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Pedro de Tena

Día de Difuntos

La nación española, toda ella, debe hablar alto y claro. Esto no puede volver a repetirse.

Larra, al final de su famoso artículo, exclamaba ante una tumba vacía: "Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos, ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza! ¡Silencio, silencio!". Tras esta neopolítica del género fantástico-burlesco que han inventado los separatistas catalanes, cuyo seguimiento hubiera agotado al propio Heráclito, es posible que muera la esperanza nacional. Pero, como en el caso de don Juan Tenorio, hay muchos personajes de esta obra que están muertos, tienen la tumba política dispuesta y aún no se han dado por enterados por no estar enterrados.

La esperanza nacional puede morir en esta payasada. Primero, porque cayó gravemente enferma tras esperar, esperar y esperar una reacción contundente del Gobierno de España ante los asesinatos y humillaciones que sufrían los españoles en País Vasco y Cataluña. Fue la buena voluntad de la Transición y su ley electoral lo que permitía a los separatismos encubiertos medrar para sus fines y arbitrar en el Congreso y en el Senado. Luego fue Felipe González el que, por necesidades del servicio, pactó con el diablo, asentando al independentismo en las instituciones. Aznar, que no quiso desaprovechar la oportunidad de gobernar, fue quien rompió a hablar catalán en la intimidad poniendo la cabeza de Vidal Cuadras en una bandeja. En otra quedaría luego la de Mayor Oreja. Recordemos después al dúo Zapatero-Montilla, que, para rizar el rizo, fueron socios de gobierno de los separatistas, levantaron el muro del Tinell y alentaron el horizonte independentista. Luego vinieron Mariano, Soraya y Pedro Sánchez, pusilánimes cada uno a su manera, desde la prudencia-cobardía disfrazada de majestad del Estado a la insoportable ambigüedad del ser con la roncha populo-leninista en la chepa. Menos mal que en esto habló el Rey. No impidió el golpe, pero nos alivió la congoja.

Aun así, gravemente herida, la esperanza nacional puede morir del todo en los próximos meses. Algunos síntomas de su recaída son: haber visto a Puigdemont tomando vinos después de proclamar la República catalana; haber escuchado a un ministro, aristovaina además de portavoz, animando al golpista a concurrir a las elecciones del próximo 21 de diciembre y, por tanto, dando por supuesto que ni será detenido ni inhabilitado ninguno de los perpetradores del estacazo; no estar oyéndose nada de la inspección de la educación; el mutis sobre de los medios de comunicación al servicio del separatismo; el silencio sobre las sentencias incumplidas de los tribunales altos y bajos; el mutismo sobre el castellano como idioma oficial-real en las oposiciones laborales, rótulos de establecimientos y cualquier otro ámbito y tantas muchas cosas.

Puestos a preferir, prefiero que no muera la esperanza de los españoles, aunque para ello tengan que morir, políticamente, algunos personajes de esta farsa. Además de los altos cargos independentistas que han atentado contra la convivencia nacional, añadiría a Mariano Rajoy por haber consentido todo lo ocurrido. A Soraya Sáez de Santamaría por haber fracasado y ser premiada por ello (¡ole!). A Pedro Sánchez, porque se le ha notado demasiado que lo suyo son las nacioncitas del PSC antes que la nación del PSOE. A Iglesias y a Colau porque su numerito de las personalidades múltiples ha sido revelador de un oportunismo hediondo y sin escrúpulos.

Sí, estoy deseando que lleguen las elecciones para ver si es posible nuestra curación y tapar las tumbas abiertas. ¿Las catalanas? Sí, sí, pero, sobre todo, las generales, que no deben tardar, para poner a cada uno en su sitio. La nación española, toda ella, debe hablar alto y claro. Esto no puede volver a repetirse.

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