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POR EUROPA

Los fundamentos de la Unión

El cincuenta aniversario del Tratado de Roma, conmemorado oficialmente con la aprobación de la Declaración de Berlín, invita a echar una mirada hacia atrás para recordar y para volver a valorar qué razones nos llevaron a acometer un proceso histórico de tal envergadura, y hasta qué punto aquellas ideas siguen hoy en vigor.

El cincuenta aniversario del Tratado de Roma, conmemorado oficialmente con la aprobación de la Declaración de Berlín, invita a echar una mirada hacia atrás para recordar y para volver a valorar qué razones nos llevaron a acometer un proceso histórico de tal envergadura, y hasta qué punto aquellas ideas siguen hoy en vigor.
El Instituto de Estudios Europeos y Ediciones Encuentro han tenido el acierto de editar un clásico, un texto breve pero lleno de ideas, de uno de los padres fundadores de la Unión, el franco-alemán Robert Schuman. Al final de su vida, ya retirado de la política, Schuman recogió algunos de sus artículos y conferencias, los editó y los publicó como libro. Es su única obra, un texto de lectura obligada para todo aquel que se sienta interesado por el proceso de convergencia europea.
 
Un conjunto de ideas compartidas por un pequeño grupo de dirigentes europeos sirvió de punto de partida. Europa estaba destrozada. Sólo una acción conjunta podría lograr una rápida recuperación. Ésa fue la razón de ser del Plan Marshall y, a continuación, de las primeras iniciativas europeístas: la CECA y Euratom. Además, una rápida recuperación aportaría esperanza a la población y limitaría el margen de crecimiento de las alternativas radicales, el fascismo y el comunismo.
 
La experiencia de la postguerra anterior estaba muy presente. El severo castigo impuesto a Alemania había tenido consecuencias no deseadas. Humillados, los alemanes se convirtieron en caldo de cultivo para aquella formación política que fuera capaz de explotar el fuerte resentimiento latente. Con una economía arruinada, un elevado paro y el crecimiento de la alternativa comunista, las clases medias se deslizaron hacia el totalitarismo nacionalista. Había que evitar que eso volviera a ocurrir, y la posibilidad de iniciar un proceso de convergencia continental resultó ser la solución más factible:
 
"Concluir una unión duradera y controlada en relación con el carbón y el acero es, en efecto, privar a cada uno de los países así asociados ya no solamente de la posibilidad de entrar en guerra sino de prepararla contra los otros asociados; porque no se entra en guerra cuando ya no se tiene la libre disposición de la energía y del metal".
 
En 1945 ya era evidente que se vivía en un mundo global, y que los pequeños Estados europeos carecían del tamaño crítico para poder actuar con garantías de éxito. La imagen de dos colosos enfrentados, EEUU y la URSS, con una Europa dividida y fragmentada en medio era suficientemente expresiva. Por una parte, había que evitar la existencia de graves diferencias entre los europeos, lo que ya había llevado a dos guerras "civiles". Por otra, había que actuar en la escena internacional con garantías.
 
En todos los casos, había que trabajar desde los principios y valores judeocristianos, que eran los que daban sentido a Europa, y desde la democracia liberal. Schuman es categórico: "La democracia será cristiana o no será. Una democracia anticristiana será una caricatura que se hundirá en la tiranía o la anarquía". ¿Qué pensarían los padres fundadores de esta Europa relativista y pacifista?
 
El problema surgía a la hora de fijar el modelo al que se quería llegar: ¿asociación de libre mercado?, ¿confederación?, ¿federación? La ambigüedad táctica trataba de esconder, con poco éxito, la voluntad de acabar con la autonomía de los Estados. Ese objetivo, de enorme trascendencia histórica, sólo se puede entender desde algo que está latente a lo largo de las páginas del libro: el fracaso de algunas grandes naciones –Francia, Alemania e Italia– a la hora de garantizar la democracia y preservar la paz. Ese fracaso explica la huida hacia delante, que resultaba incomprensible desde el Reino Unido, el único vencedor en la guerra, el único de los grandes Estados europeos en que la democracia siguió funcionando con normalidad.
 
 
ROBERT SCHUMAN: POR EUROPA. Encuentro (Madrid), 2006, 163 páginas. Prólogo de Marcelino Oreja.
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