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Serafín Fanjul

Moro bueno, moro malo

Nadie explica –porque no saben y porque no pueden– en qué consisten las diferencias entre extremistas y moderados (si acaso se sobrentiende que unos son violentos y los otros no, como mucho), pero la figura del moro que nunca existió es útil.

Absortos como estamos en los crudísimos conflictos nacionales, hemos ido soslayando otros asuntos que también nos conciernen (y mucho), bien por su proximidad geográfica, bien como parte del problema global que el islam significa en el conjunto de la humanidad mientras los fieles de esta religión no se limiten a lo razonable: practicarla y difundirla pacíficamente y en convivencia respetuosa con las demás, operando dentro de sí procesos similares a los que vivió el cristianismo que, en otros tiempos, también fue impositivo, pero supo desarrollar vías de actuación más acordes con su propio mensaje evangélico.

Como la evidencia de lo que hay –dentro y fuera de Europa– resulta demasiado indigerible y bronco, los políticos occidentales (más sus periodistas y gentes de la cultura) han inventado, o más bien resucitado, la figura del moro de paz, o el buen moro, que ya tenemos presente en el Romancero, en las novelas moriscas y, no digamos, en la corriente romántica. Frente al moro "fino" (en el sentido de astuto) o el moro de guerra, la literatura crea el buen moro, para poder tratar con él, al menos a través de la ficción y la lectura. No creo que Rodríguez (et alii) se haya inspirado en estas exquisiteces literarias para su Alianza de Civilizaciones, por razones demasiado obvias –es dudoso que lean una línea de nada–, pero sí está claro que han inventado otra suerte de moros de paz en la dicotomía, que tanto repiten, entre islamistas "radicales" y musulmanes "moderados". La vitola se distribuye de forma por completo arbitraria, según conveniencias oportunistas de tiempo, lugar o circunstancias inmediatas de lo más rahez, lo que nuestros políticos denominan "cintura", vaya.

Nadie explica –porque no saben y porque no pueden– en qué consisten las diferencias entre extremistas y moderados (si acaso se sobrentiende que unos son violentos y los otros no, como mucho), pero la figura del moro que nunca existió es útil para usarla como interlocutor imaginario en las ininterrumpidas concesiones y abandonos que se obsequian a los otros, los de verdad. Lo cual no significa que no haya musulmanes tranquilos y pacíficos, sino que como categoría política tal personaje es inencontrable. Los musulmanes son los primeros en burlarse –no ante los medios de comunicación occidentales– de tales piruetas enmascaradoras, tomándolas como lo que son: escapismo y cobardía de una clase política (no sólo española) especializada en negar la realidad para ir tirando unos añitos más. Y quien venga detrás, que arree.

Pero los tratadistas y pensadores musulmanes siguen su camino impertérritos, ignorando y despreciando a estas multitudes de europeos de perfil. Y va el botón de muestra: veo un libro (La deuxième Fatiha, l’islam et la pensé des droits de l’homme, Presses Universitaires de France, 2011) del tunecino Yadh Ben Achour (Universidad de Túnez) y no puedo por menos que agradecer al autor que nos ayude a refrescar la memoria. Traduzco:

"El error sería imaginar que el salafista es un pobre descarriado en la historia del islam. Dejemos de creer en la aberrante teoría que pretende que el salafista no representa al islam o que es el hijo maldito de la familia. Es forzoso recordar que no le faltan coherencia, poder de convicción y persuasión. Tras él, para sostenerle, se alinean los ejércitos del pensamiento religioso, con líderes de gran categoría: al-Ash’ari, Shafi’i, Ibn hanbal, Baqillani, Ghazali, Ibn ‘Asakir, Subki, Ibn Taymiyya [grandes tratadistas del islam de distintas épocas y países: yo añadiría otros bien conocidos por cualquier musulmán ilustrado y más cercanos, como Muhammad ‘Abdoh y al-Afgani]. Tras él, una tradición triunfante a lo largo de los siglos sobre enemigos, herejes, librepensadores, poetas malditos, filósofos. Ante él, bajo su estandarte, en el mundo entero, pueblos que en bloque se movilizan en defensa de la integridad de su fe. Estados y gobiernos se movilizan para servirle. La santa alianza nunca dispuso de una fuerza tal (...) La versión integrista representa una interpretación posible del texto fundador mismo así como de su expresión en la historia. Este punto de vista sería incluso el más próximo a la verdad del texto. Pero lo más importante es ser conscientes de que las diferencias entre los salafistas y los demás son más aparentes que reales. De ahí viene el más grave malentendido. Es necesario, en consecuencia, recordar las coincidencias en lo fundamental, únicamente con discrepancias en la acción política concreta entre este islam integrista y el islam ‘de todo el mundo’..." (pgs. 175-179).

El ejemplo es sólo una gota: esperemos que no termine ahogándonos a todos.

Nota bene: Gracias por los mensajes de apoyo: ustedes animan a seguir.

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