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Percival Manglano

Por qué es radical el 'Tea Party'

¿Qué tiene el 'Tea Party' que tanto asusta a los biempensantes socialdemócratas amantes de la supuesta moderación y del centrismo?

¿Qué tiene el 'Tea Party' que tanto asusta a los biempensantes socialdemócratas amantes de la supuesta moderación y del centrismo?

Primero metió la pata afirmando erróneamente que el Frente Nacional francés apoyaba la reforma del aborto propuesta por el Gobierno de Rajoy. Luego, Rubalcaba acusó al PP de tener en su seno un Tea Party, "el ala más conservadora del Partido Republicano norteamericano". Para la izquierda española, el Tea Party se ha convertido en el súmmum de la radicalidad, la intolerancia y el fanatismo, muy por encima de cualquier dictadura comunista. ¿Por qué es esto? ¿Qué tiene el Tea Party que tanto asusta a los biempensantes socialdemócratas amantes de la supuesta moderación y del centrismo que, evidentemente, definen ellos?

Primero hay que saber qué es el Tea Party. No es fácil. Pese a su nombre, no es un partido político; sobre todo, no lo es en los términos españoles de una organización jerárquica con cúpulas dirigentes y afiliados dirigidos. De las 34 acepciones que tiene el término partido en el DRAE, la más relevante para la definición del Tea Party es la 5: "Conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa". El Tea Party es un movimiento, una colección de activistas sin cúpula, unas bases sin dirigentes, unos indios sin jefes. Los políticos afines al Tea Party no son sus líderes; son sus representantes. La disciplina del partido la imponen las bases. Toda una revolución para España, sin duda.

¿Y cuál es "la misma opinión o causa" que defiende el Tea Party? Tampoco es fácil saberlo. Su idiosincrasia es tan plural como su militancia. Ahora bien, el "conjunto de personas" nació en 2009 espoleado por cuestiones económicas (una encuesta en 2010 reveló que sólo un 14% de sus miembros consideraba que las cuestiones sociales eran más importantes que las económicas). Su nombre es revelador. Rememora el Boston Tea Party de 1773. Entonces, colonos americanos opuestos a un impuesto sobre el té aprobado por el Parlamento inglés tiraron por la borda un cargamento de la planta almacenado en navíos fondeados en el puerto de Boston. Demostraron así su rechazo a tener que pagar impuestos aprobados por representantes a los que no habían elegido (la cuestión, pues, no era sólo económica sino también de rendición de cuentas políticas). La mecha prendida en Boston acabaría alumbrando la Revolución Americana de 1776 y la independencia de los Estados Unidos.

Para dar cierta coherencia a las peticiones del Tea Party, la organización Contract from America invitó a sus miembros a elegir por internet sus ideas más importantes. Tras recibir miles de propuestas, sucesivas votaciones resultaron en un decálogo. Los políticos que quieren contar con el apoyo del Tea Party deben adherirse a él y su labor política es juzgada en función de su cumplimiento. A fecha de hoy, 82 diputados, senadores y gobernadores lo han firmado. El principal compromiso del decálogo es "proteger la Constitución", es decir, proteger los derechos de los norteamericanos frente a la intromisión de su Gobierno. Otras propuestas incluyen: impulsar una reforma fiscal que apruebe una ley que no sea más larga que la Constitución (asegurando así su simplicidad) o acabar con el despilfarro de dinero público a través de presupuestos con déficit cero y mayorías de dos tercios para aprobar cualquier subida de impuestos.

Es revelador que un movimiento activista que pide menos gasto público sea sistemáticamente tildado de ultra y radical. ¿De verdad es ultra el que los ciudadanos exijan compromisos y rendición de cuentas a sus políticos? ¿O que reivindiquen que la Constitución sea un instrumento para limitar y no para multiplicar el poder de los políticos? ¿Son las mareas ciudadanas dignas de elogio si piden más gasto público, pero peligrosas y radicales si piden menos? ¿Qué hay de radical en que los ciudadanos se organicen para decir "¡basta!" a la espiral del gasto público y a la intromisión de los poderes públicos en su vida privada? ¿Acaso nos creemos que hay alguna diferencia entre que los Gobiernos espíen comunicaciones privadas por internet o que impongan tasas Google, como si la intromisión en la intimidad o en el bolsillo de los ciudadanos no fuese fundamentalmente lo mismo?

Dicho esto, quizá tengan razón los socialdemócratas que con tanta ira denigran al Tea Party: nada hay más radical que una sociedad civil organizada libremente (sin subvenciones) para exigir al Estado que reduzca su tamaño y aligere su tutela sobre los ciudadanos. Y nada hay más reaccionario que unos socialdemócratas pretendiendo impedirlo.

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