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José T. Raga

Asesores, ¿de qué y para qué?

¿Es que la juventud puede ser un mérito en el perfil de un asesor?

Es esta una materia, en nuestras Administraciones públicas, capaz de provocar escándalos, además muy motivados, en propios y extraños. Habría que decir que se tenga mucho cuidado en que esta información no llegue a los adolescentes, pues podría inclinarles a esta profesión, condicionando irremediablemente su propio futuro.

Es escandaloso en todas sus dimensiones. Ni qué decir tiene que lo es en el ámbito presupuestario, aunque ese está a muy buen recaudo, y no es fácil acceder a su cuantía. Sí, ya lo sé. Eso no es acorde con las promesas públicas de transparencia, sino que se alinea con la otra práctica que conocemos como opacidad.

Pero hay datos que sí se publican, y hasta los más ancianos nos sentimos sorprendidos. Hay asesores cuyo único privilegio digno de mención es su juventud. Pero ¿es que la juventud puede ser un mérito en el perfil de un asesor? Se diría que esa función requiere conocimiento y experiencia; ni sólo lo primero ni sólo lo segundo.

Por su frecuencia parece que otro atributo que se toma muy en cuenta es el del parentesco del asesor con el cargo público a quien se supone que asesora. Escándalo que en nuestra lengua conocemos como nepotismo. Se me dirá que la familia es lo más importante, y no puedo estar más de acuerdo, pero no así.

La familia adquiere grandeza cuando sus vínculos son inmateriales; si se quiere, de carácter espiritual. Y cuando se hace apelación a la cobertura de necesidades se entiende que lo es con cargo al patrimonio del pariente, no al presupuesto público.

El tamaño del problema es un tema sobre el que el país pasa sin mayor atención, quizá porque se piense que es general, y qué hago yo enfrentándome a un problema general. O lo que sería peor aún, porque honestamente pienso que si me encontrara en la misma situación de autoridad pública también favorecería a familia y amigos. ¡Terrible!

Es cierto que nos consta que quienes ocupan puestos de gobierno, sobre todo los más conocidos, los que más se prodigan en los medios de comunicación, adolecen de importantes carencias en lo que tiene que ver con los saberes. Es más, están lejos de un nivel de conocimientos acreditado, que permita inferir su capacidad para tomar decisiones acordes con el bien común.

Pero, siendo esto cierto, lo que hay que añadir es que esas carencias no vienen a cubrirlas el conjunto de asesores, porque quizá están aún más alejados que sus principales del nivel de conocimientos exigidos para una acción política responsable. Para eso, el asesor habitual no sirve.

Pero el escándalo creo que tampoco puede seguir ad infinitum. Caben dos posibilidades: una, que asesoren los miembros de los altos cuerpos de la Administración, muchos y muy buenos. La otra: por qué no exigimos que para ocupar un puesto de gobierno se tenga un perfil determinado que faculte para ello.

En ambas posibilidades, sobran los asesores.

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