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Santiago Navajas

Revancha, utopía y ministras feministas

La utopía del feminismo de izquierda es la de una Humanidad sin rastro de masculinidad.

La utopía del feminismo de izquierda es la de una Humanidad sin rastro de masculinidad.
Irene Montero. | Cordon Press

El feminismo de la revancha se ha cobrado dos nuevas piezas esta semana. El proyecto de Ley Trans y una ley de inculpación a priori de los hombres. ¿Qué revancha? La de las mujeres sobre los hombres después de que hayan estado sometidas por el patriarcado durante miles de años, al menos desde el Neolítico. Para este feminismo radical, ser hombre es un pecado y solo el castigo puede borrarlo. Del mismo modo que para el socialismo de Largo Caballero cualquier burgués por el mero hecho de serlo era un adversario de clase, para el feminismo de Calvo-Montero cualquier hombre es un enemigo de género.

No hay revancha sobre el pasado que no se proyecte en una utopía sobre el futuro. En este caso, la utopía del feminismo de izquierda es la de una Humanidad sin rastro de masculinidad. El Nuevo Hombre no es más que un simulacro de mujer, cuando no directamente un esclavo de la condición femenina. Ya en 2005, Soledad Murillo, una de las ideólogas del feminismo revanchista, reconoció que planteaban una disyunción entre el derecho a la presunción de inocencia, que favorecería sobre todo a los hombres, y el derecho a la vida, respecto al cual las mujeres serían las principales damnificadas. Entre la Revancha y la Utopía, el feminismo de género no es sino un caballo de Troya del enésimo asalto al Estado de Derecho por parte de la izquierda. Ayer atacaron la democracia liberal por ser "burguesa"; hoy la tratan de destruir por ser "heteropatriarcal" (en Estados Unidos han comenzado a amenazar los fundamentos de su Constitución por ser de "raza blanca").

Tras la Ley Trans y su subjetividad descorporeizada, se suma al mito de la tabla rasa en filosofía de la mente la práctica de los avatares virtuales en los juegos tecnológicos. En ambos casos lo que late es el rechazo al principio de realidad y la incapacidad de gestionar un yo robusto. El mito de la tabla rasa se desdobla hoy en el mito de la identidad virtual y el mito de la realidad aumentada. En las nuevas generaciones se ha producido un repliegue a la subjetividad digital, donde uno puede cambiar sin límites y sin coste de sexo, raza, especie… La realidad aumentada es en realidad una realidad basura, un simulacro de la realidad, retocada para que parezca más apetitosa y, sobre todo, más fácil de adquirir. Como la comida basura es un peligro en cuanto no se asume su complementariedad y simplicidad respecto a la realidad de verdad. La posidentidad, la posrealidad, la posverdad, en definitiva, la posmodernidad, es una patología del humanismo ilustrado, moderno y liberal. Consiste en la sustitución de dios o la naturaleza por un yo que se cree omnisciente, omnipotente y autocreador.

Entre el yo como avatar y la revancha como psicosis feminista, la utopía socialista aparece una vez más como distopía antihumanista, antiliberal y antidemocrática.

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