
Esa es una de las enseñanzas que se extraen del libro de John Patrick Diggins Ronald Reagan: Fate, Freedom and the Making of History (Ronald Reagan: el destino, la libertad y la forja de la historia). Este historiador de la Universidad de Nueva York, que trata a Reagan con respeto, como alguien importante en la historia intelectual de EEUU, dice que la política y la teoría política estuvieron estrechamente ligadas en los años 80, pero que la teoría de Reagan era radicalmente distinta de la de Edmund Burke, el fundador del conservadurismo moderno, y muy similar a la de la némesis de Burke, Thomas Paine. Así, mientras que Burke sostenía que el pasado no caduca porque la tradición es un depósito de sabiduría moral, Reagan solía citar uno de los gritos de guerra de Paine, ese que dice: "Está en nuestras manos hacer que todo vuelva a empezar".
A juicio de Diggins, los 80 fueron "el momento emersoniano" de América porque Reagan, "un romántico político" del Oeste y el Medio Oeste, asumió en buena parte el discurso de Ralph Waldo Emerson, natural de Nueva Inglaterra. "Emerson tenía razón", dijo Reagan varias veces del hombre que escribió: "Sólo una ley me es sagrada, la de mi naturaleza". De ahí la doctrina única, quizá oximorónica, de Reagan: el conservadurismo sin angustias.
La increíble serenidad de Reagan se derivaba de su concepción de lo sobrenatural. Diggins afirma que Reagan adoptó la forma de cristianismo que profesaba su madre, una variante del unitarismo decimonónico que le permitió expresar sus creencias fundamentales de esta manera, en una carta fechada en 1951: "Dios no pudo crear el mal, así que los deseos que sembró en nosotros son buenos". Esta lógica (Dios es bueno, por tanto, también lo son los deseos que Nos concedió) conduce a la creencia emersoniana de que complaciéndonos complacemos a Dios. En consecuencia, no hay necesidad de que la gente subyugue sus deseos. Así pues, los líderes no tienen por qué decir a la gente que tiene defectos y que, por tanto, debería practicar la autocrítica.
El profesor de la Universidad de Nueva York cree que la religión de Reagan nos permite "olvidarnos de la religión", ya que destierra la idea de un Dios que "juzga y castiga". En buena medida, la popularidad de Reagan se debe a que "culpaba al Estado de problemas que son inherentes a la democracia". Para Reagan, que hubiera problemas inherentes a la democracia era algo incomprensible, pues se trata de una idea que implica que hay problemas inherentes al demos, o sea, al pueblo. No había nada, absolutamente nada, en su pensamiento comparable al fatalismo melancólico de Lincoln, a la creencia de éste (véase su segundo discurso de investidura) de que "la guerra llegó" como consecuencia de los errores cometidos por quienes ulteriormente se agruparon en los dos bandos que lucharon en la Guerra Civil."La teoría política de Reagan hace pocas referencias a los principios fundacionales de América", dice Diggins. Para los Padres Fundadores, y especialmente para el más sabio de ellos, James Madison, la principal función del Estado consiste en oponer resistencia, modular e incluso frustrar las pasiones desbordadas del público, derivadas de los deseos.
"Los verdaderos conservadores, los Fundadores", dice correctamente Diggins, levantaron un Estado en el que abundaban los mecanismos de bloqueo (v. la separación de poderes, la división del Legislativo en dos Cámaras, etcétera) para que "las demandas del pueblo se vieran sometidas a supervisión". La Constitución de Madison atiende al problema de la naturaleza humana, mientras que Reagan, apunta Diggins, se desentendió de ésta.Diggins califica de "una ironía innombrable" el hecho de que el intervencionismo republicano sea un resultado inevitable del reaganismo. "Con Reagan, los americanos podían a un tiempo vivir a costa del Estado y odiarlo. Culpaban al Estado de que dependieran de él". La gente tendrá Gobiernos cada vez más intervencionistas si no siente remordimientos de conciencia por exigir Gobiernos cada vez más intervencionistas. ¿Pero cómo pueden los individuos tener remordimientos de conciencia si se les dice (v. el primer discurso de investidura de Reagan) que todos son unos héroes, si se les asegura que todos sus deseos (incluido, por tanto, el de obtener prebendas públicas) son buenos?
Reagan dijo, asimismo, que las guerras jamás las inician las personas, sino sólo los Estados. Sin embargo, los Balcanes alcanzaron su punto de ebullición porque no había nada que se pareciera a un Estado eficaz; que es, precisamente, lo que está sucediendo ahora en Irak.
Diggins incluye a Reagan entre "los tres más grandes libertadores de la historia norteamericana" por su papel en la disolución de la Unión Soviética (los otros dos serían Lincoln y F. D. Roosevelt); pero, agrega, alguien que nos dice, siguiendo a Emerson, que todos nuestros deseos son buenos es un presidente que, necesariamente, deja mucho que desear.
Si el Gobierno Limitado es la doctrina fundamental, definitoria, del Partido Republicano, el GOP tiene que dejar atrás la nostalgia... y rebajar su reverencia hacia Reagan con un mayor respeto a Madison. Como dice Diggins, el reaganismo adula a la gente diciéndole aquello que quiere escuchar, mientras que la persuasión madisoniana le canta las verdades desnudas que necesita conocer.
© 2007, Washington Post Writers Group
JOHN PATRICK DIGGINS: RONALD REAGAN: FATE, FREEDOM, AND THE MAKING OF HISTORY. W. W. Norton (Nueva York), 2007, 512 páginas.