
El separatismo catalán es tan cansino, tan ucrónico y anacrónico, tan ridículo a veces y a veces tan obsceno por racista, por desleal y por ladrón, que apenas merece la pena hablar de él sino para combatirlo y reducirlo a residuo despreciable en la historia de España. Tenía que haberse hecho antes, cuando se pudo y cuando se comprobó que sus intenciones nunca fueron acatar y respetar la Constitución que aprobaron los catalanes (90,5% de síes). Tampoco fueron fieles a la de 1931 y, en compañía de otros fácilmente reconocibles, condujeron, golpe a golpe, a la guerra civil que perdieron.
Pero hay ocasiones en las que es necesario decir algo, sobre todo cuando alguno de sus próceres con tribuna pública y altavoces daña a un español de bien como este grande de España que es Rafael Nadal Parera, además de menospreciar, de paso, a Fernando Alonso, a la selección española de fútbol y al Real Madrid. El pamplinas se llama Alfons Godall y, lamentablemente para el Barsa, es un directivo de su presidente independentista, Laporta.
Para que se recuerde, anótese que lo que profirió este mentecato es que todos los mencionados son fruto del "Estado enemigo" (léase España) y que, especialmente, Nadal le producen angustia. Tiene suerte este gaznápiro de no tener ni idea de lo que ha dicho, ni de lo que significa, ni de las consecuencias que tendría si fuera verdad. Hasta Bakunin sabía que, "desde el punto de vista del Estado, todo lo que está fuera del Estado está privado de derecho." O sea que, de ser considerada España un "Estado enemigo", ¿qué acusación podría lanzarse contra ella, cuando la costra separatista disfruta de máximos derechos y mínimos deberes dentro de una Constitución democrática?
La declaración de enemistad contra España podría tener consecuencias que algunos ya previeron. Cuando la perpetró Napoleón, se merendó a Cataluña sin recurrir a derecho alguno ni respeto a nada. Se quedó hasta con Montserrat, luego recuperado patrióticamente por los españoles, esto es, los catalanes. El emperador no hizo caso de Rousseau, que, si bien consideraba que el fin de la guerra era destruir al Estado enemigo, tal contienda se debía ceñir a la reducción de los instigadores y jefes enemigos, no de toda la población. Kant dijo algo parecido. Lo que nadie se explica es cómo, en vez de hacer lo que se hace con un "Estado enemigo", la tonta España ceba y consiente que los responsables del "Estado enemigo" separatista hagan lo que les sale del fanatismo, hasta con los bienes e infraestructuras pagados por todos los españoles.
¿España un Estado enemigo? Si así fuera, el majadero culé estaría dando a los españoles, también a los que han nacido y viven en Cataluña, la oportunidad, incluso la obligación, de defenderse por medio de una contienda, cuando menos cultural, cuyo fin, dijo Ortega, es "el desarme del Estado enemigo o de su Gobierno" (los rectores del proceso que se creen un Estado enemigo de España), no una matanza (como hizo ETA), ni el perjuicio a individuos y familias, como hace el separatismo con los que se sienten y quieren ser españoles. Hasta en la guerra debe existir el Derecho, y no hay nada más enemigo del Derecho que la política separatista de los hechos consumados, el estilo tiránico. Es la minoría dirigente del separatismo quien se comporta como un "Estado enemigo" de España, no al revés. De ser así, no habría habido ni sucedido lo que ha habido y sucedido. ¿Se puede ser más memo?
Y luego está lo de la angustia que le produce Rafa Nadal. Pero eso sí se entiende. Le emanará de las pesadillas que debe de sufrir cuando imagina a un gobernante en España con un sentido de la Historia y de la dignidad de la democracia española como el que tiene el de Manacor del deporte, de su propia estima y de su patria española (y el Real Madrid). Y además, claro, está la insoportable gravedad de tener que soportar a un tipo ejemplar como Rafa mirando con respeto y admiración la bandera común de España. Angustia pura y dura.
