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EN CLAVE DE SOL

La indignación de la izquierda zombi

La izquierda está muerta y enterrada. Ideológica e intelectualmente hablando. Pero aún se agita, convulsa y compulsiva. Como si fuera un zombi agusanado que de tumbo en tumbo todavía puede producir desastres allá por donde va chocando, desprendiendo el olor fétido de lo que lleva mucho tiempo caducado.


	La izquierda está muerta y enterrada. Ideológica e intelectualmente hablando. Pero aún se agita, convulsa y compulsiva. Como si fuera un zombi agusanado que de tumbo en tumbo todavía puede producir desastres allá por donde va chocando, desprendiendo el olor fétido de lo que lleva mucho tiempo caducado.

Ese hedor se espesa en la figura viejuna de Gadafi, un mártir para Hugo Chavez, o en la silueta más entrañable pero no por ello menos obsoleta de Stéphane Hessel, best seller de la papilla ideológica que es capaz de consumir en estos momentos la izquierda a falta del carácter indómito y el músculo filosófico que un día la caracterizó. En lugar de comunismo revolucionario, consumismo ideológico.

Este último éxito de crítica y público entre los que David Mamet denomina "izquierdistas descerebrados" (liberal braindead) es obra de un viejo luchador de la Resistencia francesa contra los nazis que ahora milita en la Resistencia altermundista contra el capitalismo, la globalización y la tiranía de los mercados. Con la pequeña diferencia de que los nazis lo metieron en Buchenwald mientras que los capitalistas de mercado lo van a hacer rico gracias a los millones de libros que está vendiendo. Quizás el mundo se esté dirigiendo hacia el desastre, pero al menos Hessel progresa adecuadamente al elegir sus enemigos. Algo es algo.

Hay quien sostiene que la izquierda y la derecha son hoy en día indistinguibles. Será porque la primera abandonó su principal marco teórico, el marxismo, entre los años 70 y los 80 gracias a la labor de zapa intelectual que emprendieron contra el lobby cultural dominante gentes como Popper, Aron, Berlin, Revel, Hayek o Friedman, y que Reagan y Thatcher hicieron emerger políticamente. Desde entonces la izquierda se refugia en la inanidad y la vacuidad de vagas apelaciones a ambiguos principios. Como cuando Zapatero explica a sus hijas que la diferencia entre la derecha y la izquierda es que la primera tiene los valores en la Bolsa mientras que la segunda los tiene depositados en el corazón (lo que no impide que cuando salen de puestos de responsabilidad –es un decir– públicos obtengan pingües salarios en las mismas empresas privadas cotizadas en Bolsa que tanto proclaman despreciar, como Felipe González o últimamente Pedro Solbes).

Y es en nombre de los valores y principios del corazón por lo que Hessel titula su sermón a la parroquia juvenil izquierdista con un imperativo moral a la indignación. Pero ¿a la indignación en nombre de qué y en qué dirección, para conseguir qué? En el mejor de los casos, la proclama de Hessel anima a la indignación por la indignación, a la rabieta infantil, una salida tan pobre y estéril como la apatía o la indiferencia. En el peor, lo que se adivina es la típica, rancia y refutada receta estatista de matices dictatoriales:

Una organización racional de la economía asegurando la subordinación de los intereses particulares al interés general.

Y una generalización de la desobediencia al poder político cuando éste es ejercido por sus adversarios.

La democracia le parece fantástica, aunque sólo merece su respeto cuando rema a favor de su ideología. Pero es que cuando se trata de izquierdistas como Hessel hay que tener precaución cuando emplean palabras como democracia o república, porque están pensando en las democracias o repúblicas populares, en las de Cuba y Venezuela, que son las que les motivan, no en las liberales o burguesas, que son en las que cómodamente viven. Hessel carga y clama contra "el poder del dinero" y la "dictadura internacional de los mercados financieros" con una retórica que pretende asimilar, siguiendo una vieja táctica de Willy Münzenberg, el liberalismo y el nazismo. Y es que no han dimitido del dogma marxista de que la culpable de todos los males sociales es la maligna institución de la propiedad privada y el mecanismo más perverso para crear riqueza y libertad, la competencia. En lugar de propiedad privada, Hessel propone la estatización, y en lugar de competencia en el mercado, dirigismo estatista.

Si nos hemos de tomar en serio el escrito de Hessel, tenemos que concluir que lo que él y los que le jalean pretenden es resucitar la economía dirigida de tipo soviético. Si, en cambio, consideramos que todo es un bluf editorial de la industria progresista –el esnobismo pseudorrevolucionario, el radicalismo refinado y el izquierdismo de salón–, los millones de libros vendidos se reducen a mucha pulpa desperdiciada y a la inmortal teoría del general Velasco Alvarado, jefe del socialismo militar peruano de los años setenta:

El gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas no es ni comunista ni capitalista, sino todo lo contario.

La máscara de viejecito bondadoso termina por desprenderse del todo cuando Hessel señala lo que le parece la peor ignominia del siglo XXI. ¿Las violaciones de los derechos humanos en las dictaduras comunistas que todavía asuelan el mundo, de Cuba a China pasando por Corea del Norte? ¿La represión política, cultural y económica que en nombre de Alá es una constante en casi todos los países de dominio cultural islámico? Nada de eso. Lo peor de lo más horrible de lo inasumible le parece a nuestro indignado y provecto resistente que es... Israel. La única democracia en una zona de iluminados hitlerianos y sátrapas medievales, una democracia en la que se defienden los valores de la Ilustración y el liberalismo, en la que los homosexuales pueden manifestarse sin miedo a ser asesinados y las mujeres pueden vestir bikini en lugar de burkini, le parece a Hessel el principal motivo para la indignación.

Tiene la mala suerte el hombre de citar como principal apoyo para su denuncia del presunto comportamiento genocida del Estado de Israel el informe de Richard Goldstone para la ONU, ya que recientemente el mencionado juez se ha desmarcado de las conclusiones que defendió en su momento, señalando la radical diferencia entre las intenciones de un Estado legítimo y democrático como Israel y una organización terrorista como Hamás.

Pero ni la ONU ni Hessel permitirán que la realidad estropee sus tesis en contra de la democracia liberal, el respeto a los derechos humanos y la racionalidad económica. De una forma torticera y sibilina, Hessel justifica el terrorismo de izquierdas como hizo su maestro Sartre, al que invoca para justificarlo bajo la apariencia de matizarlo. Carlos Semprún Maura ya desactivó en La Ilustración Liberal a los sinvergüenzas políticos que como Bernard-Henri Lévy o ahora Hessel tratan de edulcorar y falsificar el compromiso existencialista de Sartre con el terrorismo como método de acción política. Y es que aunque Hessel subraya en negrita que la no violencia es el camino que debemos aprender a seguir, su rechazo al terrorismo se basa en la conveniencia estratégica, no en su rechazo moral y político:

En la noción de eficacia, es precisa una esperanza no violenta.

Su desapego del mundo ilustrado en sus vertientes política –la democracia liberal– y económica –el capitalismo– también alcanza a la tercera pata que sostiene el Occidente de la civilización: la ciencia y la tecnología. Agotada la utopía izquierdista que les hacía situarse de forma equidistante entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, Hessel se refugia ahora en la utopía reaccionaria ecologista que se basa en el miedo como metodología para manipular a las masas y la parálisis para lograr su propósito de destruir al sistema. Lo llaman "equilibrio sostenible", que se conseguiría poco menos que parando todo el sistema productivo, para lo que necesitan hacer creer a la población lo que sigue:

El pensamiento productivista, impulsado por Occidente, ha llevado a una crisis en la que es precisa una ruptura radical con la precipitada carrera del crecimiento, en el dominio financiero pero también en el dominio de las ciencias y la técnicas (...) la aventura humana sobre un planeta que puede llegar a ser inhabitable para el hombre.

Este intento de manipulación mediante la propagación de un miedo difuso a una catástrofe universal es un manido recurso vinculado al milenarismo que las organizaciones ecologistas están usando desde hace décadas. Por ello no resulta extraño que TVE, la televisión estatal al servicio de los intereses ideológicos del gobierno de turno, ponga a disposición de Hessel un programa como Informe Semanal que le sirva de espacio promocional, en el que solo se escuchen las voces a favor de sus tesis, sin que nadie le ponga en cuestión sus ramalazos a favor de la "ambición social" de la Unión Soviética, Cuba o la RDA, mientras que cuando cita a sus enemigos menciona a Hitler o a Franco pero no a Stalin o a Castro.

En el mismo programa publicitario y de propaganda, el un día respetado Informe Semanal, entrevistan a otro zombi de la izquierda, el socialista Jean Ziegler, un clásico en la defensa de los sistemas económicos colectivistas que en los años ochenta formaba parte de la tendencia prosoviética en el seno de la Internacional Socialista. De ahí que cuando lo nombraron "ponente especial sobre el derecho a la alimentación" en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU defendiese el "quitar al mercado el establecimiento de los precios agrícolas", lo que contribuyó a que millones de seres humanos se murieran de hambre. Pero, como Hessel, Ziegler es uno de esos embajadores permanentes que por cuenta del erario público se permiten el lujo de pontificar un festival de buenas palabras y una mermelada de buenos sentimientos con los que empedrar el infierno.

Francia es aún el país del mundo donde más gente se encuentra dispuesta a entonar la Internacional. Al final del mal razonado y peor escrito sermón, el venerable anciano Hessel se nos aparece como un pastiche del mago de Oz que, tras su apariencia de viejecito inocentón y lleno de buenos sentimientos, sólo revela un fraude. Y es que Hessel debería, antes de predicar, repartir trigo. Es decir, aplicarse a sí mismo la indignación que con tanto desparpajo e irresponsabilidad va esparciendo. Una indignación roma y fofa, en el mejor de los casos, irresponsable y narcisista, en el peor. Como suele pasar con los sermones, al final no tenemos sino una monserga.

 

STÉPHANE HESSEL: ¡INDIGNAOS! Destino (Barcelona), 2011. Prólogo de JOSÉ LUIS SAMPEDRO. Traducción de Telmo Moreno.

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