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Pablo Planas

De "charnegos" a "unionistas"

Circula el rumor de que el órdago separatista de Artur Mas y Oriol Junqueras ha sido desactivado.

Circula el rumor de que el órdago separatista de Artur Mas y Oriol Junqueras ha sido desactivado. Los más sagaces analistas aluden al efecto adormidera de Mariano Rajoy, quien administra sobre los problemas una concepción del tiempo oriental. Donde algunos sólo ven abandono, habría en realidad una sutil e hipnótica táctica que ha operado ya de forma irreversible en el subconsciente independentista. De ahí las primeras contradicciones, las grietas en el que hasta hace un par de semanas era un sólido bloque soberanista y el giro del PSC. Es cierto que el independentismo está divivido, lo que es bastante normal tratándose de separatistas, cuya lógica no es la de convencer sino la de imponer. También es cierto que en los últimos días los principales líderes del movimiento, desde los camisas pardas de ERC a los camisas viejas de Convergencia, han tomado por costumbre dispararse en el pie para hilaridad general.

En apariencia, no hay más clave en la política catalana que el humor, pues no de otra manera se puede entender que Mas hable de la aniquilación del pueblo catalán en el Museo del Holocausto o que Junqueras amenace en castellano y en Bruselas con paralizar durante una semana la economía catalana. Incluso lo del consejero Mas-Colell en Madrid es de club de la comedia. Calificar la posición del Gobierno en relación a Cataluña de "línea extrema" es un chiste. En cambio, lo que ya no es broma es que esa línea pueda provocar la creación de un Estado catalán en esta generación o la siguiente.

Hay mucho cachondeo, sí. Se está al corriente de todo lo que han hecho los partidos nacionalistas para llegar hasta aquí, los cientos de millones de euros de dinero público gastados en TV3, en propaganda independentista, en subvenciones a medios afines, en asociaciones cívicas. Es evidente también que la política educativa de la Generalidad es un instrumento al servicio del nacionalismo en el que los derechos individuales están por debajo de las consignas políticas; que su objetivo no ha sido el de formar sino el de adoctrinar. Se ha denunciado por activa y por pasiva, como también se han denunciado el incumplimiento de las sentencias, la creación de un clima social hostil hacia todo aquello sospechoso de ser español o la implantación de unos "valores" que, entre otros efectos, han provocado curiosidades como la catalanización del apellido del chaval de la chancla vía acento grave o la prohibición de los toros y los souvenirs flamencos.

Todo esto se ha querido explicar a veces como una tapadera de los negocios del clan Pujol o como una cortina de humo para ocultar la quiebra económica de la Generalidad, la corrupción en el oasis o los pufos de la mera política. Se ha teorizado sobre la inevitable tendencia al victimismo de los nacionalistas, sobre la imposibilidad metafísica de satisfacer las reivindicaciones siempre crecientes de CiU, etc. Es verdad. Si algo no ha cambiado en la política española en democracia es la presencia de un nacionalista dando el coñazo, chantajeando, amenazando y abroncando al personal. En el caso de los nacionalistas catalanes, o echan la bronca o dan lecciones. Pujol hacía las dos cosas. Ahora es Mas quien pega la bronca y Junqueras quien va dando lecciones por ahí con un tono de suficiencia que es tenido por el colmo de la moderación y la sensatez en Cataluña.

Sin embargo, en treinta años no hemos tenido noticias de ninguna iniciativa política o legal procedente del Estado orientada a evitar el adoctrinamiento en las escuelas, el despilfarro en propaganda, las discriminaciones lingüísticas, las manipulaciones mediáticas, la construcción artificial del pasado y todo eso que sí sabemos a ciencia cierta que ha hecho y hace la Generalidad. Y si la ha habido, simplemente no se ha cumplido la ley, se ha hecho caso omiso y se ha seguido poniendo el cazo y dando coces. Puede que lo de Mas-Colell haga mucha gracia (en TV3 le llaman "el profesor chiflado") o que lo de Fernàndez sea para tomárselo a risa y pasapalabra. Sí, sí, en el independentismo empieza a haber grietas, pero en Cataluña también hay una fractura social evidente y un porcentaje nada desdeñable de la población que está convencida de que España le roba y de que los vecinos que no hablan catalán son unos invasores colonialistas. "Unionistas" se les llama ahora a los que antes se conocía como charnegos desagradecidos. Es el calificativo genérico con el que se identifica a los votantes del PP, de Ciutadans y hasta del PSC en los medios públicos y en los debates políticos. Hay quien sostiene, incluso entre los apelados, que es menos ofensivo que lo de "charnego", más comprensible que lo de "botifler" y casi políticamente correcto. Puede que Mas se raje y Junqueras sea un bluf. No sería la primera vez que pasa; está el precedente del Plan Ibarretxe y tanto que iba a llover. Lo que es seguro es que no hacer nada por una parte y hacerlo todo por la otra es lo que nos ha llevado hasta aquí, a un paso del punto de no retorno.

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