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Pablo Planas

El Cabo de Hornos es Cataluña

A lo mejor al príncipe Felipe esto le está empezando a quedar claro. A él le han negado la mano. A muchos, el pan y la sal, y cada día.

El líder nacionalista en Madrid, Duran Lleida, el jefe de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, y nueve de cada diez empresarios recomiendan al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que dialogue con el presidente de la Generalidad, Artur Mas. La clamorosa apelación contiene implícito un reproche a la quietud de Rajoy, a esa imperturbabilidad mansurrona que tiende a confundirse con la ataraxia, el alejamiento meditado consciente, voluntario y radical de las pasiones. Se sabe que ha dejado de fumar puros y que sus discursos no son precisamente apasionantes, pero el estoicismo lo ponen generalmente sus oyentes y destinarios. No Rubalcaba, Duran o Mas, sino el resto de los españoles.

Del Debate del Estado de la Nación cabe concluir que la posición del Gobierno respecto a la cuestión catalana no ha cambiado en las últimas semanas. Parece que a Rajoy le sepa fatal, pero no puede hacer nada para facilitar el truño de referéndum que propone el frente separatista. La Constitución no lo permite, alega apesadumbrado el presidente, a quien sólo le falta añadir un "Si yo pudiera...". La ley no me deja, redunda Rajoy. Es en ese punto donde Rubalcaba echa en falta algo más y Duran algo menos. El embajador catalán en el Palace alega que un informe de la Generalidad ha detectado al menos cinco agujeros negros en la Carta Magna por los que cabría la autodestrucción de España en cinco minutos. Y todo legal. ¿Qué dice usted a eso?, espeta Duran a Rajoy en una baile de bastones ejecutado con los palitroques del algodón de azúcar. Ni uno ni otro se salen de lo previsible, pese a que el asunto de Cataluña es todo menos previsible. Otra cosa es que la capacidad de sorpresa tenga límites y ya hasta quepa que los pájaros disparen a las escopetas por lucir tricornio.

El discurso de Duran hace aguas por todos los costados y lo defiende con tan escasa convicción como derroche de profesonalidad. Duran no cree en nada (hablando de política, claro) y mucho menos en Mas, por lo que hace el ridículo, el dirigente socialcristiano, con el atenuante de la vergüenza ajena, la que le provoca su president. El discurso de Rajoy tampoco es perfecto. Las preguntas retóricas quedan resultonas, eso del "¿Qué haría usted si se enterara por los periódicos de una consulta con dos preguntas?"; y lo de haber doblado el Cabo de Hornos, pase; pero falla la urdimbre. Rajoy se parapeta tras la ley, pero la ley no se cumple en Cataluña, que es un territorio excepcional. En todos los sentidos, incluido el de incumplir las sentencias, manipular la administración de justicia, acosar a periodistas incómodos, espiar a los rivales políticos y borrar el más leve rastro del español y de España, entre otras conocidas circunstancias. Y no es que se pisoteen los derechos individuales, es que se taconea sobre ellos, con alevosia y rítmica persistencia. Así que lo de Rajoy y la Constitución está genial, es de libro, punto para el presidente, pero tiene más de retórica que de práctica. Es otro agujero negro.

A lo mejor al príncipe Felipe esto le está empezando a quedar claro. A él le han negado la mano. A muchos, el pan y la sal, y cada día. Sólo por decirse españoles, catalanes pero españoles, catalanes luego españoles o españoles y catalanes, en cualquiera de sus acentos, matices, por esos órdenes o por otros. Pero tampoco hace falta llegar a tanto. Basta sólo con no ser nacionalista. Eso es el diálogo.

El Cabo de Hornos es Cataluña. El de la economía podría ser, si acaso, el de Buena Esperanza.

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