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LA TRIBU DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Saul Bellow y los papúes y zulúes

El recientemente fallecido Saul Bellow no era un autor políticamente correcto. Tal etiquetaje resulta fuera de lugar, grotesco incluso, cuando hablamos de literatura. Pero en los escaparates culturales y mediáticos que muestran al público las obras literarias y los autores se opera desde ese orden de categorías. Un escritor mediocre, que se atenga a la nueva ortodoxia, tiene más posibilidades de triunfar que otro excelente, que rompa el molde.

El recientemente fallecido Saul Bellow no era un autor políticamente correcto. Tal etiquetaje resulta fuera de lugar, grotesco incluso, cuando hablamos de literatura. Pero en los escaparates culturales y mediáticos que muestran al público las obras literarias y los autores se opera desde ese orden de categorías. Un escritor mediocre, que se atenga a la nueva ortodoxia, tiene más posibilidades de triunfar que otro excelente, que rompa el molde.
Saul Bellow.
En los Estados Unidos se ha observado que la política radical, promotora de esa normativa de obligado cumplimiento –o atente a las consecuencias–, se refugió, en las universidades, en los departamentos de Inglés y Literatura. Cuando Bellow se dio de bruces con la moderna inquisición era el año 1994. Había recibido el Nobel de Literatura en 1976. Era uno de los grandes escritores americanos contemporáneos. Pero no le ahorraron la inquina. Precisamente: era un gran escritor y no comulgaba con la doctrina.
 
Bellow, de cuya obra escribía aquí días atrás Rubén Loza Aguerrebere, había sido entrevistado por un periodista, y en el curso de la conversación fueron a parar al tema de las culturas preliterarias. Ahí Bellow hizo el comentario de que los papúes no tenían un Proust y los zulúes no tenían un Tolstoy, cosa absolutamente cierta. Pues no lo hubiera dicho. La frase se aireó como si se tratara de una declaración de principios del escritor, y una que insultaba y despreciaba no sólo a esas dos tribus, que, como él escribiría, no sabrían situar en el mapa la mayoría de los que le atacaban, sino al conjunto del Tercer Mundo. Había sido un ataque al multiculturalismo, al dogma de que todas las culturas son igual de buenas… menos la occidental.
 
Entristecido y asombrado por las idioteces y las toxinas diseminadas a su costa, el escritor tomó la pluma para responder o situar en una perspectiva razonable la cuestión y produjo un artículo memorable, que publicó el New York Times el 10 de marzo de 1994, con el título 'Papuans and Zulus'. Memorable por su calidad literaria y porque apunta al corazón del entramado de la corrección política, que él no denomina así pero que considera certeramente como una suerte de estalinismo. De despotismo.
 
Günter Grass.Bellow, hijo de emigrantes judíos rusos, nunca ocultó –y por qué habría de hacerlo– su rechazo al comunismo. Y ésta es otra de las claves de la ira de los justos. Un anticomunista tiene asegurado el rencor de los guardianes de la nueva ortodoxia, vinculados, sentimentalmente al menos, a los viejos mitos de la izquierda.
 
Unos años antes, en 1986, Bellow había desatado el furor de Günter Grass en un Congreso Internacional del PEN. El escritor americano había elogiado los fundamentos de la nación americana, que habían permitido crear una sociedad libre y próspera. Y a su colega alemán aquello le sacó de quicio. Salió a la palestra para hablar de la pobreza que había visto en zonas del Bronx neoyorquino, de la gente que no tenía casa, comida ni libertad, y criticó el apoyo de Washington a diversas dictaduras del mundo. Las dos intervenciones provocaron un acalorado debate en la sesión, que moderaba el filósofo Robert Nozick.
 
Pero, volviendo a los papúes y los zulúes, Bellow se pregunta cómo es posible que lo que había dicho de forma casual se tomara como un insulto a aquellas dos tribus "y como prueba de que era, en el mejor de los casos, insensible, y en el peor, un elitista, un chovinista, un reaccionario y un racista, en una palabra, un monstruo". ¿Por qué su afirmación había desatado ataques de afán justiciero y éxtasis de cólera en tantas personas? "No hay un Proust búlgaro. ¿He ofendido también a los búlgaros? Nosotros tampoco hemos tenido un Proust: ¿debería emitir la Casa Blanca una fatwa y poner precio a mi cabeza por blasfemar contra la alta cultura americana?".
 
Hay algo ridículo, insensato, irracional en estas campañas de la policía del pensamiento, que a Bellow le traen recuerdos del estalinismo y de "la fidelidad a la línea de partido que los ciudadanos de mi edad recordamos demasiado bien". El escritor advierte contra el peligro que representan esas actitudes para la autonomía de la imaginación literaria, que está vinculada a la independencia del espíritu, la cual no es exclusiva de los artistas, sino común a todos los seres humanos.
 
Pero vivimos en unos tiempos, concluye, en los que la cólera, la rabia, tiene prestigio. Y esa rabia está basada en la presunción de que se reconoce una culpa por las injusticias pasadas y presentes. Ese es justamente el meollo de la nueva moral obligatoria, que se manifiesta en una continua búsqueda de víctimas –siempre del capitalismo y de Occidente–y se alimenta de la explotación del sentimiento de culpa y la exigencia de arrepentimiento y reparación por los agravios reales, exagerados o inventados. Un proceso contradictorio e inacabable: las medidas de reparación –la discriminación positiva– solventarían los agravios, pero quienes se benefician de esas políticas cifran su poder en que nunca se resuelvan.
 
Bellow termina con estas palabras: "La rabia puede ser manipuladora, puede ser un instrumento de censura y despotismo. Como antiguo estudiante de antropología, reconozco un tabú cuando lo veo (…) No podemos abrir la boca sin que se nos denuncie como racistas, misóginos, supremacistas, imperialistas o fascistas. En cuanto a los medios, están dispuestos a descalificar al que así sea designado".
 
Cabría añadir a la lista de epítetos dos que empiezan a prodigarse en España: machista y homófobo. Lista que admite síntesis, como la que hizo Zerolo tras aprobarse el matrimonio entre personas del mismo sexo en el Congreso: "Quien es homófobo, también es xenófobo, machista y racista". Y cabe también recordar que uno de los mejores amigos de Bellow fue un homosexual, Allan Bloom, que murió de sida. Bloom era conservador –sí, hay homosexuales de derechas– y nunca quiso hacer de su sexualidad un asunto de debate público, que es lo razonable, aunque no para quienes fundamentan su promoción profesional en su orientación sexual. En todo caso, a la muerte de Bloom, Bellow escribió una novela, Ravelstein, basada en la vida y personalidad de su amigo.
 
Una última palabra sobre los medios, a los que aludía Bellow al final de su artículo. No sólo lo mandaron a la hoguera en vida por incurrir en un delito de leso multiculturalismo, sino que después de muerto siguieron alimentando el fuego. Muchas necrológicas del escritor se referían al asunto de los papúes y zulúes, presentándolo de nuevo como un desprecio suyo a los pueblos y culturas no occidentales. Una vez marcado, ya queda el hereje condenado para la eternidad.
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