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José María Marco

Margen Protector: éxito y problemas

La superioridad técnica, militar y en última instancia moral de Israel está volviendo a quedar de manifiesto.

La superioridad técnica, militar y en última instancia moral de Israel está volviendo a quedar de manifiesto.

La Operación Margen Protector, que las IDF, las Fuerzas Armadas israelíes, pusieron en marcha hace siete días, ha puesto de relieve algunos hechos que conviene tener en cuenta para intentar entender lo que ocurre en Oriente Medio.

El primero es que Israel, por el momento, tiene una capacidad de maniobra relativamente amplia. Ahora mismo, casi nadie tiene interés en una desestabilización de uno de los pocos países seguros y previsibles de la región. Jordania, con la presión de los islamistas del Estado Islámico (antiguo Estado Islámico de Irak y el Levante) en su frontera norte, desea mantener relaciones pacíficas con su vecino. Egipto está deseando que alguien castigue, y a ser posible destruya, a Hamás, aliado de los Hermanos Musulmanes. Algo parecido les ocurre a los sirios y a sus amigos los terroristas de Hezbolá, así como a Arabia Saudí. (Recuérdese, sin embargo, que el dicho del enemigo de mi enemigo es mi amigo resulta demasiado sencillo para Oriente Medio).

Después del fracaso de las negociaciones en las que se empeñó John Kerry, las democracias liberales, en particular Estados Unidos, parecen haber decidido que este es un asunto israelo- palestino. Incluso la Iglesia católica ha adoptado un perfil bajo. Queda la izquierda global, con capacidad para influir la opinión pública de los países democráticos.

Otro hecho es la superioridad técnica, militar y en última instancia moral de Israel. El sistema de protección Cúpula de Hierro (Iron Dome), que permite la interceptación de los misiles lanzados desde Gaza, está teniendo un éxito mayor incluso del que sus creadores imaginaron. La organización de los refugios es excelente, y lo será más cuando se apliquen todos los avances que permiten las nuevas tecnologías. Lo peor, en este punto, es que muchos israelíes parecen haber perdido el miedo a los misiles. Así que el lanzamiento de centenares de proyectiles desde la Franja pasa inadvertida para la opinión internacional por falta de víctimas. Hay que imaginar cómo reaccionaría la población de cualquier país democrático sometido al bombardeo diario, permanente, que padece el sur de Israel.

Por otra parte, la superioridad israelí se manifiesta en la precisión de los ataques contra Gaza. Los muertos civiles son, evidentemente, una tragedia, pero los avances técnicos y los avisos, realizados antes de los disparos, están permitiendo reducir las consecuencias no deseadas, tanto en destrucción como en vidas y en heridos. Una vez termine la batalla se podrá calcular cuántas víctimas son responsabilidad de los atacantes y cuántas del empeño de Hamás por refugiarse detrás de los civiles para promocionar su causa y hacer propaganda.

Finalmente, también ha quedado al descubierto, una vez más, la inferioridad de Hamás. Claro que es capaz de lanzar misiles, algunos muy potentes. No es capaz, sin embargo, de precisar el blanco ni la trayectoria. Algunos han caído en Hebrón y en Belén, lo que ha obligado a los israelíes a intervenir para proteger a palestinos amenazados desde Gaza. (Y que celebraban el lanzamiento de misiles… Hay quien se ha preguntado qué ocurriría, y quién sería declarado responsable, si uno de ellos dañara la mezquita de Al-Aqsa, por ejemplo).

La inferioridad se ve también en la actitud de chantaje ante la población civil, que es exactamente la contraria a lo que ocurre en territorio israelí. El Estado de Israel se está esforzando por garantizar la seguridad de todos sus habitantes. Hamás busca lo contrario, como si quisiera que la población civil permanezca amenazada. Algún día habrá que analizar la naturaleza de una guerra que se quiere ganar perdiéndola, y a costa de la población civil.

Esto, en realidad, descubre una completa falta de liderazgo. Por eso cobran cada vez más fuerza las voces de quienes consideran que la unidad de Hamás es una ficción, que hay diversas facciones enfrentadas (una de ellas sería la que asesinó a los jóvenes israelíes) y que la propia supervivencia de la organización se cifra en la continuación del conflicto o, al menos, en su habilidad para seguir presentando como un éxito el lanzamiento de misiles, aunque estos no consigan ningún objetivo táctico.

Parece claro que al Gobierno de Israel le gustaría poder acabar con el poder de los terroristas de Hamás en Gaza. El margen de maniobra es pequeño, sin embargo, y eso a pesar del apoyo internacional que tiene por el momento. El colapso de Hamás podría traer el auge de organizaciones islamistas que conectarían Gaza con la yihad global. Esto, que tal vez esté en trance de ocurrir ya, sería catastrófico. Por otro lado, aunque Mahmud Abás ha demostrado una cierta buena voluntad (y sigue siendo el principal interlocutor del Gobierno israelí), no parece haber forma de que entre los palestinos surja un liderazgo responsable, con voluntad de ir más allá del victimismo perpetuo y capacidad para dar a los suyos un horizonte de prosperidad, autonomía y transparencia mínimas.

Un analista acostumbrado a la negociación con los palestinos recordaba estos días su experiencia. Resulta fácil, decía, dialogar con cualquiera de ellos porque individualmente, y como es natural, cada uno expresa su opinión; pero en cuanto hay más de uno se impone, como un automatismo moral, la unanimidad.


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