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Luis Hernández Arroyo

Palabra de Zapatero

Le parece una Constitución muy rígida, lo cual denota una incultura abismal. Está ansioso por hacer su reforma, pero sin contar con la mitad de España, con el mismo espíritu de desprecio a la derecha que Azaña.

Zapatero ha concedido una entrevista a El Mundo, en el marco de la serie "Chequeo a 30 años de democracia". Es la más importante, sin duda, pues en ella, bajo la aparente banalidad, se destapa el verdadero ZP, si es que tal cosa, como entidad, existe. Porque efectivamente es difícil saber qué se esconde detrás de ese personaje, salvo su capacidad renovada de adaptación para mantenerse en el poder. Paso a citar las palabras más anodinas, pero reveladoras en grado sumo, de de la entrevista:

La Constitución se puede reformar, y aunque la arquitectura esencial de la misma (sic) ha sido un éxito, 30 años después sería conveniente mejorarla y reformarla. ¿Cuál es el problema? Pues que el constituyente fue extraordinariamente precavido a la hora de establecer el método de reforma y es una constitución muy rígida. Exige trámites y mayorías muy difíciles de conseguir, y por eso no se ha reformado. Dicho esto, algún día se reformará, y eso lo verá nuestra generación. Estoy convencido de ello.

¿Qué sabrá éste de constitucionalismo?, cabe preguntarse ante la "insoportable levedad del ser" del que habla con tanta alegría como desconocimiento. ¿Han de ser las constituciones flexibles, "insoportablemente leves", para que cuando llegue un Nerón al Gobierno la moldee a su capricho? Parece que no, puesto que él ha puesto la Constitución y el Estado patas arriba, sin necesidad de "método".

ZP ha dinamitado la Constitución por atrás, a traición, para que ningún guardián de la misma pudiera oponerse. Por si acaso, ha cambiado la composición de los guardianes –magistratura– y estos son los primeros ahora en perderla el respeto. Entonces, ¿por qué ese ansia de cambio?

Yo pensaba que las constituciones son pactos con vocación fundacional, y por ello perdurable, aunque siempre haya una vía de reforma. Pero las que han permanecido es porque se han solemnizado con toda la gravedad que requiere su carácter fundacional. La Constitución americana, por ejemplo, no creo que haya durado casi doscientos cincuenta años por sus enmiendas (que, por cierto, no son intentos de reforma, sino de consolidación), sino por la voluntad de las partes de respetarla. El intento de romperla por los confederados del sur fue Casus Belli, pues la Nación y la Unión son sagradas.

Por otra parte, las dificultades que encuentra en las posibles reformas hablan muy poco bien de sus intenciones, pues si éstas fueran razonables –como reforzar la Constitución frente a los separatistas– encontraría el apoyo del PP. Este es un panorama inverosímil, pero en un país en crisis lo normal sería la unión de los partidos nacionales. Desde luego que la Constitución necesita una reforma, pero de consolidación, de barrido de sus debilidades, que los nacionalistas catalanes y vascos nos han ayudado a comprender.

Una vez más, Zapatero muestra su desprecio, sino su rencor, por la Transición española. No quiere consolidar los 30 años de democracia, por el contrario. Le parece una Constitución muy rígida, lo cual denota una incultura abismal. Está ansioso por hacer su reforma, pero sin contar con la mitad de España, con el mismo espíritu de desprecio a la derecha que Azaña. Cuando expresa su convencimiento de que antes de una generación se reformará, sus palabras suenan a proféticas (de hecho, usa un rebuscado tono bíblico), y lo pueden ser en un sentido bien lúgubre.

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