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Pablo Molina

La amenaza de los políticos tuiteros

Los políticos estaban mejor cuando no existían Twitter ni Facebook y se limitaban a chupar cámara detrás del jefe en las ruedas de prensa o los mítines.

Los políticos estaban mejor cuando no existían Twitter ni Facebook y se limitaban a chupar cámara detrás del jefe en las ruedas de prensa o los mítines.

Antes de la irrupción de las redes sociales, los políticos se declaraban encima en cuanto veían una alcachofa merodeando en las proximidades. Ahora lo tienen más fácil para declararse porque sólo necesitan una tablet (pagada por los contribuyentes), una conexión a internet (pagada por los contribuyentes) o un teléfono móvil de última generación (pagado por... en fin, dejémoslo). Los representantes del pueblo le han cogido el gusto especialmente al Twitter, porque la brevedad de los mensajes les permite compaginar su ajetreado ritmo laboral y el contacto con sus seguidores. Pero el tuiteo es como los superpoderes: en manos equivocadas puede dar lugar a catástrofes. Véase si no el último bochorno provocado por un tuit del ministerio del Interior dando cuenta de una operación policial que aún no se había llevado a cabo, si bien es cierto que el ministro Fernández Díaz no necesita a las redes sociales para pegar patinazos a cuál más sonado.

El problema de que los políticos tuiteen con frecuencia sobre los asuntos más dispares es que el votante medio acaba conociéndolos más de lo que sería aconsejable. Peor aún es utilizar esa red social para poner fotitos de las vacaciones o escribir nimiedades sobre la vida privada, porque eso ofrece mucha más información sobre la personalidad del autor que una idea deslavazada y presuntamente ingeniosa sobre la última ocurrencia del partido rival.

En nuestra clase política hay modelos de uso del Twitter para todos los gustos, desde los que en un momento de exaltación escriben una burrada y al día siguiente se resisten a dimitir a los que cometen horribles faltas de ortografía protestando por la reforma educativa del Gobierno, pasando por los divos que abandonan la red social y no entienden cómo las acciones de la empresa matriz no se desploman inmediatamente en el Nasdaq.

Algunos jueces han roto también a tuitear para afear a los políticos sus opiniones sobre asuntos judiciales, con efectos discutibles sobre la imagen de imparcialidad y circunspección que ha de ofrecer siempre una Justicia independiente como la española. Pero lo peor de esta moda de los políticos con Twitter es que no hay forma de perderlos de vista, pues saltan del telediario a la pantalla de tu tablet (pagada con tus ahorros) sin solución de continuidad. Da igual que no sigas a la clase política (más que a algunos de sus miembros por cuestiones de amistad), que ya se encargan tus contactos de hacer que no te pierdas la sandez del día a base de retuiteos masivos.

Los políticos estaban mejor cuando no existían Twitter ni Facebook y se limitaban a chupar cámara detrás del jefe del partido en las ruedas de prensa o los actos electorales. Ahora te los encuentras a todas horas en internet pontificando y, en el caso de los políticos de izquierda, además con faltas de ortografía, lo que resulta doblemente ofensivo. Los que opinan que una "democracia real" exige proximidad entre la clase política y los ciudadanos seguramente consideren el Twitter como una nueva conquista democrática de las muchas que llevamos ya. Para los que queremos estar lo más alejado posible de los agentes del Estado, los políticos tuiteros, en su mayor parte, son un verdadero coñazo.

Ahora vas y lo tuiteas.

En España

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