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Mikel Buesa

Sacudida electoral al sistema político

Es en el terreno ideológico donde residen las fuerzas que empujan a los dos grandes partidos a su decadencia.

Es en el terreno ideológico donde residen las fuerzas que empujan a los dos grandes partidos a su decadencia.

El resultado de las elecciones europeas ha alterado de manera muy notable las coordenadas que definen nuestro sistema político de partidos. Tres han sido los aspectos que considero relevantes. El primero alude a la enorme fragmentación electoral a la que ha conducido la desafección de los ciudadanos hacia los dos mayores partidos, el PP y el PSOE, que desde el día siguiente a las últimas elecciones generales se han visto abandonados por más de la mitad de sus votantes. El segundo se refiere a la radicalización que ha experimentado la izquierda, no sólo por el ascenso de IU, sino sobre todo por la irrupción de Podemos. Una radicalización que ha eclipsado el corrimiento de una parte del electorado popular -y también socialista- hacia el centro-izquierda representado por UPyD y Ciudadanos. Y el tercero se concreta en una remodelación del segmento nacionalista del electorado que ha reforzado a los partidos más radicalmente secesionistas.

La sacudida electoral que ha experimentado nuestro sistema político se expresa muy nítidamente en las proyecciones que se han realizado sobre el escenario de la composición del Congreso de los Diputados. Sabemos que tales ejercicios son sólo ficciones que no toman en consideración el escudo protector que el sistema electoral concede al duopolio partidario que forman el PP y el PSOE, pero tienen la virtud de clarificar cómo se concreta el estado de la opinión política manifestada en los recientes comicios. Y ese estado de opinión dibuja un nítido panorama de desgobierno, pues para configurar una coalición capaz de asegurar la investidura de un presidente, sea de derecha o de izquierda, son indispensables al menos siete partidos, entre los que necesariamente se encuentran los nacionalistas impulsores de la secesión de Cataluña.

En tales circunstancias, sólo una gran coalición entre el PP y el PSOE podría asegurar la estabilidad institucional. Sin embargo, esta posibilidad choca frontalmente con la realidad previa de la descomposición de ambos partidos, de manera que sólo sería políticamente viable si en los casi dos años que quedan de legislatura ambos lograran recomponer su figura, mejorando la confianza de sus electores tradicionales en ellos.

El Partido Socialista ha emprendido ya su posible renovación tras el paso atrás dado por Rubalcaba, aunque, de momento, es muy pronto para visualizar las posibilidades que ofrece ésta de cara a la recuperación del voto de izquierda. Hay que tener en cuenta a este respecto que las mayores pérdidas del PSOE se han producido porque sus electores de centro-izquierda han abandonado la arena política, aunque hayan llamado más la atención los que se han corrido hacia las posiciones que representan tanto IU como Podemos. Los socialistas pueden caer, por ello, en la tentación del radicalismo, arrastrando así a su organización hacia la marginalidad, pues tal opción daría alas a una ya anunciada coalición de los dos partidos que han engullido sus votos. Y si tal coalición entre IU y Podemos lograra un mejor resultado que el PSOE, entonces el escudo protector del sistema electoral hacia los más votados amplificaría su representación institucional. Lo razonable, por tanto, sería que los socialistas se volvieran hacia el centro; pero tal movimiento es aún difícil de prever pues, en su discusión renovadora, aunque pueda resultar sorprendente, priman claramente los aspectos personales sobre los ideológicos.

En cuanto al PP, parece que la pachorra conservadora que caracteriza su acción política se aplica también a este caso. Rajoy ha dejado para septiembre la adopción de cualquier cambio que dé lugar a una revitalización de su partido, a la vez que ha recurrido al tópico de las deficiencias en la comunicación para justificar sus resultados. Parece no comprender que éstos señalan a un problema de gran calado y que, en lo inmediato, apuntan a un posible vaciamiento del poder territorial de los populares. En este contexto, aunque hay inquietud entre los líderes autonómicos del partido, la única dirigente que en mi opinión ha enfilado bien el asunto es Esperanza Aguirre, quien ha ubicado la raíz de la actual situación en el terreno ideológico y, en consecuencia, ha propuesto la celebración de una conferencia que renueve su orientación programática.

Es precisamente en el terreno ideológico donde residen las fuerzas que empujan a los dos grandes partidos a su decadencia. En el curso de los últimos años, éstos se han ido configurando cada vez menos como portadores de ideas y cada vez más como armazones montados para preservar los espurios intereses de sus dirigentes para repartirse la tarta y los rendimientos materiales del poder. Los ciudadanos han identificado con lucidez esta trayectoria al descubrir que, con ella, esos partidos se muestran cada día más incapaces a la hora de dar respuestas a los graves problemas que la crisis económica ha desencadenado, atender a sus necesidades vitales y sostener un proyecto común de convivencia. Y al hacerlo o bien se han replegado sobre sus hogares, desdeñando cualquier compromiso político, o bien se han vuelto sobre los nuevos partidos prestando apoyo a sus propuestas. En este último caso, lo que los electores han buscado son precisamente las ideas, el discurso que alimenta las propuestas políticas, incluso cuando éstas pudieran parecer utópicas o carentes de realismo.

Por ello, creo que lo que les hace falta tanto al PP como al PSOE para salir del atolladero en el que se han metido es más ideología, más debate programático, más formación de sus cuadros y más exigencia de honradez en el ejercicio del poder. Sólo así podrán enfilar los graves problemas políticos que nos aguardan y que vienen de la mano de una economía que aún sólo vislumbra la salida de la crisis, por una parte, y del desafío nacionalista, por otra. Y, no nos confundamos, las elecciones primarias o los congresos multitudinarios, por sí solos, no solucionan este problema; simplemente lo ocultan.

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