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CIENCIA

'El lenguaje de la vida'

El veintitrés es un número mágico. Es el número de pares de cromosomas en que se organiza el material genético humano, los paquetes de información que contienen el código de la vida, que dicta nuestro aspecto físico, nuestra predisposición a buen número de enfermedades, nuestras fortalezas y nuestras debilidades, nuestras habilidades y, quién sabe, quizá también nuestro carácter.


	El veintitrés es un número mágico. Es el número de pares de cromosomas en que se organiza el material genético humano, los paquetes de información que contienen el código de la vida, que dicta nuestro aspecto físico, nuestra predisposición a buen número de enfermedades, nuestras fortalezas y nuestras debilidades, nuestras habilidades y, quién sabe, quizá también nuestro carácter.

Por eso figura en el nombre de una empresa estadounidense, 23 and Me, que desde 2008 ofrece a quien quiera –y pueda pagarlo– pruebas genéticas para la detección precoz de enfermedades o, simplemente, un mejor conocimiento de sus rasgos íntimos. Los resultados de las pruebas, que se realizan por internet, son enviados confidencialmente al domicilio del cliente.

Los servicios que oferta 23 and Me son el resultado inevitable de uno de los logros científicos más importantes de todos los tiempos: el descifrado completo del código genético de nuestra especie, llevado a cabo en 2001 bajo el auspicio del proyecto Genoma Humano. El director del mismo, Francis Collins, es uno de los científicos más peculiares y controvertidos del panorama actual, y asalta ahora las librerías españolas con la versión en nuestro idioma de su última obra: El lenguaje de la vida.

El título remeda a su anterior gran best seller, El lenguaje de Dios, con el que este químico y médico nacido en una pequeña granja de Virginia sorprendió a la comunidad científica declarándose fervoroso creyente y argumentado con solidez su defensa de una ciencia desde la fe, o, mejor dicho, de una fe respetuosa con la ciencia, capaz de aceptar el materialismo racional de las explicaciones físicas y biológicas sobre nuestros orígenes, de comprender las bondades del avance de la tecnología y la medicina y de admitir, incluso, el uso de células madre embrionarias en beneficio de la humanidad.

Su nuevo libro, por lo tanto, no puede dejar de leerse desde la perspectiva de esta posición moral e intelectual que impregna el pensamiento, realmente original, de Collins.

No es, sin embargo, un libro ético. Es un repaso exhaustivo a los logros obtenidos por la medicina desde aquel 2001 dorado, sobre todo por la medicina genómica. Y una advertencia sobre lo mucho que aún queda por recorrer hasta lograr una práctica médica capaz de aprovechar en todo su potencial el conocimiento del código en que están escritos nuestros genes.

Cuando el proyecto Genoma Humano anunció, hace ya una década, su logro, fueron muchos los que vislumbraron un prometedor futuro para la medicina personalizada. Hoy en día, el médico aún sigue lejos de poder poner en práctica la vieja máxima de que no existen enfermedades sino enfermos. Sabemos que cada individuo es un mundo, que el modo en que a cada uno de nosotros nos afecta un mal es único. Igualmente, la manera en que actúan los fármacos no es universal. Y todo ello lo sabemos aún con más certeza desde que tenemos la capacidad de leer el genoma de cada enfermo. Sin embargo, ese conocimiento aún no ha conducido a una práctica médica realmente individualizada. En la mayoría de las enfermedades los doctores se siguen viendo obligados a diagnosticar con parámetros universales, escrutar valores globales. No existe la medicina a la carta prometida en 2001.

Para hacernos una idea, la empresa 23 and Me con la que abríamos esta reseña ha anunciado que sólo ha podido secuenciar el genoma de 30.000 personas en dos años. Un ritmo demasiado lento para que la técnica pueda considerarse universal.

Sin embargo, como Collins nos muestra en este libro, todos los médicos del planeta saben que el acceso a las peculiaridades genéticas de los pacientes abre la puerta a una curación más efectiva, un diagnóstico más acertado. Sólo en el caso de la diabetes, el estudio genético de un enfermo puede determinar hasta 9 tipos diferentes de mal. Con la práctica clínica habitual (basada en la sintomatología, la historia familiar y el estudio de valores en sangre universales), esta distinción, fundamental a la hora de elegir terapia, es imposible. Atiendan a Collins:

La revolución que hoy promete transformar nuestras vidas es la posibilidad de combinar el conocimiento secular de la enfermedad y de sus trazas fisiológicas y familiares con un análisis del libro completo de instrucciones contenido en el ADN, que permitirá identificar los errores específicos que se esconden en nuestro manual biológico. Porque, dejemos una cosa bien clara: todos tenemos esos errores.

En concreto, nuestro material genético puede diferir en un 0,4 por 100 del de cualquier otro ser humano. Dentro de esa minúscula distinción, la mayor parte de los errores no tiene repercusión alguna en nuestra salud. Pero una parte de ellos (no sabemos todavía cuál) puede ser la responsable de que una persona fumadora produzca un cáncer y otra pueda inhalar toda la nicotina del mundo sin caer jamás enferma.

A esa porción de genes –o, mejor dicho, de variedades de un mismo gen– es a la que Collins llama realmente "el código de la vida". Y a la lucha científica por desentrañarla, aislarla, comprenderla y quizás manipularla es a la que dedica las 364 páginas de este libro. Una lucha a la que todavía le falta mucho camino por recorrer.

 

FRANCIS COLLINS: EL LENGUAJE DE LA VIDA. Crítica (Barcelona), 2011, 368 páginas. Traductor: Joan Lluís Riera.

http://twitter.com/joralcalde

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