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UNA OBRA MAESTRA DE DAVID BOAZ

El liberalismo en una lección

Todo el mundo es liberal. Liberal es quien tolera otros credos religiosos, quien acepta distintos modos de vida… Pero pocos de los que se denominan a sí mismos "liberales" defienden la propiedad privada, el capitalismo y la libertad total para decidir sobre el rumbo de sus vidas.

Los liberales que aman la libertad por encima de la falsa seguridad que proporciona el Estado actual se sienten normalmente incomprendidos. Coinciden con la izquierda en la necesidad de legalizar las drogas y la prostitución, o en la de acabar con cualquier tipo de censura en los medios en nombre de la moralidad; con la derecha, en la defensa de la propiedad. Para unos y otros, sin embargo, el liberal es un bicho raro que no se casa con nadie, que piensa por sí mismo y al que ningún partido político puede representar, ni siquiera el PP –aunque su fundación, FAES, haya publicado este magnífico libro.
 
El motivo por el que el liberal resulta incomprendido en política es porque su objetivo consiste en maximizar la libertad y disminuir los atropellos a que nos tienen acostumbrados los políticos. Por lo tanto, el liberalismo busca lo contrario de lo que los partidos ofrecen: reducir el Estado Providencia. Esta postura se suele tachar de radical o ultra, cuando no de fascista, a pesar de que el fascismo es colectivista, mientras el liberalismo predica justamente lo contrario: el individualismo.
 
Para aclarar éstas y otras dudas y exponer los principios liberales David Boaz, académico del think-tank procapitalista más relevante del mundo, el Cato Institute, escribió el libro que reseñamos en esta nota: Liberalismo, una aproximación.
 
Leonardo da Vinci: EL HOMBRE DE VITRUVIO.Lo primero que hay que resaltar es que, como recuerda el autor, bajo el liberalismo "cada individuo tiene derecho a vivir su vida como desee, siempre y cuando respete los derechos iguales de los demás". El liberal, al contrario que el conservador, no quiere imponer su propia moral a los demás. Veamos, por ejemplo, el caso de la eutanasia: el liberal dirá que es el individuo quien tiene que tomar la decisión de cómo debe morir, o, si no pudiera hacerlo, aquella persona a la que haya dado poderes para ello. Tampoco será contrario al matrimonio homosexual, ni querrá que sea el Estado quien case a las parejas, porque piensa que sólo las personas saben lo que les conviene y las que, por tanto, deben suscribir el contrato matrimonial que prefieran.
 
Decidir sobre nuestras vidas no implica eludir las responsabilidades, ni obligar a otros a que costeen nuestras decisiones. Si alguien, por ejemplo, consume drogas, la sociedad no tendrá que pagarle la rehabilitación, como tampoco tendrá ningún derecho a prohibir la compra y venta de estupefacientes. Actualmente no existe esta libertad, porque tanto la izquierda como la derecha se oponen a ella, a pesar de que la guerra contra las drogas haya fracasado en todos los frentes. Sus credos, aunque no lo quieran aceptar, pretenden, de un modo u otro, restringir nuestra capacidad de elección.
 
Esto se puede apreciar en otro campo fundamental: la educación. Boaz advierte de que la educación pública es un desastre, y de que impide a los padres elegir la formación que quieren para sus hijos. A aquéllos sólo les queda la alternativa de pagar de nuevo y matricular a éstos en colegios privados, o bien practicar el homeschooling ("escuela en casa"). Si leen los programas de los dos principales partidos políticos españoles, no encontrarán iniciativa alguna que permita a las personas recibir del Estado un cheque para gastarlo en el colegio que quieran. El cheque escolar, idea netamente liberal que propuso el gran Milton Friedman, podría ser una alternativa práctica a la costosa e ineficiente educación pública.
 
En general, para el liberal el Estado no cumple con sus promesas ni protege los derechos individuales. Cuando se ocupa de la justicia, la gente procura no pasar por los lentísimos tribunales; y cuando ofrece sanidad y pensiones para todos, muchos empiezan a suscribir sus propios seguros para evitar colas y asegurarse una jubilación digna.
 
Lo que, lamentablemente, el Estado hace francamente bien es recaudar impuestos. Boaz explica los métodos con que se nos quita más de la mitad de lo que ganamos; eso sí, de una forma exquisitamente elegante. Por un lado, mes a mes, se nos detrae una parte del salario en concepto de retenciones a cuenta del Impuesto sobre la Renta; por otra, se nos sustraen las cuotas correspondientes a la Seguridad Social. De lo que nos queda, todavía tenemos que pagar impuestos especiales sobre el tabaco y la gasolina y tributos indirectos, como el IVA, sobre cualquier producto o servicio que adquiramos. El Estado siempre está ahí, cobrando. Lo que nos extrae por la fuerza no vale, ni mucho menos, lo que recibimos a cambio.
 
Boaz piensa que, si se redujeran el Estado y los impuestos, el ciudadano dispondría de más renta y, por ende, habría más ahorro e inversión, lo que haría posible un aumento de la prosperidad. Así pues, propone, entre otras cosas, privatizar la mayor parte de los servicios públicos, evitar el intervencionismo militar en otros países y eliminar las barreras que impiden a las personas abrir empresas o trabajar cuantas horas quieran.
 
El problema de las regulaciones como la que establece un salario mínimo –que, por otro lado, perjudica a quienes más difícil tienen el acceso al mercado laboral– es que vulneran el derecho de propiedad, de ahí que sean claramente inmorales; además, impiden que cada cual busque su propio interés y, al hacerlo, cree riqueza y satisfaga a los demás, como señalaba Adam Smith. La propiedad es la fuerza motriz del liberalismo: como dijo uno de los más brillantes liberales de todos los tiempos, John Locke, "cada hombre es propietario de su persona, y nadie más que él tiene derecho sobre ella".
 
Es por esta propiedad por lo que el hombre tiene derecho a su trabajo, a su vida; en suma, a su libertad. Con esta concepción de los derechos individuales, el liberalismo defendió la abolición de la esclavitud, la igualdad entre el hombre y la mujer, el fin de todo tipo de apartheid, y criticó todo tipo de tiranías; incluso llegó a teorizar sobre el tiranicidio, cuyo mejor expositor fue el español Juan de Mariana.
 
A un libro tan completo, que ofrece una visión clara, valiente y apasionada del liberalismo, sólo cabe hacerle dos críticas: una es la traducción, que a veces no es todo lo buena que uno desearía; la segunda va dirigida al test que ofrece Boaz al lector para que éste pueda ver hasta qué punto es socialdemócrata, liberal o conservador. El test es claramente incompleto, pues no incorpora algunas preguntas controvertidas sobre el capitalismo.
 
Sin perjuicio de estas últimas apreciaciones, estamos ante un trabajo que erige paso a paso el edificio intelectual del liberalismo y se postula como una obra maestra, que todo interesado en la materia debe leer. El liberalismo es el único sistema de ideas que ofrece sólo aquello que es natural al hombre: la libertad. Entender las implicaciones de esta palabra es un reto que sólo con libros como éste se puede superar.
 
 
DAVID BOAZ: LIBERALISMO. UNA APROXIMACIÓN. Gota a Gota (Madrid), 2007, 470 páginas. Prólogo de PEDRO SCHWARTZ.
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