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Serafín Fanjul

Las monjas como pretexto

La salida razonable es que todas las mujeres presenten las fotos de sus documentos sin añadido alguno en la cabeza. No creo que las monjas, ni la Iglesia Católica, opongan a estas alturas objeciones serias a una medida así,

La relación del pueblo español con el clero católico (otro no hubo durante muchos siglos) y en general con las personas muy imbricadas con la Iglesia ha sido contradictoria, pasando de la veneración personal al asesinato en masa con frecuencia pasmosa: es bien conocido el adagio de que los españoles van siempre tras de los curas, en procesión o persiguiéndolos a gorrazos. Y más que gorrazos. Las causas históricas y todo el entramado de psicología social que han propiciado tan desmedida fijación son bien conocidos y no hace al caso repetirlos aquí. Como quiera que sea, el hecho incontrovertible es que los religiosos (y religiosas: aquí viene bien la marca de género) han sido beneficiarios excesivos del respeto y adoración colectivos, o injusto chivo expiatorio de frustraciones y rencores. Ha sido así.

Viene este recordatorio a propósito de una finta escapista perpetrada en los últimos tiempos por gentes socialistas o pertenecientes a ese confuso, difuso y profuso conglomerado autotitulado "de izquierdas". A nuestra irrenunciable Bibiana, con su simplona declaración sobre las pañoletas moras, han respondido varios prebostes del socialismo en el sentido que más abajo señalamos. Desde que se lo oí hace un par de años a una mindundi del arabismo –a golpe de dedo enchufadita en algún Ministerio– no han parado de repetirlo como quien encuentra petróleo, la piedra filosofal o el huevo de Colón: no se puede exigir a las musulmanas que se descubran la cabeza (por ejemplo, para identificar el color del pelo) para fotografiarse en cédulas de identidad, pasaportes, carnés diversos, porque no se hace otro tanto con las monjas católicas, lo cual resultaría discriminatorio. Y se quedan tan anchos.

De tal suerte, ya pueden escapar de enfrentarse al problema de fondo: una comunidad religiosa determinada –y creciente en número de forma llamativa por la inmigración– incumple descaradamente una norma elemental de convivencia como es someterse a la identificación administrativa. Y no entramos en los aspectos morales, éticos, estéticos o de otra índole que deberían afectar a quienes se dicen progresistas, feministas y no sé cuántas –istas más. Ni tampoco incurriremos en el error habitual de periodistas, politólogos o expertos varios que pululan por los medios de comunicación, consistente en meterse en el terreno preferido de los musulmanes: enfangarse en la tontería de discutir si Mahoma hacía o no velarse a sus mujeres, que no fueron pocas; o si la exégesis coránica, con sus problemas de interpretación de léxico, permite o no que las féminas vayan descubiertas (según Corán, 33 – 59, no).

Es decir, caer de hoz y coz en el huerto de los pietistas islámicos más recalcitrantes, donde se mueven como peces en aguas bien turbias, enlodadas con montañas de citas y embrollada hasta las cachas cualquier racionalidad, con el dedo apuntando hacia el cielo, porque, en definitiva, todo esto procede de Dios. O de Allah, como prefieren decir ellos. Un estado aconfesional –como todavía es el nuestro–, o laicista militante –como pretenden los chicos del PSOE– no puede adentrarse en el berenjenal de discutir la doctrina y creencias de una fe cualquiera, sino promulgar –y ojo, hacer cumplir– unas normativas que valgan para todos, respetando cuanto haya de razonable en cada una de las distintas confesiones.

Y aquí llegamos al carácter axiomático de lo "razonable". ¿Qué es razonable para unos u otros? Pregunta imposible de contestar en términos absolutos. Como no hay modo de ponerse de acuerdo sobre nada con alguien movido por el fanatismo religioso, no queda más remedio que aplicar los criterios, pautas y normativas de la sociedad en cuestión, en este caso la nuestra. En numerosos países musulmanes (casi todos) no es razonable que las mujeres anden fumando por la calle, en short y con escotes de vértigo. Es un punto de vista discutible pero que se debe respetar mientras esas sociedades no evolucionen y ésa sea la costumbre: algunas progres hispanas, persuadidas de que el mundo entero es Malasaña, han tenido y seguirán teniendo crudos disgustos al respecto. Como tampoco es nada razonable que en un carné de conducir (lo he visto) la mora en cuestión, si de verdad es ella y no su primo Muhammadit, aparezca con la cara completamente cubierta por un velo negro. No con pañoleta, con velo. Es de chiste. Y soslayamos las divertidas casuísticas de distinguir entre hiyab, niqab, burqu’, litam, shador, etc., otro de los entretenimientos de periodistas que acaban de descubrir tan exóticas palabras.

Pero volvamos a las monjas y su supuesto trato de favor. Si hasta la fecha se les ha dispensado una consideración especial de tratamiento (hablarles de usted en un país tan mal educado como el nuestro; o llamarlas "madre"; o cederles un plus de respeto en términos generales) ha sido como reconocimiento colectivo al sacrificio de sus vidas y a los destacadísimos servicios que prestan a la comunidad (si no es por amor y entrega a Dios, ya me contarán ustedes qué enfermera se dedica a cuidar leprosos, mongólicos o sidosos terminales). Pero esto no es todo. Cuando los progres, tan feministas ellos, defienden la pañoleta de las moras argumentando con las tocas de las monjas, están ignorando adrede que ni todas las órdenes han funcionado –y funcionan– por igual, ni en la actualidad la tendencia sea a mantener el tocado de cabeza, sino muy al contrario. Han desaparecido las formas más exageradas, que eran pocas, y son infinitas las monjas que no llevan nada o que han reducido a la mínima expresión el vestigio de velos y tocas.

Mas tampoco ése es el argumento decisivo. En vez de igualar a la baja, pudriendo la vida de todos, eterna solución de la "izquierda", y en este caso fomentando la generalización de velos y pañuelos, la salida razonable es que todas las mujeres presenten las fotos de sus documentos sin añadido alguno en la cabeza. No creo que las monjas, ni la Iglesia Católica, opongan a estas alturas objeciones serias a una medida así, por no constituir la toca dogma alguno ni principio básico del cristianismo. Y en franco retroceso, como decimos. ¿Lo aceptarían los musulmanes con la misma naturalidad?

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