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Pedro de Tena

La resurrección

Con cien años de soledad, paro y retraso, ya hemos tenido bastante.

Ay, este Sur que estos días se clava en los maderos de las cruces aferrándose a un arquetipo que le impide acordarse (y horrorizarse) de su historia moderna y contemporánea. Ya lo decía el eminente Mircea Eliade, que dudaba entre si estos reflujos eran pasado o futuro. "No está vedado –decía al final de su obra más conocida–, concebir una época, no muy lejana, en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia, se vea obligada a dejar de seguir haciendo la historia en el sentido en que empezó a hacerla a partir de la creación de los primeros imperios, en que se conforme con repetir los hechos arquetípicos prescriptos y se esfuerce por olvidar, como insignificante y peligroso, todo hecho espontáneo que amenazara con tener consecuencias históricas". La Semana Santa, sobre todo en Andalucía, es el eterno retorno de lo mismo como libertad espiritual frente a la historia. La historia es el régimen, la Junta, el paro, la dependencia, el sometimiento y el retraso. Los pasos, las dolorosas y los crucificados son la libertad, la libertad de la fe, que supera a la naturaleza y a la historia prometiendo incluso resurrección y cielo. Así durante un tiempo nos olvidamos de esta historia interminable de una izquierda incapaz y corrupta, tanto que, además de succionaar sin freno el dinero público, ataca a la religión en las escuelas mientras sale con el varal de plata en demasiadas cofradías.

Más de cien años de soledad y retraso llevamos los andaluces en la historia de España, Europa y el mundo. Se habla constantemente de Cataluña y el País Vasco. De Galicia, a lo sumo, alguna vez que otra. Pero sobre Andalucía, esa verdadera Castilla la Nueva, se guarda silencio y confabulación. Apenas algún estudioso puso el dedo en la llaga de las infames decisiones político-presupuestarias del Estado español, sobre todo conservador, que consagraron la supremacía vasco-catalana desde finales el siglo XIX y el hundimiento de las castillas, sobre todo Andalucía. Los grandes señores andaluces de antaño fueron los cómplices y los nuevos señoritos socialistas de ahora, han sido y son incapaces de impedir la tragedia andaluza. Yo no creo, no quiero creer que las regiones –permítanme el abuso sobre las líneas de García Márquez–, condenadas a más de cien años de soledad, paro y retraso, no tengan una segunda oportunidad sobre la tierra española. Pero, claro, para que el Sur cambie, los andaluces necesitamos descender de los arquetipos y acogernos a la libertad de la historia, esto es, disponernos a cambiar de rumbo por nuestro propio bien.

La Junta poblada por las izquierdas aspira a ser el arquetipo andaluz del futuro. Cada cierto período de tiempo los andaluces vuelven a las urnas pero su libertad parece predeterminada por el condicionamiento. Tiene que haber un paradigma mental inseminado hasta el tuétano cerebral por los maestros de la propaganda. O eso o el masoquismo sin medida de un vivan las caenas. Fuera de la Junta no hay salvación, fuera de la izquierda sólo hay peligros, condenación eterna, expulsión del paraíso (¿qué paraíso puede ser posible con un 36 por ciento de paro y con más de cien años de retraso y soledad?).

¡Qué felicidad para el régimen sería ver a un Manolo Chaves en un Huerto de los Olivos a hombros de sus penitentes andaluces, con lo que ha sufrido y sufre el pobre, o a una Susana Díaz en su calvario de gabinete de imagen o en su penúltima cena con IU, traidora incluida! Y que vinieran volando saetas temblorosas sobre esa mayoría que llora implorando perdón por sentir la tentación de votar a otras opciones más racionales, un pecado mortal de los más gordos casi cometido en marzo de 2012.

Pues en este domingo de Resurrección les invito al milagro, a derribar a estos falsos ídolos okupantes de blasfemos pasos de misterio y de republicanos tronos y a empuñar las riendas de la historia, una humilde historia de libertad, de empleo, de cultura, de oportunidades, de fin del maniqueísmo intelectual, de imperio de la verdad y la legalidad y de búsqueda del sentido en el seno de España y Europa, una historia libre que no pueda escribirse con más de cien años de antelación como sueñan los aprendices de dictadores. Con cien años de soledad, paro y retraso, ya hemos tenido bastante.

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