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Pablo Molina

Monedero, tápate

Monedero debería taparse un poquito o acabará convertido en un triste bufón del que acabará riéndose hasta el público de La Sexta. El descojone, de hecho, ya ha comenzado.

Monedero debería taparse un poquito o acabará convertido en un triste bufón del que acabará riéndose hasta el público de La Sexta. El descojone, de hecho, ya ha comenzado.
Juan Carlos Monedero | Archivo

El cachondeíto en torno a la mansión de los señores de Iglesias-Montero se ha traducido en miles de chistes y mensajes hilarantes en las redes sociales, fruto de la imaginación inagotable de los españoles cuando se trata de reírse de los poderosos. Una de esas referencias es la que convierte el chalet de Galapagar adquirido por la parejita en Villa Tinaja, a cuenta de una enorme vasija de barro convertida en retrete para emergencias, que le da a la zona ajardinada del complejo un toque muy chic.

La compra del casoplón por parte de los dirigentes de Podemos es lo menos pernicioso que han hecho en su corta pero dañina trayectoria. En realidad es una estupidez, que solo puede convertirse en piedra de escándalo en el seno de una organización política especialmente sectaria. Solo faltaría que dos personas con patrimonio familiar y salarios por encima del presidente del Gobierno del país no pudieran comprarse una buena casa para criar a sus hijos. Pero hablamos de Pablo Iglesias, el personaje que ha utilizado políticamente la desesperación de millones de españoles golpeados por la crisis diciéndoles que la culpa de su ruina es de los que viven en casoplones de 600.000 euros. Casualmente, el precio que él va a pagar por el suyo.

De pronto, los dirigentes podemitas han visto con estupor que sus votantes habían asumido esas toneladas de demagogia con absoluta entrega. No estaban en el engaño; creían de verdad que sus referentes ideológicos iban a pasar el resto de sus vidas en pisitos de Vallecas y comprando la ropa en Alcampo. Y resulta que no, que también ellos quieren disfrutar de los placeres del sistema capitalista, exactamente igual que sus adversarios políticos, a los que señalaban como enemigos del pueblo y contra los que valía todo; también acosar a sus familias para hacerles tragar ese jarabe democrático al modo de las antiguas purgas con aceite de ricino.

El asunto es ridículo, pero ha agitado de tal manera la conciencia de los votantes podemitas que Juan Carlos Monedero, fundador del tinglado, lleva una semana loca berreando por los platós de las cadenas de progreso tratando de salvar el honor de sus amigos y el futuro de la organización. Para ello está recurriendo a argumentos de todo tipo, a cuál más ridículo, que tratan de convertir a los Iglesias en víctimas de una conspiración mediática con el fin de secuestrar las ecografías de sus bebés y venderlas al mejor postor.

Este es el nivel del debate ahora mismo en Podemos, de gran altura intelectual, como estamos viendo. Monedero debería taparse un poquito o acabará convertido en un triste bufón del que acabará riéndose hasta el público de La Sexta. El descojone, de hecho, ya ha comenzado.

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