
Lo cierto es que Jules Verne fue muy riguroso en su argumentación científica, y no escribía nada que no fuera "posible" o al menos verosímil. Todo ello sin dejar de ser un escritor realista, un fino observador de la época y de sus circunstancias, como se refleja incluso en sus más atrevidas especulaciones. Tuvo, además, la inmensa suerte caer en manos del editor Pierre-Jules Hetzel (que también lo fue de Georges Sand, entre otros muchos autores famosos) y de pasar después a la editorial Hachette.
Su popularidad fue inmensa, y sus obras han conocido traducciones a todas las lenguas, así como constantes reediciones. Existe, además, una Sociedad Jules Verne, y un Centro de Documentación Jules Verne donde es prácticamente imposible no encontrar todo lo necesario para escribir una biografía. Tuvo una vida larga y, por así decirlo, conocida, dada su temprana celebridad; vida que voy a contar a grandes rasgos, pues del libro de J.J. Benítez es difícil sacar datos coherentes.
Nace en Nantes el 8 de febrero de 1928, en una familia de respetables burgueses. Estudia en el liceo de su ciudad, donde vive hasta que se traslada a París, en 1847, para licenciarse en Derecho. Muy pronto empieza a frecuentar los salones literarios y se convierte en secretario del Teatro Lírico. Empieza a escribir comedias, sin ningún éxito, y en 1856 se casa con una joven viuda, madre de dos hijos, con la que tiene a su único hijo: Michel, que muy pronto se emancipará de la familia.

En 1900 es nombrado presidente de la Academia de Amiens. Por entonces ha publicado Mathias Sandorf, El castillo de los Cárpatos, Norte contra Sur, Dos años de vacaciones, entre otras obras. Sus últimos años están marcados por la soledad (su mujer muere en 1885), la enfermedad y un declive de su popularidad. Muere el 24 de marzo de 1905, a los 77 años, víctima de un coma diabético. A sus funerales asisten más de cinco mil personas, algunas venidas de diferentes partes del mundo, y se le rinden honores militares.
Como ya he dicho, la bibliografía en torno a Verne es inmensa, y este año, a propósito del centenario, su figura está siendo celebrada y analizada en todos sus aspectos. Pues bien, ahora se ve enriquecida con la aportación española de este libro de J. J. Benítez; si no me equivoco, es la segunda biografía escrita por un español (Miguel Salabert, Julio Verne, ese desconocido, Alianza Editorial 1975).

Es cierto que en la obra de Jules Verne hay numerosos aspectos que rozan lo misterioso, pero de ahí a convertir a este hombre en uno de los grandes maestros del esoterismo moderno hay un gran paso. Benítez elabora una teoría estrafalaria según la cual la obra de Verne es un inmenso jeroglífico que sólo él ha logrado desentrañar. No hay nada de qué asombrarse, si tenemos en cuenta que su acercamiento al autor francés, por el que nunca había sentido la menor curiosidad hasta 1988, es fruto de una revelación que le es hecha por una reputada astróloga y que literalmente le obliga a abandonar sus otros proyectos.
Los pormenores de tan portentosa revelación –que no es otra que la de que J. J. Benítez es el mismísimo Jules Verne y, por ello, ha de continuar su obra– se nos relatan, de manera inmisericorde, a través de 71 páginas, de forma que la biografía –por llamarla de algún modo– queda reducida a 150, pues a partir de la 223 empiezan los apéndices, que son, hora es de anunciarlo, lo mejor del libro. Consisten en diferentes documentos: partidas de nacimiento, cartas, etcétera, cronología, bibliografía y una interesante antología de las cosas que se han dicho sobre Jules Verne, de las que me quedo con dos: "Ha sido Verne quien me ha decidido a la astronáutica", de Gagarin, y "¡Qué estilo el de Jules Verne! ¡Sólo sustantivos!", de Guillaume Apollinaire (lo contrario de la prosa de J. J. Benítez, que es toda adjetivos). A lo que hay que añadir –no olvidemos quién es el autor– unos cuantos análisis grafológicos.
En suma un libro innecesario, delirante e inverosímil, plagado de frases estereotipadas, "prodigiosas coincidencias" y "circunstancias extraordinarias", de una vulgaridad asombrosa, que hubiera espantado al sin duda alguna circunspecto Jules Verne.