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Luis Herrero Goldáraz

Acoso de Estado

Algunos hacen ver que es el sistema el que está podrido y no ellos, los que lo corrompen aprobando trampas en vez de leyes.

Las miradas insistentes son acoso sexual, aseguran de repente desde el Ministerio de Igualdad, por lo que la pregunta lógica que se desprende sólo puede ser qué nos parecerá más escandaloso ahora en el caso Kitchen: si el hecho de que el Gobierno marianista ordenase a la Policía espiar a unos ciudadanos con la intención de sabotear una investigación judicial o que para hacerlo algunos agentes tuviesen que repasar de arriba abajo –quién sabe si desde una distancia prudencial y ataviados con gabardinas, o tras los cristales mugrientos de un enorme furgón blanco– a la indefensa esposa de Luis Bárcenas.

Podríamos jugar a las elucubraciones, como los malos detectives. Tal vez en el segundo caso las diligencias se acelerasen. No sería extraño que aquello que ya no estalla ni ante la escandalosa corrupción política del país, el jarabe democrático de Iglesias, fuese reclamado por otras vías. Me imagino las calles repletas de pancartas y manifas coreando pareados que exijan reformas legislativas para garantizar la seguridad de las mujeres, que ya no pueden ni ser espiadas por el Estado sin acabar sexualizadas. Lo que vendría después tampoco es reducible únicamente a unas cuantas cabezas cortadas y al escarnio público para los presuntos delincuentes. Habría que legislar el dolor y proteger a las víctimas, o cualquier otro eufemismo que enmascare que la presunción de inocencia ha dejado de ser prioritaria. Rajoy caería entonces como cayó Capone, condenado por delitos que ni sabía que existían. De todas formas, si se diese el caso, es presumible que para nuestro vicepresidente ese escenario simbolizase algo tan esperanzador que mereciese ser aclamado en Twitter: la emulación de la victoria que la democracia real ya cosechó sobre las manadas y los jueces cuando, recuérdenlo, parecían no existir leyes contra los violadores en esta Españita que todavía avanza a marchas forzadas hacia la cima unívoca del progreso social. Si algo valioso hemos aprendido en los últimos años es que nuestro poder judicial está repleto de jueces conservadores y machistas controlados por la derecha. No importa cuántas sentencias en contra atesoren los populares ni cuántos años de cárcel se contemplen para los delitos sexuales. Algunos sólo estarán tranquilos cuando puedan escoger los birretes a dedo también. Continuar hablando entonces de la degradación democrática será cosa de fachas.

Ocurre algo en esta tierra extrema e ingeniosa, como de aforismo de Oscar Wilde. El nivel de embotamiento político ha alcanzado tales extremos que la ciudadanía ha perdido de vista la razón de ser de su sistema. Aquí los candidatos ya no se exponen en la plaza pública para convencer a los votantes de que son la mejor opción para gobernarles. Se suceden los escándalos entre los distintos partidos y las grandes intervenciones en la Cámara se reducen a un peloteo de acusaciones y desplantes, como si los que estuviesen ahí fuesen necesarios y la cosa consistiese únicamente en elegir al menos imputado del Parlamento. Después se gritan entre ellos y discuten acerca de la legitimidad de nuestra democracia. Algunos hacen ver que es el sistema el que está podrido y no ellos, los que lo corrompen aprobando trampas en vez de leyes y mangoneando al poder judicial con todas las herramientas que tienen a su alcance. Quién sabe, a lo mejor llega un día en que por fin tengan razón. Nerón también la tuvo después del incendio de Roma. Quién provocase el fuego es lo de menos.

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