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Percival Manglano

SATrapas de la solidaridad

Como tantas veces ocurre, los pretendidos defensores de los trabajadores son, en la práctica, sus peores enemigos.

Como tantas veces ocurre, los pretendidos defensores de los trabajadores son, en la práctica, sus peores enemigos.

"Estate quieto, chaval, que te vas a buscar un problema". El autor de estas palabras no es José Luís Torrente. Podría serlo, sin duda. Cuesta muy poco imaginar al zafio policía/delincuente cinematográfico espetándoselas whisky en mano a algún estafado que le reclama su dinero. Sin embargo, la frase es del secretario general del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Diego Cañamero.

La amenaza fue proferida por Cañamero al vigilante que intentó impedir el asalto solidario a un Carrefour sevillano hace unos días. Cañamero ha subrayado que el asalto se produjo "con toda la amabilidad del mundo", e insiste en el "simbolismo" y el carácter pacífico del mismo.

Las imágenes del asalto revelan a decenas de personas bastante poco preocupadas por el simbolismo de su gesta y centradas, más bien, en salir de ahí cuanto antes: véase cómo corren empujando los carritos con el material escolar sustraído (de hecho, su carrera recuerda a la de Torrente en Misión en Marbella después de haberle robado el bolso a una señora gitana con el dinero del premio de una tragaperras que considera suyo).

Es llamativo, también, el desprecio con el que los asaltantes lanzan los cuadernos y bolígrafos dentro de la furgoneta estacionada. Nadie verá jamás a un cliente de un Carrefour llenar su vehículo con los productos que acaba de comprar con tanta despreocupación por su integridad.

Y es que, pese a sus palabras, los saqueadores no valoran los productos que acaban de robar. No los valoran, claro está, porque no los han pagado. Pero no es sólo por eso. No les importan, tampoco, las necesidades de aquellos en cuyo nombre acaban de perpetrar el saqueo. Si les importasen, se preocuparían por que el material les llegase en buen estado y no roto o dañado, como, a la vista del trato recibido, les llegará.

Merece la pena, también, preguntarse si todo el material va a llegar a los necesitados. ¿Hay alguna garantía de ello? ¿O será su reparto, este sí, simbólico? ¿Cuál será el gasto administrativo –la comisión– que se llevarán los asaltantes?

Más aún: ¿qué criterios se usaron para elaborar la lista del material que se iba a robar? ¿Se preguntó a los más necesitados qué necesitaban, o se decidió por ellos? ¿Necesitarán los necesitados lo que se ha robado en su nombre?

Y, llegado el momento, ¿se hará el reparto prioritariamente entre militantes y afínes al SAT o no habrá ningún condicionante político para elegir a los beneficiados de la generosidad del sindicato?

Evidentemente, aunque se siguiese la segunda opción –cosa harto improbable, viniendo de quienes buscan politizar toda acción con el argumento de que hay que poner "la economía al servicio de las personas"–, esto no justificaría el asalto del SAT. Las continuas referencias de Cañamero a lo pacífico de su acción son la excusatio non petita que manifiesta la violencia ejercida.

Diez carros llenos de material escolar no se sacan de un Carrefour sin violencia. Puede que no haya violencia física –como la ejercida contra la cajera del Mercadona el año pasado–, pero por supuesto que apoderarse de lo ajeno y amenazar con que se "busca un problema" quien intenta impedirlo es violencia. Por ello, esperemos que la Policía detenga a los responsables del asalto cuanto antes.

Además, se ha ejercido violencia contra los trabajadores cuya labor permitió que el material escolar estuviese disponible en el Carrefour, privándoles de la fuente de sus ingresos. Si todo producto se roba, ¿de dónde va a salir el dinero para pagar los salarios de los trabajadores de las empresas fabricantes, de las transportistas o del propio Carrefour? Como tantas veces ocurre, los pretendidos defensores de los trabajadores son, en la práctica, sus peores enemigos.

Finalmente, uno de los aspectos más repugnantes de la acción es pretender que donar lo robado sea moralmente superior a donar lo comprado. Como si quien dona a Cáritas o a la Cruz Roja fuese un sanguinario cómplice de la explotación capitalista. El verdadero simbolismo de la acción de los miembros del SAT habría sido que pagasen el material que iban a repartir. Esto habría supuesto que sacrificasen una parte de lo suyo por el bien de los demás. Dar aquello que a uno no lo pertenece no es solidaridad; es SATrapía.

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