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LO QUE EINSTEIN LE CONTÓ A SU BARBERO

Curiosear es de sabios

Se suele decir que no es mejor científico el que tiene las mejores respuestas, sino el que hace las mejores preguntas. Esta máxima puede aplicarse, aun con más pertinencia, a los divulgadores. Sin duda, la tarea de divulgar ciencia (“popularizarla”, como ahora se dice, siguiendo la traducción directa del inglés) tiene su principal fundamento en la búsqueda de aquellas cuestiones que más inquietan la curiosidad del público lego, para luego satisfacerlas.

Se suele decir que no es mejor científico el que tiene las mejores respuestas, sino el que hace las mejores preguntas. Esta máxima puede aplicarse, aun con más pertinencia, a los divulgadores. Sin duda, la tarea de divulgar ciencia (“popularizarla”, como ahora se dice, siguiendo la traducción directa del inglés) tiene su principal fundamento en la búsqueda de aquellas cuestiones que más inquietan la curiosidad del público lego, para luego satisfacerlas.
Albert Einstein.
En este sentido, es clásico el recurso a la vida cotidiana, a los quehaceres domésticos, a las cuestiones más pedestres del día a día como percha de la que colgar los saberes más dispares sobre física, biología, química, medicina… Y es ésta una táctica que, con demasiada frecuencia, se vuelve contra el que la utiliza. Porque no es fácil navegar en la sutil frontera que separa lo cotidiano (aquello que a todos nos pasa y a todos nos interesa) de lo ñoño.
 
Robert L. Wolke  ha salido del trance con éxito en su libro Lo que Einstein le contó a su barbero. Y lo ha logrado porque es depositario de una tradición divulgadora tan lustrosa como la anglosajona. Libres de los prejuicios que muchos científicos y periodistas especializados sufrimos en lengua española, los que se ganan la vida hablando de ciencia en inglés no sienten muchos reparos a la hora de acudir al título humorístico, al giro provocador, al equívoco, a los juegos de palabras, a la broma como herramienta didáctica. El resultado son obras como ésta, cargadas de contenido riguroso pero que se leen con el grado de disfrute del que hojea una revista gráfica.
 
En este caso, el volumen se dedica a repasar conceptos básicos (y no tan básicos) sobre las ciencias físicas y geológicas. Pero en realidad es un libro que habla de todo. Porque las ciencias no se limitan a los laboratorios, los encerados y las batas blancas. La ciencia salta entre los pucheros de nuestro día a día, y sólo hace falta que alguien nos ilumine con la pregunta correcta para descubrirla. ¿Porqué las llamas arden siempre hacia arriba? Si la tierra gira a 1.600 kilómetros por hora, ¿por qué no la veo moverse bajo mis pies cuando voy en un avión mucho más lento? Si la luna no tiene polos magnéticos, ¿funcionaría en ella una brújula?… Son todas ellas preguntas que probablemente nunca nos hayamos hecho, pero, una vez formuladas, ya no podremos dejar de desear conocer su respuesta.
 
Manejar los hilos de esa divulgación de lo cotidiano requiere maestría, no es fácil Y menos si el público al que se pretende llegar no es necesariamente infantil. La curiosidad no debería ser sólo patrimonio de los niños. El libro de Wolke, al menos, cuenta con que no lo es y explora los meandros de la sana curiosidad adulta a base de preguntas que bien pueden parecer inocentes.
 
Para convertirse en una obra de verdad útil para todos los públicos sólo le falta algo más de profundidad en las referencias prácticas. Como todo buen libro de divulgación, cuenta con sus pertinentes apartados de recomendaciones de lectura, ejemplos prácticos y sugerencias de experimentos. Pero en este caso la mayoría de ellos son de una obviedad que desanima al lector más avisado.
 
En cualquier caso, merece la pena estimular ese curioso que llevamos dentro con lecturas como ésta.
 
 
Robert L. Wolke, Lo que Einstein le contó a su barbero. Ma Non Troppo, 2003. 254 páginas.
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