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Miguel del Pino

Coronavirus. Lo que vamos aprendiendo

El covid-19 vive hasta 72 horas en la tela, hasta 24 horas en metales y tres horas en el aire. De ahí la importancia de las mascarillas.

El covid-19 vive hasta 72 horas en la tela, hasta 24 horas en metales y tres horas en el aire. De ahí la importancia de las mascarillas.
Investigador de un laboratorio chino | EFE

Día a día, a costa de sufrimientos, vamos aprendiendo sobre el comportamiento biológico de un virus, el Sars Cov-2 del que, por nuevo, nada sabíamos cuando se presentó para cambiar no sólo nuestras costumbres, sino nuestro propio sentido de la vida.

Con respecto a nuestra anterior colaboración de la pasada semana que titulábamos "Lo que todavía no sabemos del coronavirus", no hay grandes novedades por el momento pero algunas incógnitas empiezan a esbozar contestación, como por ejemplo las siguientes:

Se va orientando a la población sobre el tiempo de permanencia del virus en el ambiente, es decir en forma de virión, que es como se llama a los virus cuando quedan fuera de una célula superior y sobreviven intentando alcanzar a un nuevo huésped; en este caso, humano.

Parece demostrado que tal periodo de supervivencia es relativamente corto y que depende notablemente del tipo de sustancia sobre la que se deposite: hasta setenta y dos horas en materiales porosos de uso frecuente como las telas o los papeles y cartones; de doce a veinticuatro horas en materiales pulidos, como las temidas barras de los transportes públicos y solamente tres horas en el aire, suspendido en las secreciones respiratorias emitidas por las personas infectadas, de aquí la importancia de las mascarillas.

Los estudios son tan precipitados a causa del ansia por conocer datos del agente biológico infeccioso, que hay que proporcionar los datos con gran prudencia a la hora de divulgarlos; de manera que debemos tomarlo todo como simple orientación y no abandonar en ningún momento el principio de precaución, recordando que "precaución" no es sinónimo de miedo, ni mucho menos de pánico.

Acabo de consultar a un prestigioso veterinario si los animales domésticos pueden suponer algún peligro de contagio, y su respuesta, que me ha impresionado por su prudencia, ha sido: "por lo que sabemos, hoy no".

Ni siquiera las aves, en el punto de mira de la observación desde la pasada influencia aviaria, tienen en el caso del Sars Cov-2 ninguna presunción de culpa; tampoco los perros, ni los gatos, ni ninguna otra de nuestras mascotas. Los veterinarios especializados en animales de compañía están trabajando de manera ejemplar, tanto estableciendo guardias para atender las urgencias de sus clientes como emitiendo recetas por mail para que éstos se dirijan a las farmacias.

Recordamos en este sentido que según la legislación vigente los veterinarios no pueden emitir recetas de productos para la medicina humana destinados a animales: éstos cuentan con los que fabrican para ellos los laboratorios especializados.

Volviendo a nuestra propia especie sigue llamando la atención la estadística de reparto de la infección por edades, con respeto casi total a los niños y virulencia máxima en los ancianos. Parece demasiado estricta esta decantación hacia la ancianidad como para que sea sólo un problema de baja inmunidad en éstos. La línea de investigación queda abierta.

Cabe recordar como curiosidad que la letal gripe llamada impropiamente "española" que asoló al mundo en 1918, actuaba de forma absolutamente inversa en este sentido, ya que su ataque producía una reacción de tipo autoinmune en los infectados; al tener los jóvenes más alto el sistema inmunitario, reaccionaban tratando de defenderse más que los ancianos, y caían así en la trampa. Verdaderamente no hay dos virus iguales.

Conocemos ya muchos antivirales y no cabe duda de que se está experimentando con ellos en todo el mundo científico; también parece que ofrece un asomo de esperanza la combinación de determinados antibióticos con agentes químicos derivados de los quinados empleados contra la malaria.

La carrera para obtener vacunas debe de estar siendo vertiginosa, pero no se pueden saltar los tiempos necesarios para efectuar las pruebas necesarias para lanzarlas al mundo sin peligro. Paciencia y obediencia absoluta a las normas de confinamiento es lo que podemos ofrecer los ciudadanos a los científicos.

Y mientras sigue la lucha contra este agente biológico infeccioso que no se llama Covid-19, ése es el nombre de la enfermedad que produce, sino Sars Cov-2, damos las gracias al personal médico y sanitario, a las fuerzas armadas y a la policía. Sois nuestra mayor esperanza.

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