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José María Albert de Paco

La hez y el martillo

Lo llamaría terrorismo si no hubiéramos sufrido el de ETA, mas esta cautela no ha de ser óbice para que exija, una vez más, que el Estado ilegalice a Arran.

Por la esquina asoman dos individuos cogidos de la mano, pero no como las parejas al uso, sino con los brazos excesivamente rígidos; más parece que estén conjurándose para saltar al vacío que dando un paseo a la luz de la luna, si bien lo que tratan de fingir es precisamente eso, de ahí, tal vez, la absurda gambeta que ejecuta uno de ellos un segundo antes de desenvainar el spray. Para entones, las imágenes ya han evidenciado que llevan el rostro oculto (doblemente oculto: bajo la capucha de lo que asemeja una parka, se entrevé un pasamontañas).

El tercer integrante del grupo, que al comienzo del vídeo veíamos algo rezagado, se apresura a situarse en el centro del chaflán para grabar la escena con la perspectiva adecuada. Pudiera resultar sorprendente que nuestro documentalista cargue con una aparatosa cámara profesional pudiendo emplear un móvil, que haría el mismo servicio sin levantar sospechas. Pero no lo es tanto; no, si tenemos en cuenta que Arran concede tanta importancia a la acción (al resultado) como a la diseminación del making of; a semejanza, por cierto, de lo que es costumbre en el ISIS, cuyo libro de estilo, recuérdese, ya inspiró a este grupúsculo el asalto a punta de cuchillo de un bus turístico en Barcelona el pasado mes de julio.

Se trata, muy probablemente, de mujeres. Acaso el sexo de la documentalista suscite alguna duda (no el género, pues, como se sabe, en Arran únicamente hay miembras). El de las aerosolistas, no obstante, resulta más evidente. A ello, cuando menos, apuntan la complexión, los ademanes, los andares, el trazo y aun la insistencia con que una de ellas se retoca la capucha (aunque podría deberse a una molestia o a un tic). Y lo indican, sobre todo, los martillazos. Particularmente, los que asesta (es un decir) la canija del fondo, que ni siquiera tiene fuerzas para evitar que el cabezal se quede trabado en el vidrio. (Por el contrario, la borroka más próxima a la cámara –a la estática, entiéndase– le atiza como lo haría una Sánchez Vicario: a dos manos y con determinación).

Lo llamaría terrorismo si no hubiéramos sufrido el de ETA, mas esta cautela no ha de ser óbice para que exija, una vez más, que el Estado ilegalice Arran.

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