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José García Domínguez

Cuba

Para seguir en el poder, Canel y compañía van a seguir los pasos de los sandinistas en Nicaragua.

Para seguir en el poder, Canel y compañía van a seguir los pasos de los sandinistas en Nicaragua.
El dictador cubano Miguel Díaz Canel. | EFE

El comunismo se derrumbó en la difunta Unión Soviética no por efecto de aquella famosa guerra de las galaxias de Reagan, sino porque dentro del edificio central del Kremlin ya no quedaba ningún comunista convencido. Sin necesidad alguna de que nadie lo empujara, el régimen se vino abajo solo porque todos sus máximos dirigentes, empezando por el secretario general del Partido, ya habían dejado de creer en él, simplemente por eso. Y en Cuba, más pronto o más tarde, acabará pasando lo mismo. De hecho, ya está pasando. Desaparecida de la primera línea de mando –por razones puramente biológicas– la vieja generación, la de los barbudos de la Sierra que protagonizó en persona la Revolución, el principal objetivo de Canel y de la nueva élite que ahora controla el Partido Comunista remite a hacer todo cuanto sea necesario para no acabar, como en su día el matrimonio Ceausescu, ante un pelotón de fusilamiento organizado por tránsfugas y oportunistas salidos de su propio bando.

Para todos ellos, en tanto que apparatchiks profesionales con mucha vida por delante, la lealtad a los fundamentos ideológicos del régimen fundado por Castro va a resultar, al cabo, lo de menos. De ahí que ante Canel y su gente, descartado el numantinismo inmovilista por inviable, se abran dos opciones. Pueden seguir el rumbo de Vietnam, que es la opción elegida por su dictadura hermana, la de Daniel Ortega en Nicaragua, o pueden optar por el modelo chileno, el ensayado con éxito por Pinochet en su día. Elegir esa esa segunda vía, la chilena, una lenta transición hacia la democracia pactada y tutelada por la cúpula del Ejército y el Partido, garantizando inmunidad e impunidad, amén de un papel institucional en el nuevo orden al propio Canel (Pinochet era senador vitalicio en la democracia chilena), plantea un problema insoluble: el control de la economía pasaría a manos de los cubanos de Miami. Por eso es inviable. Solo queda, pues, la solución vietnamita, que en puridad es la china: privatizar toda la economía, pero someterla al muy férreo control político del Partido para así garantizar la pervivencia de la dictadura. Sí, Daniel Ortega será el modelo.

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