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Óscar Elía

Polonia: ni un paso atrás

Pocos pueblos europeos pueden presumir de haber defendido su independencia tantas veces y con tanto ahínco.

Pocos pueblos europeos pueden presumir de haber defendido su independencia tantas veces y con tanto ahínco.
EFE

La de Polonia es una historia de perseverancia, sacrificio y drama. Perseverancia porque pocos pueblos europeos pueden presumir de haber defendido su independencia tantas veces y con tanto ahínco; sacrificio porque pocos pueblos han sido tan maltratados y con tanta crueldad por sus poderosos vecinos; y drama porque una y otra vez se repite la historia de un pueblo que parece destinado a defenderse como gato panza arriba tanto hacia el Este como hacia el Oeste.

En pocos países europeos puede encontrarse hoy la veneración al pasado común y el respeto a la tradición –que son la base del patriotismo– que se da en Polonia. El elemento clave que lo explica es una fe cristiana que en ningún sitio es tan sólida, extendida y presente. No hay casualidad sino causalidad en el hecho de que san Juan Pablo II fuese polaco: sólo de allí podría salir el Papa cuyas primeras palabras al mundo fueron: "No tengáis miedo"; de mirar a Cristo y vivir la fe.

Para Polonia, los últimos de treinta años han sido enormemente positivos. Cierto, su pulso –como el de todo Visegrado– con el búnker de la Unión Europea es complicado, pero benigno por pacífico: no hay divisiones alemanas a las que frenar en la frontera, sino burócratas comunitarios armados de sanciones y requerimientos. Cuando desde algunas instituciones de la UE se reivindican los valores europeos y se denuncia que Hungría o Polonia los están atacando se está faltando a la verdad: los valores europeos son los del humanismo cristiano, la comunidad de naciones europeas y la libertad de los pueblos y del pueblo. Las doctrinas de género y LGTBI, la construcción de un imperio paneuropeo y la imposición de normas y leyes a naciones milenarias no sólo no son los valores europeos: constituyen su negación.

Pero esa es otra cuestión. La cuestión aquí es que la presión constante que desde Bruselas, Berlín o París se impone a húngaros y polacos, la descalificación constante de sus gobernantes y regímenes políticos, la amenaza con todo tipo de sanciones debilita a estos países en el exterior. Respecto a sus socios del Oeste, claro, pero también frente al oso ruso, tan presente en la mente polaca. Por eso el momento no es casual: Lukashenko y Putin lanzan masas humanas contra Polonia en el momento en el que más débil diplomáticamente parece encontrarse Varsovia.

Tampoco es casual el lugar: de los setecientos kilómetros de frontera entre Polonia y Bielorusia, la crisis migratoria ha venido casualmente a desencadenarse a las puertas del corredor de Suwalki, que en manos bielorrusas permitiría el acceso ruso a Kaliningrado y, de paso, aislaría a las repúblicas bálticas del resto de las democracias occidentales. En estas condiciones, cuando los refugiados llegan en avión a Minsk y son conducidos a ese punto concreto de la frontera, hablar de "crisis migratoria" es una broma de mal gusto.

El momento era el apropiado, y el punto geográfico evidente: de Putin pueden decirse muchas cosas, pero no que no posea una racionalidad estratégica clara. Y esta pasa por testar la reacción occidental allí donde se la considera más debilitada y allí donde es más rentable: Polonia y, en menor medida, Lituania.

¿Funciona? Veamos tres reacciones. Primera: los europeos oscilan entre el temor energético a Rusia, la desgana en la defensa de Polonia y el interés que les suscitan otros asuntos. Por una vez las instituciones comunitarias parecen estar a la altura, pero no los países miembros: eso explica que se sucedan las declaraciones de las instituciones y de los distintos Gobiernos o ministerios, sin una reacción firme de los jefes de Gobierno, empezando por Merkel y Macron.

Segunda: Biden, como suele. Su política exterior sigue dormitando y todo indica que una vez más va a llegar tarde a una crisis que de complicarse le arrastrará de peor manera.

Tercera: los británicos –de nuevo la historia– han acudido en defensa de su costoso pero fiel aliado: la presencia testimonial de soldados británicos en Polonia muestra que los británicos se han ido de la UE pero que siguen siendo tan europeos como el que más; o incluso más, puesto que al acudir en ayuda de Varsovia han sido más rápidos que los teóricamente socios polacos de la Unión. Por ahora sólo ellos han entendido algo que el resto está tardando en entender: en la defensa de Polonia no puede darse ni un paso atrás.

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