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RAN HALÉVI BIOGRAFÍA A FURET

Los senderos de la historia

Como en La montaña mágica, pero después de la II Guerra Mundial, tres estudiantes tuberculosos se hicieron muy amigos en un sanatorio: François Furet, Gerard Genette y Agustín Alberro Aramburu. Fue éste quien me presentó a los otros dos, a principios de los años cincuenta.

Como en La montaña mágica, pero después de la II Guerra Mundial, tres estudiantes tuberculosos se hicieron muy amigos en un sanatorio: François Furet, Gerard Genette y Agustín Alberro Aramburu. Fue éste quien me presentó a los otros dos, a principios de los años cincuenta.
François Furet.
Por aquel entonces los tres eran estudiantes y comunistas; yo era lo segundo pero no lo primero. Nos hicimos pues, amigos, y todos abandonamos el comunismo casi al mismo tiempo, allá por los años 1956-57.
 
Me parece importante señalar, de entrada, el interés actual por los tan insultados en vida pensadores liberales. Hace poco salió un libro sobre Jean-François Revel (que comenté aquí); ahora, éste sobre Furet; y no hablemos de Raymond Aron, porque he perdido la cuenta. Y no sólo se comentan, sino que se reeditan. Es, desde luego, un dato positivo, pero no constituye una "mayoría electoral".
 
Ran Halévi, quien no sólo fue amigo, también colaborador de Furet, comienza éste su libro por el final, del punto de vista de la cronología de la obra del biografiado: la crítica del totalitarismo, pero por el principio del punto de vista biológico: o sea su juventud, cuando Furet era un universitario comunista. Cegado, sin duda, por su amistad y admiración por Furet, queriendo explicar su paso por el PCF, casi justifica el comunismo, o al menos es mucho menos radicalmente critico que el propio Furet.
 
Es cierto que en Francia, como en Italia, y algo después en España, por los años 1946-1956 (algunos antes, con la Resistencia, otros después) muchos jóvenes, estudiantes o no, se adhirieron a los PC por los motivos que evoca Halévi: antinazismo trasnochado, el prestigio de la URSS, odio a la burguesía, "romanticismo revolucionario y obrerista", etcétera; pero considero a Halévi demasiado indulgente, al no criticar los sustratos de esos "juveniles errores": culto fascista al Jefe, pasión por el poder absoluto, justificación y hasta exaltación del Terror, etcétera.
 
Por ejemplo, señalando que esos jóvenes comunistas franceses despreciaban la "democracia liberal", culpable, según ellos, de la derrota de 1940, no precisa en ningún momento que, si efectivamente Francia fue derrotada sin apenas combatir, corroída por el pacifismo y los congés payés, y que eso dejó un trauma, que aún perdura, la democracia liberal británica no fue nunca derrotada; de hecho, el Reino Unido fue el único país europeo que resistió con éxito a la Alemania nazi y a sus aliados, o sea toda Europa. Y fueron las democracias liberales, encabezadas por los USA, las que ganaron la guerra en 1945; desde luego, con la ayuda de la URSS, pero, y sin alejarnos de François Furet, muy interesado por estos temas, también triunfó la democracia liberal sobre el totalitarismo comunista en la llamada Guerra Fría.
 
Lástima que Halevi, como Furet, confunda democracia liberal con democracia parlamentaria, porque, si en absoluto son sistemas opuestos, son diferentes; para quedarnos en Francia: los Gobiernos de De Gaulle, Mitterrand y Chirac jamás fueron liberales.
 
Me parece necesario subrayar lo que nunca se dice (tampoco lo hace Halévi): esos jóvenes comunistas de Europa Occidental hubieran sido, por su forma de vivir, por lo que pensaban, decían y (algunos) escribían, masivamente deportados, y algunos fusilados, en esos países comunistas que, protegidos por la "democracia liberal", defendían a rajatabla.
 
Dos cumbres destacan en la obra de Furet: la Revolución Francesa y la crítica del totalitarismo. En Francia, para todo el mundo, la revolución de 1789 constituye un dogma intocable: son poquísimos los que manifiestan nostalgia por el Antiguo Régimen monárquico. En ese sentido, la guillotina para Luis XVI cumplió su cometido: no sólo asesinó al rey, mató a la Monarquía.
 
La versión histórica oficial puede resumirse con el juicio somero de Clemenccau: la Revolución es un bloque. A esa tontería, los marxistas que dominaron el pensamiento francés durante decenios añaden sus propios dogmas: la Revolución Francesa se sitúa en el marco del materialismo histórico, que clasifica férreamente las etapas históricas, antigüedad, feudalismo, burguesía, socialismo o dictadura del proletariado. O sea, que la revolución burguesa de 1789 es una etapa progresista que destruye el feudalismo y abre las perspectivas de su propia muerte, con la revolución proletaria. Y el lazo más evidente entre 1789 y 1917 es el Terror.
 
Furet y sus colaboradores, Denis Richet, Mona Ozouf, el propio Ram Halévi, rompen radicalmente con la tradición dogmática, compartida por Mathiez, Mazuric, Soboul, Lenin, Chirac, por casi todo el mundo, y rechazan la idea de que 1789 fue el preludio a 1917, que el Terror fue una necesidad positiva y que el antiguo Régimen fue otro "bloque", pero monstruoso.
 
Furet demuestra que había interesantes corrientes reformistas en el seno de ese "maldito" Antiguo Régimen, pero no condena la Revolución en su conjunto, al revés, defiende sus incipientes aspectos democráticos, su verdadero carácter burgués: democracia representativa, propiedad privada, economía de mercado, etcétera. En una palabra, entierra los mitos marxistas-leninistas y apoya todo lo que, caóticamente, también representó la Revolución: el nacimiento de la democracia y los primeros pasos del capitalismo.
 
Curiosamente, Halévi apenas emplea el término "capitalismo", salvo para aludir a personas o corrientes de opinión anticapitalistas, cuando Furet se convirtió abiertamente al capitalismo. Eso se ve muy claramente en su libro El pasado de una ilusión, donde critica ferozmente el totalitarismo comunista y lo equipara al totalitarismo nazi, lo cual provocó aún mayor escándalo.
 
Pero como ese libro ha sido ampliamente comentado, y teniendo en cuenta que la marea sube y me queda poco espacio, aprovecharé para señalar otros dos temas evocados por Halévi en su excelente libro: "No es por casualidad que, entre las naciones contemporáneas que más le interesaban y que mejor conocía se contaran América e Israel, los productos por excelencia de la era democrática, que no tenían que negociar con un pasado aristocrático, dos modelos de construcción nacional nacidos de la voluntad de sus fundadores, construidos sobre la ambición de crear, por la razón, una comunidad política de individuos libres e iguales".
 
No siendo espiritista, no pretendo hablar con los muertos, pero estoy convenido de que Furet jamás hubiera participado de la histeria antiyanqui de esos últimos años, y teniendo en cuenta mi admiración por Israel, me complace ver confirmada en este libro –lo hablamos– su propia admiración, manifestada en múltiples ocasiones, lo cual también fue motivo de su ruptura, primero con el comunismo, luego con el socialismo.
 
La última vez que vi a Furet, en su siniestro (para mí) piso de la calle Montmartre, mientras se preparaba para tomarse sus las largas vacaciones universitarias (murió unos días después, en un estúpido accidente... ¡jugando al tenis!), constatamos, divertidos, que, él al sol y yo a la sombra, habíamos recorrido el mismo camino, de comunistas que fuimos a liberales que éramos.
 
 
RAN HALÉVI: L'EXPERIENCE DU PASSÉ. FRANÇOIS FURET DANS L'ATELIER DE L'HISTOIRE. Gallimard (París), 2007, 116 páginas.
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