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Por la resistencia contra el régimen

Andalucía necesita un cambio de mentalidad colectiva hacia una sociedad sencillamente democrática y abierta.

Hace unos días, Alfonso Lazo, mi profesor de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Sevilla y entonces socialista de los de Tierno Galván, lanzó la propuesta de promover un movimiento cultural de resistencia que pudiera conducir, antes de un siglo, a la alternancia democrática en Andalucía y al fin del régimen instaurado por el PSOE en 1982. No se trata de impulsar un nuevo partido, no. Lo que nos faltaba era eso. No. Para que haya un cambio político en Andalucía se requiere un cambio previo de la mentalidad colectiva que ha sido penetrada por las creencias del régimen: que Andalucía es genéticamente de izquierdas, que la bandera andaluza es el puño y la rosa mucho más que su fondo blanquiverde, que la democracia sólo es auténtica cuando gobiernan las izquierdas, que al pueblo andaluz sólo pertenecen las personas que se dicen de izquierdas aunque su vida se parezca a la de unos señoritos que ya apenas existen y que, por terminar, de no gobernar las izquierdas en la Junta de Andalucía el sufrimiento de los débiles se multiplicará, las desigualdades crecerán y nadie cuidará de los más pobres. Aunque el régimen considera a Lazo un renegado, que, por cierto, conoce bien a una Susana Díaz que se inició en el aparato socialista sevillano, muchos lo consideramos un ejemplo de que los hechos deben hacer cambiar de opinión y de orientación vital a las personas cabales.

Tras haber asistido al fraguado del régimen desde 1982, y habiendo comprobado su insoportable levedad intelectual pero la inmensa gravedad de sus tendencias antidemocráticas, yo tomé su mismo camino a finales de 1995, hace ya casi veinte años. Andalucía, tras 13 años de gobiernos socialistas, seguía a la cola de España y Europa. Las ensoñaciones de un Rodríguez de la Borbolla que (al menos) quería hacer de Andalucía la California de Europa dejaron paso a un Chaves González, según algunos el más lelo del clan de la tortilla, que sólo quiso apuntalar un régimen y mantenerse en él. Sería lelo, pero hacerlo lo hizo y con una eficacia extraordinaria. Por eso, apoyé todo lo que pude –con escándalo de algunos, la desaprobación de otros y no pocas veladas amenazas–  a un PP refundado por José María Aznar, que tenía en Javier Arenas un líder indiscutido. Aunque cada vez que veía a Fraga me daba un repelús porque me metió en la cárcel en 1976, aquel PP era el PP de los "andaluces por el cambio" y parecía que todo en su seno era limpio y honorable, aunque luego hayan parecido dudas y manchas imperdonables. Aquel PP, que logró disponer de un buen número de intelectuales y profesores procedentes de la izquierda y la derecha y que obtuvo el apoyo de la mayoría de empleados públicos, pequeños empresarios y autónomos de la Junta de Andalucía con sus promesas de reforma, perdió en 2012 su oportunidad por razones inexplicadas. El desastre sufrido el pasado 22 de marzo no es más que el prefacio de otros desastres electorales de aquí a unos meses. El PP sigue sin entender, tal vez no quiera, cuál es la envergadura del régimen al que dice enfrentarse, siendo como es la mayor parte de la fuerza política necesaria para producir el cambio necesario. Si sigue insistiendo en sus errores, dejará de contar en el futuro.

Por ello, en Andalucía, que no es una ínsula Barataria, como en España, se necesita un cambio de mentalidad colectiva hacia una sociedad sencillamente democrática y abierta en la que el pueblo, la nación española y sus símbolos, su unidad fiscal y de mercado seamos todos y la democracia nuestra forma sincera y respetuosa, no "formal", de gobierno; en la que la oposición política y ciudadana sea una oportunidad de mejora y reforma y no un enemigo a exterminar; en la que las instituciones sirvan a los ciudadanos y no a los partidos; en la que la Intervención y los organismos de control del dinero público y del cumplimiento de las reglas de juego estén en manos profesionales y no políticas; en la que la justicia no dependa de los partidos ni de los grupos de presión; en la que los deberes estén al mismo nivel de los derechos, en la que los medios de comunicación se creen libremente sin necesidad del permiso del partido en el gobierno y reciban la publicidad proporcional a su influencia; en la que promover una empresa sea sencillo y rápido, en la que ser empresario sea un bien común no una enfermedad egoísta, en la que los profesores en todos sus niveles no adoctrinen sino que eduquen (etimológicamente, hacer crecer) a sus alumnos como ciudadanos libres y críticos, en la que lo público sea cuidado y no deteriorado por los abusos del público; en la que la solidaridad (también etimológicamente) hacia los más desfavorecidos sea de ida y vuelta y tienda poco a poco a ser voluntariamente decidida por una sociedad civil cada vez más protagonista en lugar de por el Estado; en la que la lucha contra la corrupción sea algo no sólo de periodistas, fiscales y jueces, sino de todos los ciudadanos, que no verán nunca más al bandido como héroe. Bueno, no está todo lo que es pero es todo lo que está.

Como dice el profesor Lazo, esta tarea no puede ser realizada por ningún partido por sí solo, sobre todo en Andalucía, donde como no ocurra algo, tendremos régimen, cada vez más putrefacto, eso sí, por muchos años y años. Profesor, vamos a ello. Le llamo el lunes para empezar a sumar mi grano de arena.

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