Que el PP se ha equivocado gravemente durante la campaña electoral es una de esas afirmaciones que puede hacerse de forma categórica sin miedo a equivocarse. Los datos del fracaso son tan elocuentes que no dejan demasiado margen para la discusión.
El PP estaba sufriendo una sangría de votos descomunal por su flanco derecho, el que limita con Vox, y parecía lógico que Casado se dirigiera a ese flujo migratorio de votantes para tratar de convencerles de que su cambio de apuesta carecía de sentido. Si iban a respaldar a Abascal porque las políticas de Rajoy les habían decepcionado, debían saber que él estaba dispuesto a enmendar los errores pasados para que el PP volviera ser lo que siempre había sido. La machacona insistencia en esa idea, sin embargo, tuvo una terrible consecuencia.
En lugar de aparecer como el antagonista de Sánchez, que era el verdadero enemigo a batir, Casado se convirtió en el antagonista de Abascal. La cuestión no era ganar, sino evitar que los nuevos esquilmaran su granero de votos. Muchos votantes del PP, que miran con tanto recelo a Vox como a Podemos, se desentendieron de esa riña familiar, tan alejada de sus verdaderas inquietudes, y se fueron a Ciudadanos. Hasta un millón y medio de electores siguieron esa misma conducta. No recuerdo que ninguna voz de alarma hubiera alertado de que algo así —tan multitudinario, quiero decir— pudiera producirse. Pero se produjo.
Aunque estoy convencido de que muchos de los electores que inicialmente habían pensado en votar a Vox decidieron al final darle una oportunidad al nuevo líder del PP, salta a la vista que el número de arrepentidos in extremis no compensó ni de lejos el de los emigrantes que se fueron a Ciudadanos. Un saldo tan deficitario no tiene, me parece a mí, defensa argumental posible.
Además de ese error de bulto, Casado cometió dos más que también le han salido por un ojo de la cara. Su llamada política de renovación, que básicamente ha consistido en poner en las listas a sus amigos —algunos de ellos verdadero veneno para la taquilla— en detrimento de los que el partido había colocado en la parrilla de salida, ha provocado demasiadas desafecciones. Con esa política caprichosa de designaciones a dedo, la nueva cúpula de Génova ha abierto más heridas de las que puede suturar y el hospital de campaña, tras el desastre, se ha convertido en un mar de sangre.
El tercer error de Casado fue el de querer protagonizar una campaña de opositor marisabidillo, más preocupado por estar en todas partes exhibiendo su dominio del temario que por elegir con criterio los actos y los mensajes adecuados. Decir tantas cosas en tantos sitios es lo más parecido, si hablamos de política, a no decir casi nada en casi ninguno. La dispersión es uno de los pecados capitales del marketing electoral.
Para salir del hoyo, el PP no tiene más remedio que acreditar el 26 de mayo que lo peor ya ha pasado y que vienen tiempos mejores allí donde la aritmética electoral del 28 de abril señala victorias posibles. Si la derecha no es capaz de desalojar a la izquierda de Extremadura, de Castilla-La Mancha, de Aragón y de Madrid capital, reteniendo además las plazas donde ya gobierna, todo el tablero de la política cambiará súbitamente de aspecto. Sánchez se hará fuerte para resistir toda la legislatura, el liderazgo de Casado se irá a pique, el PP correrá el riesgo de hacerse insignificante, y el centro derecha quedará dividido en dos marcas —Vox y Ciudadanos— de aleación imposible.
Con ese paisaje de fondo, la España constitucional corre más peligro que nunca. Por eso es tan importante que Casado se recupere cuanto antes del estado de shock en el que vive desde el domingo pasado. Ahora parece más afanado en salvar su propio pellejo como presidente del PP, accediendo a los sacrificios humanos y a los cambios de rumbo que le solicitan barones aterrados, que en hacer una autocrítica sensata.
Su credibilidad está muy dañada. Los que se fueron a Vox lo hicieron porque no se fían de él. Los que están arrepentidos de haberlo hecho, en vista de los resultados, no entienden que se les riña por haber abrazado una opción —a la que el PP quería parecerse— que ahora se identifica con la extrema derecha. Los que se quedaron contra viento y marea se sienten desanimados y se plantean irse a la abstención o hacer apuestas con más futuro. Y los que optaron por respaldar a Ciudadanos no encuentran ningún aliciente para desandar ese camino cuando el estímulo consiste en que se les tilde de traidores socialdemócratas.
Si Casado cometió el error de convertirse en el antagonista de Abascal durante la campaña de las generales —y el resultado fue catastrófico— ahora no debe perseverar en él, añadiendo además un nuevo antagonismo con Rivera. Su único antagonista es el PSOE. Todo lo que no sea concentrar su esfuerzo en combatirlo será un error mayúsculo. Ya lo dice el refrán: si estás en un hoyo, deja de cavar.
Salvo que quieras facilitarle el trabajo a los sepultureros.