¿Es una enfermedad irremediable? Si así fuera, el peligro sería de grandes dimensiones. La RAE define el término, en lo psicológico, como "distracción del ánimo respecto de la situación o acción en que se encuentra el sujeto". Popularmente decimos que alguien "está en la luna" o, como nuestros hermanos hispanoamericanos, que "cree en pajaritos preñados".
Estamos ante alguien que no vive la realidad del mundo al que pertenece, en el que desarrolla su vida, sus quehaceres y responsabilidades. En sentido semejante, referido al ámbito médico, la RAE define la ausencia como "pérdida pasajera de conciencia", o sea, una enfermedad real, tanto más grave cuanto más duraderas y frecuentes sean esas pérdidas pasajeras de conciencia.
La cuestión no es baladí, y menos aún cuando, sin adentrarnos en conocimientos médicos o psicológicos, todos seríamos capaces de confeccionar una larga lista de personas cercanas que viven en un mundo distinto al real y que, por buenismo o por malismo, dan espaldas a la realidad.
¿Es grave el problema? En principio, y mientras sus efectos queden en la estricta intimidad, no parece que exija un diagnóstico ni una terapia de mayor entidad. Es una pena, eso sí, que haya gentes empeñadas en ir contra las evidencias de la vida, cuando la realidad está al alcance de todos y pronto o tarde se encontrarán con ella.
La situación es bien distinta cuando esa capacidad para desconocer la realidad –es decir, la ausencia– la sufre quienes asumen responsabilidades que involucran a muchas personas; caso claro de quienes nos gobiernan, cuyas proclamas obligan a preguntarse de qué país, o para qué país, están hablando.
La izquierda española, sólo por ausencia notoria, cree justificar su convicción de que es la más culta, la más solidaria, la más eficiente, la más social y, por último, la que mejor asegura el progreso de una sociedad; lo que llaman la más progresista.
Basta un vistazo a los siglos XIX y XX para concluir que el progreso jamás ha venido de la mano de la izquierda, más bien al contrario. ¿A qué viene ese orgullo, puño en alto, para marcar su presencia?
¿Se trata, simplemente, de una identidad con la ausencia? ¿Aún no se han enterado los españoles de que eso ya no se lleva en el mundo real? En España se retomó el puño cuando se dejó de levantar la mano –igualmente ausente–.
Es esa ausencia lo que hace que el presidente Sánchez siga pensando que la UE le ofrecerá todo lo que necesite, sin condiciones; para eso es de izquierdas. ¿Puede Europa considerar normal que Sánchez haya pasado de trece a veintidós ministerios?
¿Le han fallado los votos prometidos para el proyecto Calviño? Lo que ha fallado es usted, señor Sánchez, y buena parte de su Gobierno.
Mire la realidad tal cual es y evitará disgustos. Los ausentes, cuando recobran la conciencia, encuentran una realidad muy cruel. Ya lo verá…

