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Pablo Planas

Las familias de los golpistas

Puigdemont y Junqueras no se toleran, pero sus lugartenientes negocian disparates como montar un Gobierno en Bruselas y otro en Barcelona.

Puigdemont y Junqueras no se toleran, pero sus lugartenientes negocian disparates como montar un Gobierno en Bruselas y otro en Barcelona.
EFE

El espectáculo de los derrumbes en el Tribunal Supremo de los Jordis, Forcadell, Romeva, Forn y otros dirigentes golpistas no ha hecho mella en los propósitos insurrectos de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y el huido Puigdemont, que llaman a las barricadas para restaurar la república catalana y al fugado en su poltrona libre de polvo y paja judicial. De momento, se han presentado cuatro voluntarios con sus tiendas de campaña en la Plaza de Cataluña de Barcelona. Dicen que no se van hasta que no vuelva el expresidente en calidad de presidente.

El circo catalán es una función de variedades con el picante de los mensajes privados de Puigdemont a Comín y los audios de las deposiciones donde Llarena de los coroneles del golpe de Estado. El contraste entre las soflamas públicas pasadas e incluso presentes y lo que dijeron en sede judicial con voz trémula y apagada debería ser demoledor para su causa, pero la audiencia separatista no capta el sentido de la abrumadora frivolidad y la penosa fragilidad de quienes han provocado la fractura de la sociedad catalana.

Que el 1-O no pasó nada, que acatan el 155, que son unos campeones del pacifismo, católicos, apostólicos y romanos incluso, que tienen hijos, nietos y padres enfermos, que no lo volverán a hacer y que es más triste pedir que robar, alegan los encausados, aquellos que decían que los Mossos estaban para garantizar que la gente pudiera votar en el referéndum, los mismos que montaron la huelga salvaje del 3 de octubre, los que festejaban la república en las escaleras de un parlamento tomado al asalto por alcaldes y concejales separatistas. Los del ni un paso atrás y "els carrers seran sempre nostres". Ahora resulta que tienen familia. ¿Y quién no?

Lo que también tienen es un capo que no hace más que echarles tierra encima desde una mansión en Waterloo y que encima ha sido incapaz de ponerse en contacto con la familia de su vicepresidente Junqueras, según el cuñado del preso. La banda está rota. Puigdemont y Junqueras no se toleran, pero sus lugartenientes negocian disparates como montar un Gobierno en Bruselas y otro en Barcelona. Tampoco se cortan a la hora de dar publicidad a sus planes de futuro, las "acciones valientes" que propugna la ANC o la activación de la asamblea de electos para retomar el proceso. Pollos sin cabeza ante la fiscal Madrigal y muy gallitos cuando están sueltos.

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