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'AQUELLOS HOMBRES GRISES'

Genocidas normales y corrientes

Lo primero que llama la atención es el confuso título de la versión española de este libro. Cuando uno lee eso de Aquellos hombres grises piensa que el autor se refiere a aquellos individuos que vestían el uniforme feldgrau (el gris de campaña) de las tropas alemanas en la II Guerra Mundial. Pero cuando repara en que los batallones de Reserva Policial llevaban uniformes de color verde, enseguida piensa que debe de haber otro motivo.


	Lo primero que llama la atención es el confuso título de la versión española de este libro. Cuando uno lee eso de Aquellos hombres grises piensa que el autor se refiere a aquellos individuos que vestían el uniforme feldgrau (el gris de campaña) de las tropas alemanas en la II Guerra Mundial. Pero cuando repara en que los batallones de Reserva Policial llevaban uniformes de color verde, enseguida piensa que debe de haber otro motivo.

Como el título original es Ordinary men (Hombres corrientes), por fin cae uno en que la grisura no se refiere a la vestimenta sino a las propias vidas y procedencias de la inmensa mayoría de los hombres que formaron el Batallón de Reserva Policial 101.

El Batallón de Reserva Policial 101 no era una unidad de la SS, ni un comando del SD (Sicherheitsdienst) de Heydrich ni una unidad de depravados con denominación de origen, como los Einsatzkommando que trataron de limpiar la Rusia ocupada. Se trataba de una unidad de policía integrada por agentes profesionales, por hombres demasiado maduros para ser incorporados al ejército regular y por individuos que buscaron este destino para evitar el combate en primera línea en el frente del Este. Sus miembros eran padres de familia, obreros, artesanos, pequeños comerciantes, tenderos... gente normal y corriente.

Casi todos eran hombres de entre 30 y 55 años. No menudeaban los nazis fanáticos, y es posible que muchos –procedentes de la plaza obrera de Hamburgo, con fuerte implantación del Partido Comunista– hubieran sido antinazis cuando aún era posible serlo. Ciudadanos que podríamos considerar gente del montón, alemanes de a pie que acabaron convirtiéndose en eficientes asesinos, máquinas de exterminar niños y ancianos, eficaces ejecutores de la Solución Final.

Aquellos hombres grises apareció en 1991, y tardó muchos años en ver la luz en español. Su autor, Christopher R. Bowning, integra esa corriente historiográfica que, con Daniel Goldhagen y su obra de referencia –Los verdugos voluntarios de Hitler–, inició el estudio del régimen nazi desde abajo, es decir, analizando a los alemanes corrientes y su implicación en el exterminio del pueblo judío y de otras etnias. Ya se había publicado mucho del comportamiento de los grandes jerarcas, de los inspiradores, de los industriales, de los médicos de la muerte; se trataba de reflexionar acerca de la contribución, por acción y omisión conscientes, del común, del pueblo alemán. Con tal objetivo, Browning realizó un estudio meticuloso de los autos levantados para estudiar la implicación del Batallón de Reserva Policial 101 en las masacres de judíos perpetradas en el Gobierno General (parte de la actual Polonia) entre 1941 y 1943.

Aún no funcionaba a pleno rendimiento la maquinaria del exterminio industrial, aún era preciso el tiro en la nuca, el desnudar a las víctimas, el conducirlas hasta el borde de la fosa, apuntar a la base del cráneo (de la pequeña cabecita de un niño en muchos casos) y disparar. Disparar intentando evitar que los sesos y las esquirlas de hueso manchasen el uniforme del oficial al mando. A ello se aplicaron todos aquellos hombres de vidas grises, con algo de repugnancia en las primeras acciones (el exterminio de los 1.800 judíos de Jozefow en 1941, por ejemplo) y con una distante y eficiente deshumanización según pasaba el tiempo, lo que les permitió matar mejor a unas 38.000 personas y conducir a Treblinka, Majdanek, Sobibor y otros campos a otras 45.000.

Naturalmente, a la lectura de un libro como éste, cuajado de escenas horribles, sucede la habitual pregunta: ¿cómo pudo ser esto posible?

Pero reparemos en un pasaje clave: el oficial al mando (Trapp) ofrece a sus quinientos hombres la posibilidad de eximirse de la horrorosa tarea. Sólo doce lo hacen. Al leer esto nos asaltan las preguntas que no osamos formularnos: ¿qué habría hecho yo?, ¿habría sido uno de aquellos doce valientes o habría acampado también en la comodidad de los 488 restantes?

La pregunta no es ¿cómo pudo ocurrir?, sino ¿qué habría hecho yo, que, en principio, soy también una persona normal y corriente?

Confieso que cuando estaba leyendo este libro una niña de veinte meses me miró con sus ojitos inocentes, y me pregunté si un hombre como yo, tal vez muy parecido a los miembros de aquel batallón policial, hubiera sabido, hubiera tenido la valentía de negarme a disparar en la nuca a una criatura así.

El libro de Browning trata de ahondar en las motivaciones y en las justificaciones que invocaron aquellos hombres que no se quisieron sustraer a la matanza: la presión ideológica, el miedo a ser rechazado por el grupo, la simple cobardía ante posibles represalias (por otra parte, nunca demostradas por quienes las alegaron en tribunales) del régimen, la deshumanización/animalización de las víctimas tras muchos años de feroz propaganda antisemita, el fanatismo, un oculto sadismo, etc. Según el autor, todos esos factores, con diferente intensidad según los individuos, pudieron convertir a ciudadanos normales en asesinos eficaces.

Las motivaciones, el aspecto clave, dan lugar a un interesante epílogo en el que el autor comenta sus discrepancias académicas con el ya mencionado Daniel Goldhagen y se dedica a rebatir el principal argumento de éste en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto. Goldhagen viene a decir que los alemanes consideraban que el exterminio de los judíos era necesario y justo; que los alemanes no fueron impelidos a perpetrar el genocidio por el criminal régimen nazi, sino que éste llegó al poder para canalizar esa, según él, seña cultural fundamental de ese pueblo: la convicción de la bondad del extermino físico de los judíos. Browning evita considerar a los germanos una suerte de raza de asesinos y recurre a los diversos factores que hemos enumerado más arriba para explicar por qué esos hombres grises se convirtieron en ministros del exterminio.

Setenta años después del comienzo de todo aquello, tiene la Historia, la pequeña historia de los hombres corrientes, tarea por delante.

 

CHRISTOPHER R. BROWNING: AQUELLOS HOMBRES GRISES. Edhasa (Barcelona), 2011, 426 páginas.

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