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Pablo Planas

Felipe VI, "canya al Borbó"

Si el nuevo reinado arranca a finales de este mes, en cuatro se le puede haber ido al garete parte de la herencia.

La producción de sandeces por parte del nacionalismo catalán es de tal intensidad que ya se han establecido abracadabrantes conexiones entre su relato de la Guerra de Sucesión y el hecho de que don Felipe vaya a suceder a su padre con el VI a continuación. Como quiera que el derecho a decidir por el España nos roba tiene su teórico origen en la caída de Barcelona en 1714 en manos de las tropas del primer Borbón, Felipe V, a Felipe VI se le espera y puede que se le reciba como si en vez de trescientos años apenas hubieran pasado trescientos días de aquello. Y si es que aquello hubiera sido como dicen. En cualquier caso, como la ocasión la pintan calva, lo de Felipe VI les parece la cuadratura de un círculo perfecto, del primer al último Borbón.

El todavía príncipe conoce el paño y se dio de bruces con el cuando en la feria de los móviles de Barcelona un tipo puesto allí por Mas y Quico Homs se negó a darle la mano y la "hazaña" corrió como la pólvora en las redes sociales y en los medios de la propaganda nacionalista. Y de poco le van a valer sus previsiblemente buenas intenciones ante un problema que se le presenta a 160 días vista, esto es el referéndum separatista del 9-N. Si el nuevo reinado arranca a finales de este mes, en cuatro se le puede haber ido al garete parte de la herencia. Tampoco sirve de nada, en el corto plazo, que el proceso separatista sea absurdo, surrealista, patético y de una obscenidad "intelectual" sin parangón.

Don Felipe ya sabe por boca de Mas que el proceso no cambia, que el cambio en la Jefatura del Estado no le afecta, que sus planes, los de ERC y los de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) son inmutables, inalterables e inaplazables. En efecto, hace más de dos años ya que Cataluña vive en modo República independiente sin que la insurrección institucional les haya causado a sus responsables la más mínima consecuencia o perjuicio digno de consideración. Y con tan poco tiempo hasta el 9-N, a don Felipe sólo le cabe confiar en que la acción del Gobierno de la Nación respecto a Cataluña no sea la última. En principio y por ser optimistas, no debería ser muy complicado enderezar la situación. El bloque separatista catalán ha dado hasta el momento tantas muestras de ambición como de ineptitud y no hay más que ver como el desalojo de una casa okupada en un barrio de Barcelona ha puesto a la Generalidad que quiere ser Estado contra las cuerdas y patas arriba.

Para su desgracia, el expediente catalán puede que no sea el más complejo al que se enfrente en los próximos días el futuro rey. La crisis intitucional está en el origen del arrebato separatista. Y la corrupción, a la que no ha sido ajena ni la monarquía, está en el origen de la crisis institucional que excreta casos como el de Urdangarín o el de Mas, dos formas, como tantas otras, de incumplir las leyes sin atenerse ni a las circunstancias ni a las consecuencias.

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