olvidado ya, pero Aznar, el demonizado Aznar, resultó ser un gobernante que, para desesperación del PSOE de la época, nunca generó especial rechazo entre la izquierda sociológica hasta lo de Irak, su gran error. Por lo demás, Aznar ganó en un mundo, el de la Europa de ayer, que ya no existe; un mundo difunto, aquel suyo, en el que las grandes mayorías electorales se conquistaban desde el centro, que no es ni la moderación ni la equidistancia, sino el apoliticismo que reduce lo público a la mera gestión técnica. En aquel mundo, el de finales del siglo XX, la gran clase media todavía no estaba comenzando a extinguirse en todos los rincones de Occidente, España incluida. Pero ahora sí. Y esa es la gran diferencia. Por eso hoy se gana no desde el centro, sino desde los extremos. Y hablando de Trump, no de Azaña. Un partido socialdemócrata convencional como el PSOE no estaría ahora mismo en el poder sin el auxilio de una fuerza radical como Podemos. Y el PP, Aznar lo sabe, tampoco volverá nunca a la Moncloa si antes no integra en su proyecto a todo eso que se identifica con Vox. Ah, la melancolía.