
El libro de José María Aznar que hoy reseñamos poco tiene que ver con estas dos formas de acercarse al otro. Aznar es un estadista, un político de raza que no puede dejar de serlo en ningún momento del día. La afortunada distinción que la lengua española hace entre los verbos ser y estar nos ayuda a comprender más fácilmente la diferencia entre aquél que está de paso por la política y el que es político. Cuando habla, como cuando escribe, lo hace desde la única perspectiva en que se siente él mismo: la política. Aznar sólo sabe estar en el albero, asumiendo responsabilidades, frente al toro, oliéndolo y sintiendo su respiración.
Para comprender mejor el libro en cuestión no debemos olvidar que forma parte de un proyecto de mayor calado, en el que los textos publicados van cubriendo aspectos concretos. Primero fueron sus Ocho años de gobierno; ahora, estos Retratos, y después parece ser que llegarán sus memorias y algunos otros estudios sobre temas monográficos. Ésta es una obra centrada en la descripción de personajes y situaciones muy concretas de su biografía política. El lector no debe esperar otro enfoque.

Un libro de retratos es siempre un juego a dos. A diferencia de la clásica biografía, donde el autor no ha conocido personalmente a su "víctima" o la relación ha sido limitada, en el caso que nos ocupa el trato ha sido intenso y equilibrado. No se trata de un historiador que desde la soledad de su estudio trata de reconstruir un personaje real, sino de quien ha vivido o trabajado con el otro. Cuando Juan Ramón escribe sobre Guillén, un poeta está pronunciándose sobre otro, a quien ha conocido, querido, despreciado y leído. Cuando Garrigues nos narra su tantas veces citada conversación con Andreotti en los salones de nuestra embajada en la Plaza de España, un embajador ante la Santa Sede está describiendo a un presidente de Gobierno a quien conoce bien. Pero este juego a dos puede inclinarse más hacia uno u otro de los personajes. A veces en el retrato hay más del retratista que del retratado.
Para el lector atento, conocedor de nuestra historia política y de estos últimos años de vida en democracia, el libro tiene sorpresas muy interesantes. Es evidente que, a lo largo de su intensa vida pública, Aznar ha tratado a muchos personajes y que, como era previsible, los retratos que hace de ellos son atractivos. El libro se lee de un tirón y la atención no decae. Pero lo mejor es lo que no se espera. Reconozco que fui avisado por uno de sus colaboradores, impresionado por lo que leía, y que mi propia lectura corroboró aquella impresión. El libro es, sobre todo, un sincero e impúdico autorretrato.

Tras dejar el poder voluntariamente, por primera vez se nos ofrece tal y como es. En cada viñeta asistimos a la descripción no de un personaje, sino de una relación en la que ambos se reflejan. Aznar no trata de ser historiador, busca el contraste entre distintas personalidades, y, así, la suya propia emerge una y otra vez. Nunca antes se había expresado por escrito con tanta sinceridad sobre sus propios sentimientos, creencias y opiniones, nunca antes había explicado tan claramente su propia evolución ideológica. Fuera ya de la vida parlamentaria, parece pensar que ha llegado el momento de ser él mismo.
No es posible en una reseña comentar cada uno de los retratos o situaciones que se recogen a lo largo de sus páginas. Son cuarenta y una viñetas, muy distintas tanto en su temática como en su enfoque. Tampoco el atractivo puede ser el mismo, en parte porque cada lector valorará más unas que otras, como resultado de su propio interés. En términos generales podemos subrayar las primeras, centradas en el ámbito familiar, donde la identidad y el carácter se van forjando en un triángulo compuesto por el abuelo, el padre y la esposa. El sentido de la trascendencia y de la responsabilidad, el concepto moral de la política, el rechazo al relativismo y, sobre todo, a la cobardía, la necesidad de asentar un programa político en el conocimiento de la propia historia y en sólidos principios y valores... surgen de forma natural en estas primeras páginas y se desarrollan a lo largo del libro.

Los retratos nacionales giran en torno a los grandes temas: modernización de España, cuestión nacional y terrorismo. Si el retrato de Pujol resulta apasionante para entender el choque de mentalidades, las páginas dedicadas a Ordóñez, Blanco y al propio atentado sufrido por el autor desprenden emoción y trascendencia histórica. Lo mejor del Partido Popular de nuestros días se forjó en la crisis vasca. De esa tragedia salió un partido de mucho más calado ideológico y doctrinal, más cohesionado y seguro de sí mismo. Los partidos, como las personas, se hacen en los malos momentos.
Estos Retratos tienen varias lecturas compatibles, todas interesantes. Están los retratados, el retratista, una España en crisis y una Europa en decadencia. Razones de sobra para una lectura atenta y reposada.