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Pablo Planas

Boxear con el fantasma de Franco

El presidente que no ha pasado por las urnas se ha buscado al peor enemigo para mostrar su virilidad de macho alfa de la izquierda europea.

El presidente que no ha pasado por las urnas se ha buscado al peor enemigo para mostrar su virilidad de macho alfa de la izquierda europea.
El dictador Franciso Franco junto al general Balmes | Archivo

Desenterrar un cadáver no es fácil, pero tampoco imposible. La denuncia de una mujer que decía ser hija de Salvador Dalí desembocó en la compleja exhumación de la momia del genio para comprobar que efectivamente no era el padre de la querulante. El embalsamador, don Narcís Bardalet, quedó encantado al comprobar que treinta años después el bigote estaba intacto y aún marcaba las diez y diez.

En el caso de Franco, Antonio Piga, el único embalsamador que queda con vida de los cuatro especialistas forenses que acondicionaron el cadáver, asegura que el cuerpo debería estar en las condiciones óptimas de estos casos: como la mojama por efecto de la deshidratación. Claro que no se le puede desenterrar como a Dalí porque nadie va por ahí diciendo que es hijo de Franco ni ha puesto una denuncia para sostener tal causa. Encontrar al hijo o a la hija perdida de Franco es lo último que le falta al Gobierno de Pedro Sánchez en su ofensiva contra el dictador muerto. Sería una vía legal más practicable que las ponderadas hasta ahora.

El bello Pedro boxea contra un fantasma al que ya ha convertido en el Cid Campeador. El cadáver resiste, el Alcázar no se rinde y los benedictinos hacen su agosto en el escenario de la última batalla de la Guerra Civil. El PSOE ha puesto de moda a Franco, el cadáver cotiza cada vez más alto en un combate terminal. O Sánchez o la momia.

El presidente que no ha pasado por las urnas se ha buscado al peor enemigo para mostrar su virilidad de macho alfa de la izquierda europea. El Gobierno da muestras de haber dado por perdida Cataluña y ha causado un estropicio de dimensiones continentales en materia de inmigración. Las mafias del tráfico de desesperados corren la voz de que España ha abierto las puertas y muestran las imágenes de la alegría de los cien "migrantes" del último salto de valla ceutí. Más son los que se echan al mar y mueren, pero también los que consiguen alcanzar las costas de Europa por esa vía.

Sánchez echa el resto con Franco. Si fuera el presidente de la Generalidad no tendría ningún problema con la Iglesia, que en este caso se remite a la familia del fiambre. La curia es la autoridad competente en materia de finados en sagrado según el concordato con el Estado Vaticano. Incluso en Cataluña, donde los curas colocan la estelada en los campanarios y celebran misas amarillas por los golpistas y cenas a base de guardias civiles andaluces a la brasa y manitas de jueces y fiscales.

En el asalto al Valle de los Caídos, el Gobierno exhibe un decreto ley, modificación de la ley de memoria histórica del comandante Zapatero. Los deudos consanguíneos de Franco se remiten al Papa y el arzobispado de Madrid, órgano competente en camposantos, desliza que el Gobierno tendría que acordar con la familia el traslado del cuerpo o no hay caso.

El asunto de las inmatriculaciones de la Iglesia es una de las escaramuzas más interesantes del fragor de la batalla del Valle de los Caídos. El Gobierno amenaza con una Desamortización de Mendizábal, dejar a la Iglesia en cueros, sin la catedral, antes mezquita, de Córdoba, el Pilar y la Sagrada Familia, que son el negocio turístico del siglo. Los nietos de Franco podrían estar abiertos a negociar. La vía jurídica les favorece. Tras años de patadas judiciales hacia arriba, el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos podría considerar una ignominia remover a los muertos.

Si Sánchez se ajusta a los procedimientos y no actúa a la manera catalanista, en la próxima Navidad y más allá se tendría que estar hablando del monstruo del lago Ness de este verano. Otra cosa es que haga como Mas, Puigdemont y Torra, se limpie el trasero con la legalidad y entre a saco Paco en la propiedad privada donde yacen los restos del muerto. De la ley a la ley, el Valle de los Caídos debería ser el Stalingrado de Sánchez.

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