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Marcel Gascón Barberá

Maradona en Sevilla

Viendo 'Maradona en Sevilla' volvemos a aquellos estadios imperfectos en los que se fumaba, se insultaba y se acosaba al linier sin mala conciencia.

Viendo 'Maradona en Sevilla' volvemos a aquellos estadios imperfectos en los que se fumaba, se insultaba y se acosaba al linier sin mala conciencia.
Maradona jugó en el Sevilla | EFE

Estas vacaciones he visto en Movistar un documental sobre el paso de Maradona por el Sevilla. Gracias, sobre todo, a la llegada en 1990 de Canal +, que revolucionó la forma de hacer periodismo sobre fútbol en la tele, España es hoy una potencia en documentales deportivos.

El de Maradona en la capital hispalense es fruto de esta tradición que empezó con El Día Después y con las retransmisiones de los partidos que los domingos por la tarde hacía el Plus y tiene su mejor exponente en la serie de documentales Informe Robinson.

Maradona en Sevilla es precisamente un Informe Robinson, y tiene las virtudes que suelen adornar a los documentales que nos dejó su director, el delantero inglés del Liverpool, el Cádiz y el Osasuna reconvertido al periodismo deportivo en Canal + Michael Robinson, que murió de cáncer en 2020.

A través de una cuidadísima y variada selección de imágenes, música y testimonios, la pieza reconstruye con gran nivel de detalle y la elocuencia que caracteriza a la serie el ambiente y el contexto del tiempo que pasó Maradona como jugador del Sevilla.

Durante la hora y pico que dura el documental, Robinson nos sumerge de lleno en aquellos años de presidentes y directivos insolentes, sentimentales y por lo general bastante rústicos que se insultaban en los medios y comían juntos después el día antes del partido.

Viendo Maradona en Sevilla volvemos a aquellos estadios imperfectos en los que se fumaba, se insultaba y se acosaba al linier sin mala conciencia, y al espectáculo de un fútbol más áspero, en comparación con la asepsia que ha llegado después, en el que los futbolistas eran menos conscientes de su imagen y las estrellas no pretendían cultivar la modestia.

Maradona en Sevilla y otras entregas de Informe Robinson pueden considerarse parte del boom de documentales sobre los ochenta y los noventa (la década en que Maradona llegó a Sevilla) que se ha visto en España en los últimos años.

Muchos de estos productos miran por encima del hombro al pasado, con una perspectiva de hoy que a mí me parece bastante más infantil, esterilizante y estúpida que la que teníamos entonces y que sirve para anular todo lo que se hizo entonces con una mueca de superioridad disfrazada de ironía y ternura condescendiente.

Se me ocurren como ejemplos los documentales que se han hecho sobre los casos Alcàsser y Nevenka. El primero, que aún puede verse en Netflix, es un juicio sumarísimo al periodismo de entonces y al pueblo que disfrutaba de sus festines de amarillismo.

En su esfuerzo por encuadrar lo que ocurrió entonces en la guerra de sexos que el oficialismo libra hoy, el documental acaba diciendo que aquella España culpó a las niñas de Alcàsser de su trágico final, una fabricación injusta y absolutamente descabellada.

Ni el documental de la etapa sevillana de Maradona, ni ningún otro trabajo retrospectivo de Robinson, incurren en esa superioridad estética y moral al echar la vista atrás. Maradona en Sevilla no resta valor a los logros de sus protagonistas y se asoma a sus pecados con buen gusto y simpatía.

El resultado es una mirada limpia, divertida y siempre cordial mucho más agradable y reveladora que la que nos proponen los cronistas envarados de Nevenka y El caso Alcàsser.

También en Movistar se estrenará este fin de semana La Liga de los Hombres extraordinarios, un documental de Álvaro Mendoza sobre Lopera, Lendoiro, Caneda, Jesús Gil, Joan Gaspart y otros presidentes de Primera que animaron la infancia de la gente de mi edad con su estilo bravucón y su audacia.

El tema no puede atraerme más, y el título que ha encontrado Mendoza es puramente extraordinario. Pero por lo que se ve en el tráiler —a Àngels Barceló diciendo que éramos homófobos pero no lo sabíamos y a Quique Peinado que todo era corrupción y las cosas se hacían mal— será una oportunidad perdida de contar aquella época fascinante.

Por el tono y los testimonios elegidos, La Liga de los Hombres Extraordinarios parece que será más que nada una burla y un ajuste de cuentas con aquel grupo de empresarios que trajo modernidad y dinero al fútbol en España. Lástima que no se ocupara Robinson.

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