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Pablo Planas

La conspiración antimonárquica

Que PSOE y Podemos se enzarcen sobre la Corona sólo tiene dos lecturas posibles: o la coalición está en las últimas o uno de los socios va de farol.

Que PSOE y Podemos se enzarcen sobre la Corona sólo tiene dos lecturas posibles: o la coalición está en las últimas o uno de los socios va de farol.
EFE

No es una cuestión menor que los socios del Gobierno socialcomunista discutan sobre la forma del Estado. Sin embargo, tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias asumen las diferencias con una extraordinaria deportividad. A Iglesias le parece fatal que el primero haya participado en la operación destierro de Juan Carlos I y a Sánchez le parece estupendo que su vicepresidente segundo se suba por las paredes mientras sopesa salir al balcón a proclamar la república plurinacional de los morcones ibéricos.

Pueden entenderse debates sobre el redactado de una u otra ley, disputas en torno a determinadas partidas presupuestarias, controversias y polémicas varias sobre el reparto de fondos, el acento ecologista, animalista o vegano de tal o cual proyecto, pero que PSOE y Unidas Podemos se enzarcen sobre la Corona sólo tiene dos lecturas posibles: o la coalición está en las últimas o uno de los socios va de farol. Quédense con la última opción.

Si, tal como dice, Sánchez es un fan total del pacto constitucional, Iglesias, su compañera Montero, Garzón y Yolanda Díaz deberían haber sido puestos de patillas en la calle al primer rebuzno antimonárquico. Como no ha sido el caso, cabe interpretar que en el Gobierno se practica el típico reparto de papeles que viene siendo conocido como el del poli bueno y el poli malo. Sánchez es el primero e Iglesias, el nerviosito.

Recuérdese que cuando el rey Felipe VI emitió el comunicado en el que renunciaba a la herencia de su padre y le retiraba la asignación oficial, le faltó tiempo a Podemos para organizar una cacerolada contra la Monarquía. Recién comenzaba el confinamiento y las huestes de Podemos e Izquierda Unida agitaban la campaña Corona Ciao y gritaban por los terrados: "¡La única solución, abdicación y referéndum!".

Al igual que ahora, Juan Carlos no tenía la condición de investigado, lo que no era óbice para que dirigentes de izquierda, separatistas y proetarras graznaran en medios públicos y privados que sobre el emérito pesaban graves acusaciones judiciales, lo cual era y es mentira. Al menos por el momento. Sin embargo, algunos elementos no precisamente preclaros aconsejaron a Felipe VI que alzara lo que se denominó entonces un "cortafuegos".

Algo muy parecido ha sucedido ahora. El poli bueno no ha parado de conspirar y presionar al Rey hasta conseguir que desahuciara de Zarzuela a su padre. Se discute quién ha forzado la marcha al extranjero, si el hijo, el padre, Carmen Calvo o Iván Redondo. Lo que parece claro es que hubiera sido mejor opción una retirada sin destierro para evitar al menos el torticero argumento de que Juan Carlos se ha fugado, la tesis favorita de los podemitas y los mamporreros del prófugo Puigdemont.

De lo que no hay duda es del calado de la operación antimonárquica, perfectamente diseñada por la izquierda y los separatistas y a la que en ningún modo es ajena la Moncloa. Se recogen firmas para un referéndum, arden las redes y se desgañitan torras y rufianes. El Parlament regional de Cataluña se prepara de nuevo para proclamar la república este viernes. Y Sánchez toca la lira mientras contempla el incendio, el desplome del PIB, el aumento del paro, las colas del hambre, el virus desatado y los clarines de la república.

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