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Percival Manglano

El peligro de incentivar un Frente Popular

La izquierda no ha tenido hasta ahora un incentivo para presentar un frente común a unas elecciones; con la reforma propuesta, lo tendría.

La elección de Pedro Sánchez como nuevo secretario general del PSOE ha sido recibida por algunos comentaristas como el triunfo de la "izquierda sin sectarismo", gracias al cual "se aleja el fantasma del Frente Popular". El logo de campaña de Pedro Sánchez desmiente este análisis.

El gesto de Sánchez –repetido hasta la saciedad en sus mítines– es el del puño en alto. Este gesto fue característico del Frente Popular y del bando republicano en la Guerra Civil. Hay distintas versiones sobre su origen, pero tan inapelables son sus connotaciones de lucha, desafío y hostilidad como su asociación con los ideales de izquierda. Cuando Sánchez apela a la "unidad" mientras levanta el puño, es evidente que no se está refiriendo a la unidad de todos los españoles. Apela, más bien, a la lucha de clases, al enfrentamiento entre ricospobres y a una solidaridad impuesta por la fuerza. Apela a unos valores que alientan la división y el enfrentamiento entre españoles. La unidad sugerida por Sánchez es la de la izquierda: la del Frente Popular.

Cosa distinta es que el resto de la izquierda quiera aliarse con el PSOE. La extrema izquierda ha basado gran parte de su reciente auge electoral precisamente en diferenciarse del PSOE. Aliarse con él en las próximas elecciones podría restarle votos. Sólo un potente incentivo nuevo podría provocar dicha alianza.

Paradójicamente, la reforma propuesta por el PP para que gobierne la lista municipal más votada podría generar este incentivo. A la espera de conocer sus detalles, lo dicho hasta ahora tendría un gran efecto práctico: llevaría a que las alianzas entre partidos se hiciesen antes de las elecciones y no después, como hasta ahora.

En el momento de considerar la propuesta, se debe evitar caer en la trampa de dar por buenos con reglas distintas los resultados electorales que están arrojando las encuestas. Si las reglas cambian, cambian los comportamientos de los partidos y de los votantes y, por tanto, cambian los resultados. No está nada claro que este cambio vaya a beneficiar al PP.

Con el sistema actual, los partidos esperan a saber los resultados electorales antes de hacer sus cálculos sobre las alianzas necesarias para alcanzar la ansiada mayoría de concejales que da un gobierno municipal. Un nuevo sistema a dos vueltas o uno que premiase con una mayoría a quien obtuviese, por ejemplo, un 40% de los votos incentivaría crear alianzas antes de las elecciones. Si la victoria ya no la da una mayoría de concejales sino una mayoría de votos, los partidos variarán su estrategia (a través de alianzas) para conseguir una mayoría de votos.

Aunque sea una comunidad autónoma, el caso de Extremadura es bueno para ilustrar esta idea. Con las reglas propuestas para los ayuntamientos, habría sido impensable que PP e IU se aliasen antes de las elecciones para obtener una mayoría de escaños que le diese el gobierno al PP. Los dos partidos habrían perdido votos caso de alcanzar dicho pacto. El PP se benefició de las reglas actuales. Una reforma que incentivase las alianzas preelectorales (o, caso de haber dos vueltas, los pactos entre una vuelta y otra) reforzaría las alianzas basadas en afinidades ideológicas.

La izquierda no ha tenido hasta ahora un incentivo para presentar un frente común a unas elecciones; con la reforma propuesta, lo tendría.

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