Menú
Pedro de Tena

Navidad, izquierda totalitaria y espacios públicos

Como el franquismo me encarceló y no soy creyente, me parece que puedo urgir equilibradamente a una reflexión sobre el espacio público.

En noviembre y diciembre fui a ver el espectáculo Navidad cantaora en dos espacios públicos. Fui al teatro del barrio sevillano de Pino Montano, con un gobierno municipal del PSOE, y fui al teatro municipal de Tomares, municipio gobernado por el PP. Dos llenazos e incluso ovación de gala y el público puesto en pie mientras se repartían pestiños entre los asistentes. ¿Qué es Navidad cantaora? Un intento popular –la izquierda totalitaria cree que el pueblo es exclusivamente ella misma y de ella misma– de que no se pierdan las tradiciones esenciales acerca de la Navidad y cómo se ha celebrado desde Jerez a Sevilla mediante villancicos unidos al cante grande. En el escenario, junto a un gran niño Jesús, tres cantaoras de gran trayectoria –Natalia Marín, Eva Mengíbar y la cada vez más intensa y cuajada Alicia Gil– reproducen cómo era la Navidad en los patios de Triana, Sevilla y Jerez. Cantan, cuentan y transmiten y el público reconoce su infancia y adolescencia. Grande, tanto que uno no se explica cómo este derroche aún no se ha presentado en los teatros de España, especialmente Madrid, cada vez más centro y capital de España.

Me pregunté al salir de una de estas representaciones si en un Ayuntamiento regido por Izquierda Unida o Podemos, en un teatro de propiedad municipal, podría representarse Navidad cantaora. Mi pregunta no era retórica. Recordaba cómo en Sevilla, no hace tanto, Izquierda Unida prohibió un homenaje al gran escritor Agustín de Foxá, falangista en 1937, inspirado por Aquilino Duque, en un espacio público. O sea, puede agasajarse donde sea y como sea al espeluznante y guerracivilista matrimonio Alberti, pero no puede hablar Rosa Díez en la Complutense y se la escracha alevosamente. Acabo de leer el relato que hace en estas páginas Pedro Fernández Barbadillo sobre la actitud hostil y prohibitiva de la izquierda totalitaria, con apoyo del PSOE, en la celebración de la toma de Granada, el 2 de enero de 1492. Únase lo dicho al torpedeo directo e indirecto de las celebraciones tradicionales de la Semana Santa (recuérdese la iniciativa del Jueves Laico), la cabalgata de los Reyes Magos (lo de las Reinas Magas del experimento Carmena o celebrar los solsticios de invierno es de traca), el ataque a las capillas instaladas en espacios públicos como hospitales o universidades y una larga relación de agravios que culmina en la retirada de símbolos franquistas –ya historia– y la permanencia de otros, como la estatua de Largo Caballero en el Paseo de la Castellana de Madrid. Decía Ortega que nada hay más conservador que pretender que la historia siga viva en el presente en vez de dejarla descansar en el pasado.

Como el franquismo me encarceló y no soy creyente, me parece que puedo urgir equilibradamente a una reflexión sobre el espacio público. Hubo una boba solemne que dijo que "el dinero público no es de nadie" (para usarlo partidistamente luego como le daba la gana), cuando, realmente, el dinero público es de todos. Como los espacios públicos, desde las calles a los teatros que pagamos y sostenemos como ciudadanos. En una democracia liberal, que es que no hay otra aunque no guste nada a los totalitarios del signo que sean, el respeto y la tolerancia recíprocos es el fundamento de la convivencia. Las sociedades democráticas como España no son multiculturales porque todas ellas descansan sobre el pilar de la cultura política democrática común, que tiene su historia en Occidente. En su seno caben plurales manifestaciones étnicas, sociales, políticas y culturales. Eso nos enriquece y nos permite convivir. Pero no pueden caber los totalitarismos ni los terrorismos porque prohíben lo que no consideran adecuado para su sistema de ideas o asesinan sin más a los adversarios o diferentes. 

El espacio público es de todos y las expresiones de los grupos existentes en la sociedad española deben tener cabida en ellos con especial atención a los más numerosos (¿o es que el número no es particularmente relevante en una democracia?). Pondré un ejemplo para el debate que creo debe extenderse para terminar con los prohibicionistas de la más rancia y obtusa izquierda. En un hospital o una universidad debe haber no sólo capillas católicas, sino espacios religiosos para protestantes, judíos, musulmanes, budistas y demás confesiones si lo solicitan. Lo que no puede ser es que se imponga la tesis de que el espacio público no es de nadie para que termine siendo pasto de los totalitarios.

O sea, que venga Navidad cantaora en los teatros municipales de España si así se quiere y se solicita y bienvenido sea un recital de José Bergamín o lecturas de Lenin en los mismos teatros, a los que libremente yo no iré, en otros días si así se quiere. Que en esta España somos muchos y diferentes y la diferencia no es un peligro, sino una bendición enriquecedora si se pasa por el tamiz tolerante y recíproco de una sociedad abierta y democrática. Y que siga el debate, si se quiere.

En España

    0
    comentarios