Los economistas keynesianos argumentan que el bajo crecimiento de México en las últimas dos décadas se debe a que el Banco de México y el Gobierno federal han centrado sus políticas económicas en controlar la inflación, en lugar de fomentar el crecimiento.
Esa afirmación de algunos viejos keynesianos, que ocuparon cargos públicos en los años 70 y 80 y aconsejaron mal a los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, responsabiliza del bajo crecimiento a los intentos de equilibrar el presupuesto para controlar el alza de precios.
El bajo crecimiento no es consecuencia de la decisión gubernamental de mantener a raya la inflación, sino de los obstáculos a la inversión y de un corporativismo obsoleto que persiste en muchos sectores de la economía. Durante la época proteccionista y de economía cerrada a la inversión, sufríamos de productos de mala calidad y la incipiente clase media no tenía acceso a los bienes y servicios de otros países. Pero en una economía globalizada, donde las comunicaciones enlazan todos los mercados, las leyes ambiguas, la excesiva regulación, las prácticas monopolísticas y las exageradas cargas laborales provocan una pérdida de competitividad y bajo crecimiento.
En las últimas décadas del siglo XX, China, India y Chile demostraron que se puede lograr alto crecimiento y, al mismo tiempo, mantener presupuestos equilibrados. Se puede prosperar con estabilidad, como ocurrió en México durante las décadas de los 50 y 60. Pero también se puede crecer con inflación, como hizo México en los años 70 y 80, o continuar con crecimientos mediocres por falta de reformas estructurales.
Si controlamos la inflación y aprobamos reformas fiscales, laborales y energéticos, México podría ser uno de los países más expansivos del mundo.