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José García Domínguez

Obituario de Gabriel Rufián

Quien no conozca Cataluña puede llegar a creer que allí hay muchos como él. Pero la verdad es que no los hay.

Quien no conozca Cataluña puede llegar a creer que allí hay muchos como él. Pero la verdad es que no los hay.
Gabriel Rufián en los pasillos del Congreso | EFE

Andaba yo tentado de empezar esta columna sentenciando que Gabriel Rufián va a pasar (políticamente) a mejor vida, pero mejor vida que la que ha llevado en Madrid no creo yo que vaya a disfrutarla en los muchos años que espero le queden por delante. A Rufián, como supongo informado al lector, lo van a enviar a galeras, o sea de simple concejal raso a Santako, tras haber llamado por su nombre a Puigdemont en un manifiesto exceso de sinceridad, con el agravante añadido de la resaca, ante las cámaras de TV3. Está, pues, acabado.

Yo siempre he sentido una cierta debilidad por Rufián porque, por debajo de toda esa chulería sobreactuada y de toda esa zafia grosería en las formas, se entrevé la inseguridad de un pobre chico de barrio que estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluido el salto de la rana en el centro de la plaza, para tratar de salir adelante en la vida. Además, me enternece su figura porque conozco bien a los que lo metieron ahí, en la jaula de las fieras del circo mediático madrileño. Y me consta de primera mano lo muy racistas y clasistas que pueden llegar a ser con la gente como él. Por eso, en el fondo, me caía bien Rufián. Porque a mí me caen bien los perdedores.

Y estaba escrito que, más pronto o más tarde, ese general De la Rovere del extrarradio barcelonés acabaría en el cuarto de los juguetes rotos. Lo que nunca encarnó Rufián, por lo demás, fue un arquetipo sociológico. Quien no conozca Cataluña puede llegar a creer que allí hay muchos como él. Pero la verdad es que no los hay. Rufián fue (procede hablar ya en pasado) una criatura virtual por entero carente de existencia fuera de los platós de televisión. Representaba el tipo ideal del hortera poligonero y castellanohablante que Junqueras y esos hijos de Pompeu Fabra quieren imaginar como modelo canónico de la población local descendiente de las migraciones peninsulares de los sesenta. Así fue como un día se les ocurrió nombrar portavoz en las Cortes al Noi de Castefa. Hasta que se cansaron. Lo añoraremos.

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