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José García Domínguez

Imitemos a los griegos

En Grecia sufren todos los problemas del mundo; todos, menos uno: el de no poder formar un Gobierno de forma inmediata tras cada consulta electoral.

En Grecia sufren todos los problemas del mundo; todos, menos uno: el de no poder formar un Gobierno de forma inmediata tras cada consulta electoral.
El líder de ND, Kyriakos Mitsotakis, celebra su victoria en las elecciones griegas de este domingo | EFE

Si no queremos acabar como Grecia, tendremos que imitar a Grecia. Y cuanto antes. Porque en Grecia, es sabido, sufren todos los problemas del mundo; todos, menos uno: el de no poder formar algo parecido a un Gobierno de forma inmediata tras cada consulta electoral. No lo padecieron en su día cuando Siryza salió de las urnas convertida en la minoría mayoritaria de la cámara legislativa local, y tampoco lo han arrostrado ahora tras ocupar esa misma posición, la de la minoría mayoritaria, el partido tradicional de la derecha, Nueva Democracia. Pues en Grecia, a diferencia de lo que acontece en la España actual, la legislación está expresamente pensada para que, ocurra lo que ocurra en las urnas, al día siguiente de las votaciones el país pueda disponer de un Gobierno estable que se mantenga al frente del Poder Ejecutivo durante los cuatro años preceptivos que duran las legislaturas también allí. El objetivo expreso de su norma es resolver problemas, no crearlos, tal como ocurre con la herrumbrosa ley electoral española.

De ahí, de ese elemental y sensato afán de los legisladores griegos por huir del caos institucional, el que Mitsotakis se supiera ya primer ministro incluso antes de que acabase el recuento de las papeletas durante la madrugada del domingo. Y no, por cierto, porque hubiese logrado una aplastante victoria sobre sus adversarios de la izquierda. Algo que, simplemente, no ha ocurrido. Bien al contrario, la derecha griega no sólo no ha ganado las elecciones de forma clamorosa sino que, de hecho, las ha perdido en puros y estrictos términos de representación parlamentaria. Nueva Democracia, el partido de Mitsotakis, obtuvo el domingo 108 escaños, 24 actas menos que la suma de las formaciones de izquierda y centroizquierda presentes en la cámara (Siryza, 86; los comunistas ortodoxos, 15; el partido de Varufakis, 9, y el Pasok, 22). Añádase a los ultras, unos que ahora se hacer llamar Solución Griega, con sus 10 escaños, e imagínese por un instante, solo por un instante, el interminable guirigay a la española que apenas estaría comenzando a estas horas en Atenas si padecieran una norma electoral similar a la nuestra.

Sin embargo, nada de eso ha acontecido. Con 158 diputados en una cámara de 300, Mitsotakis se ha puesto a tomar decisiones y a gobernar al día siguiente de que se cerrasen las urnas. Que lo haga bien o mal es otro asunto. Pero Grecia no se ha embarcado, al ahora ya crónico modo español, en un eterno, tedioso y estéril paréntesis llamado a paralizar de modo gratuito el país entre la investidura y el ulterior adelanto de los comicios. Ellos no se lo pueden permitir. Por eso el cambio crítico que en su momento introdujeron en la ley electoral, el que prima con cincuenta escaños adicionales a la representación parlamentaria del partido que se imponga en las urnas. Algo que en la práctica, y pese al carácter proporcional del sistema griego, determina la formación de mayorías absolutas o casi absolutas en el Parlamento. Porque ellos no se lo pueden permitir. Y nosotros tampoco.

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