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José García Domínguez

El miedo a Podemos del ‘establishment'

Ahora mismo no resulta factible para la izquierda convencional aceptar la doctrina de Podemos por la muy insólita razón de que ya la llevó a cabo el PP.

La Historia se escribe a golpe de paradojas. Al final, la ola de pánico que suscitó la irrupción de Podemos entre las capas rectoras del establishment va a ser lo que impida una coalición de izquierdas al frente del Gobierno. Pero solo por efecto del miedo mismo. El miedo es como las pistolas: también lo carga el Diablo. De ahí que el éxito de los de Iglesias en las europeas tuviera como insospechada consecuencia que la derecha gobernante en España pasara a adoptar los principios de su política económica. Podemos hizo teatral irrupción en el escenario de la austeridad importada de Bruselas y Berlín con un discurso convencionalmente keynesiano. Y eso mismo, keyenesianismo convencional, si bien vergonzante y de contrabando, es lo que se apresuró a llevar a la práctica, que no a la retórica propagandística, el equipo económico del Partido Popular. Con algo más que astutas dosis de nocturnidad y alevosía, Luis de Guindos fue quien de verdad puso en marcha las grandes líneas maestras del recetario podemita, el que se apoya en la premisa mayor de que la expansión fiscal ha de operar como motor primero del crecimiento.

Tan desconcertante, la paradoja reside en que ahora mismo no resulta factible para la izquierda convencional aceptar la doctrina que propugna Podemos por la muy insólita razón de que ya la llevó a cabo el PP durante los últimos doce meses. El inopinado despegue del PIB hispano a lo largo de 2015 no encierra más misterio que ese. La causa principal de la expansión ha sido el deliberado incumplimiento de los objetivos de déficit con el consentimiento tácito de Berlín y Bruselas, no menos temerosas que Madrid ante una hipotética deriva a la griega en la Península Ibérica. En cualquier caso, ni nuestros conservadores presuntamente austericidas cumplieron con lo prescrito por el Plan de Estabilidad en 2015, ni han vuelto a cumplir en el Presupuesto ya aprobado por las Cortes para 2016. Por no hablar, en fin, de los nada menos que trescientos mil millones en que esos mismos presuntos austericidas han aumentado la deuda pública en el transcurso de los últimos cuatro años.

Así las cuentas, y con la deuda soberana en máximos históricos, lo único seguro es que al próximo Gobierno, lo forme quien lo forme, le estará vedado financiar con el recurso a más déficit cualquier conato de expansión fiscal anticíclica. No se puede jugar al baloncesto con las dos manos atadas a la espalda; simplemente, no se puede. Como muestra, un botón: Bruselas ya acaba de advertir al Gobierno en funciones del Reino de España de que deberá acometer a la mayor brevedad recortes del gasto próximos a los nueve mil millones. Mande quien mande en La Moncloa, pues, únicamente el incremento de la presión fiscal podrá hacer posible que el Estado asuma el coste de nuevos programas de gasto. Y ahí, una vez llegados al capítulo de los impuestos, con la Iglesia habremos topado. Por cierto, en Dinamarca, tan de moda ahora, la presión fiscal es del… 50% del PIB. ¿Le firmaría eso Pedro Sánchez a Pablo Iglesias?

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