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Pablo Molina

Y ahora el independentismo asimétrico

Los nacionalistas catalanes quieren la independencia, siempre y cuando la nación española no exija a su vez lo mismo.

La multitudinaria manifestación independentista del pasado once de septiembre en las calles de Barcelona, promovida por el Gobierno de la Generalidad y apoyada entusiastamente por los partidos nacionalistas, fue caracterizada como la expresión de un deseo sincero compartido por la mayoría de los ciudadanos que su clase dirigente se comprometía solemnemente a convertir en realidad. Sin embargo, las declaraciones posteriores de su todavía presidente regional, señor Mas, han situado la cuestión en sus justos términos despojándola de gran parte de la épica con que el nacionalismo periférico pretende adornar siempre sus jaimitadas.

A tenor del litigio verbal vivido durante dos semanas en torno a la Diada y el epílogo aclaratorio ofrecido por Mas en Madrid como resumen de la vasta operación, ha quedado en evidencia el carácter utilitario que el concepto de independencia tiene para los nacionalistas de CiU. Así pues, no se trata de exigir la emancipación de Cataluña stricto sensu, sino de alcanzar simplemente una suerte de independentismo asimétrico que desarrolle el concepto similar de federalismo alumbrado en su día por el socialista Maragall. En otras palabras, los nacionalistas catalanes quieren la independencia, siempre y cuando la nación española no exija a su vez lo mismo respecto a Cataluña.

No cabe duda de que está bien pensado. Con este sucedáneo independentista, la casta dirigente catalana seguirá disfrutando de las ventajas que le proporciona su pertenencia formal a un país miembro de la Unión Europea, sin afrontar el futuro incierto que acarrea necesariamente el nacimiento de un nuevo estado llamado a sufrir grandes dificultades, no sólo económicas, en cuanto rompa los lazos con la nación milenaria de la que siempre ha formado parte.

La sensatez de los convergentes queda acreditada con su propuesta de un pacto fiscal con el Gobierno de España, a cambio de contener la amenaza independentista que el pueblo hizo evidente el martes pasado. Al resto de fuerzas nacionalistas le dicen que eso no implica renuncia alguna a la independencia soberana, objetivo último por todos compartido según dicen cuando se acercan las elecciones, sino tan sólo un paso más en un proceso que necesariamente ha de agotar sus distintas fases en el tiempo hasta alcanzar ese objetivo.

La esquizofrenia política, que en el nacionalismo catalán está ya muy avanzada, exigiría del Gobierno de España un adecuado tratamiento de choque para, al menos, evitar posibles contagios. La ventaja de Mariano en esta negociación es que, a diferencia de los catalanes, el porcentaje de españoles que quiere independizarse de Cataluña debe rondar ya el 98% y no deja de subir. Independencia de verdad y con todas sus consecuencias, no los sucedáneos fuleros con que va a intentar amenazarlo Artur Mas en su reunión de la semana próxima.

Ningún jugador de póker se dejaría amedrentar por los faroles del contrario llevando una mano así. Rajoy tal vez lo haga. Es el problema de tener un presidente que prefiere el ciclismo al Texas Hold’em.

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