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Pedro de Tena

La destrucción de la nación española

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. No. Optimista no soy.

Seguramente, los habitantes que un día formaron parte del primer reino-Estado español, que edificaron los Reyes Católicos y que llegó desde las islas Filipinas (que se llaman así por Felipe II, por si no lo han leído en los textos de las sucesivas logses) a las tierras alemanas –Carlos I de España era Carlos V de Alemania–, pasando por California o Argentina, no se imaginaban que sus descendientes, esto es, nosotros, íbamos a ser acusados de todos los males posibles del mundo mundial. Primero, por los inventores de la Leyenda Negra, algunos de ellos españoles, y luego por muchos de nosotros mismos, sobre todo de izquierdas, que echan los dientes odiando a España y su tradición.

Se creyó que las generaciones del 98, el 14 y el 27 habían acabado con los efectos de esa peste identitaria llamada Leyenda Negra (según la cual, como es sabido, los españoles hemos sido asesinos, ladrones, esclavistas, malvados conquistadores, etc., mientras que, naturalmente, Richelieu era un santo que maldijo la expulsión de los moriscos, los holandeses eran almas tan caritativas como las inglesas –gran raposa de Occidente la llamó el ignorante León Felipe–, los nazis, los nipones, los comunistas rusos, también los romanos, los hunos, los musulmanes, que en unos pocos años llegaron sin matar a nadie de La Meca al estrecho de Gibraltar... todos seráficos y angelicales menos los españoles.

Es más, no sé si recuerdan que hace unos años –las nuevas generaciones ya no saben qué fue el 11-M de 2004, qué perfección de desmemoria histórica– varias bombas mucho más potentes y asesinas que las de Bruselas y París juntas mataron a 193 españoles e hirieron a casi 2.000. Pero fíjense lo que son las cosas. Mientras que en París y Bruselas a nadie se le ha ocurrido culpar a sus gobiernos de las masacres, aquí la izquierda no sólo no esperó al fin de la investigación, sino que usó a las víctimas para lograr un vuelco electoral. Es más, si en París y Bruselas, a pesar de sus negligencias y errores, ya se sabe quiénes han sido los autores de los atentados, aquí todavía no. Pero, claro, España, según la izquierda, se merecía aquel castigo por su apoyo a la guerra contra el asesino Husein, por su defensa del islote Perejil, por su intento de que el gas argelino llegara a España sin pasar por todo el norte de África, por situarse con Estados Unidos, Inglaterra y Portugal como una coraza occidental incómoda para... Entonces ocurrió la transfiguración de Rubalcaba, con un sermón en un día de reflexión electoral que la historia no borrará jamás. Y luego nada. Víctimas al olvido y Zapatero al bollo político.

Viene todo esto a cuento de la página de unos musulmanes andaluces que se refieren a la causa de la expulsión de los moriscos españoles en 1609. Según ella, los moriscos eran los descendientes de las personas que en el pasado de Al Ándalus profesaron la religión musulmana que "desde que comenzó la conquista [no reconquista de la ocupación musulmana de 711] del territorio de Al Ándalus se fueron desplazando junto a una enorme masa de población hacia el sur y luego a El Magreb". Según la web, eran la mayoría de la población ibero-romana –más los emigrantes que vinieron en los primeros siglos del emirato–, o sea, casi la totalidad de los habitantes del territorio peninsular, minorizados por un puñado de pérfidos conquistadores cristianos del Norte hasta forzar su expulsión. Como lo leen.

Menéndez Pidal escribió que el gran error de la izquierda española era dejar la historia de España y la tradición en manos de la derecha. Calló que la destrucción de la nación española se completaba con la deformación sectaria de la propia historia, derechas e izquierdas juntas, en la más espectacular aniquilación de una identidad nacional que recuerdan los siglos. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. No. Optimista no soy.

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