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Zoé Valdés

Castrista de conveniencia

La señora Mitterrand fue en extremo castrista, hasta su muerte, pero no creo yo que lo haya sido de gratindey, como decimos los cubanos. Al menos, no exclusivamente de manera altruista.

Conocí a Danielle Mitterrand de muy cerca, en Francia, a mediados de los años ochenta, y luego tuve la oportunidad de reunirme con ella en varias ocasiones en La Habana, a mediados de los noventa, durante los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano. Danielle Mitterrand no tuvo un amor a primera vista con Castro ni con el castrismo. Danielle Mitterrand fue penetrada de manera muy inteligente por el castrismo a través de Alfredo Guevara y de personas de su entorno, y ella se dejó penetrar por conveniencia, utilizando a jóvenes pintores de la llamada Generación de los Ochenta, sin que ellos lo percibieran, para sus fines políticos.

A través de la galería parisina Le Monde de l’Art de Raphaël Doueb, quien tenía una relación muy íntima con la primera dama francesa, Danielle Mitterrand entró en contacto con el que era en ese momento el embajador de Cuba en la UNESCO en París, Alfredo Guevara, amiguito más reciente, por cierto, y salvando las distancias, de Leyre Pajín. Le Monde de l’Art trabajaba con pintores rusos, chinos, y quería empezar a trabajar con los pintores cubanos de la generación de los ochenta, los equivalentes a un Miguel Barceló y a un Jean-Michel Basquiat. A esos jóvenes se les invitó a París, y una selección de ellos fue expuesta en esa galería, y en la de la rue Guénégaud, también propiedad de Doueb. Algunos de esos artistas se quedaron a vivir en Francia, a cambio no podían manifestarse en contra del castrismo, y también se les privilegiaba con el alquiler que le ofrecía en uno de sus inmuebles el inmensamente rico Doueb. Sé todo esto porque uno de esos pintores me ofreció albergue en su apartamento, uno de los que él ocupaba, cuando llegué yo a París, y luego me presentó a Doueb en persona, quien me alquiló el entresuelo, en un espacio muy reducido, donde había vivido su hija, enferma por aquella época. Los pintores cubanos pagaban a Doueb con obra, y Doueb los representaba y exponía y vendía sus cuadros.

Danielle Mitterrand entonces puso la Fundación France Libertés respaldada con su nombre y sostenida desde el gobierno, en función de "apoyar a Cuba". A través de su fundación y mediante la vía de Alfredo Guevara fue que ella entró en contacto con Fidel Castro. Fidel Castro hizo lo indecible por seducirla, en el buen sentido (si es que alguna vez el dictador ha tenido un buen sentido para algo) de la palabra, conociendo, lo que no dudo, los problemas matrimoniales de la pareja presidencial, por ambas partes. Problemas revelados por la prensa francesa posteriormente.

Pero Danielle Mitterrand, que era una persona excesivamente callada, jamás hablaba, por ella hablaba su secretaria o su mano derecha, la señora Anne Lamouche (a la que los cubanos le habían endilgado el mote de Anita La Mosca), y a través de ella se conocían, de manera muy a la francesa, por tercera mano y en biais, los intereses de la primera dama en Cuba. Esos intereses al parecer no fueron pocos, se dijo aquí y allá cuáles habían sido esos intereses, desde hoteles por construir (Fidel Castro jamás le dio el permiso y ella se lo reprochó indirectamente en uno de sus libros, como tampoco le dio la mano en una de sus últimas visitas a Cuba), hasta la fijación obsesiva con las obras de arte, y con objetos de valor histórico que, al parecer, personajes que la rodeaban perseguían poseer. No se sabe si esto fue cierto o no, y tampoco si es verdad que los aviones repletos de medicamentos que ella donó a Cuba, así como los pollos Alicia Alonso (así se burlaba el pueblo de a pie de aquellos pollos de dieta, que eran tan flacos y se veían tan desnutridos, que la gente les puso el nombrete de la bailarina clásica más célebre de Cuba, también archi-castrista), pollos propiedad de Gérard Bourgoin, el Rey del Pollo en Francia, y la lista de presos políticos que ella entregó a Castro demandando su liberación, liberación que le fue concedida, no se sabe si todo eso tuvo que ver con algún intercambio extra oficial como se regó entre corredores. Tal vez no se sepa nunca ni se verifique nada hasta el fin del castrismo.

Madame Mitterrand ha muerto y se ha llevado varios secretos a la tumba. Lo que todo el mundo vio, sin embargo, fue el beso ostentoso que le sonó a Fidel Castro en la mejilla, y el que tanto repudió la prensa francesa, cuando Mitterrand lo invitó a Francia. Invitación que negoció ella personalmente. Por cierto, durante su estancia, y visita al Louvre, el viejo dictador se atrevió a preguntar cuánto costaba La Gioconda, a lo que uno de los ministros de la época, Jacques Lang, con los ojos desorbitados respondió: "Incalculable, incalculable".

Aunque en varias ocasiones coincidimos en embajadas en Cuba, y en recepciones, y estuvimos sentadas una al lado de la otra, yo en calidad de subdirectora de la Revista Cine Cubano, e incluso hasta hablamos de los presos políticos Jorge Crespo y de Marco Antonio Abad, los jóvenes artistas y cineastas presos que ella ayudó a liberar, y por supuesto, dije lo que pensaba, así como se lo dije a Anne Lamouche; pese a eso, más tarde ella apenas me reconocería públicamente.

Después de quedarme definitivamente en París y que coincidimos en varias emisiones de televisión, una de ellas de Bernard Pivot, la señora Mitterrand hizo como que no me conocía, ni tenía idea de quién yo era. Su asistenta, muy solícita al principio, en cuanto empecé a hacer declaraciones políticas anticastristas a la prensa me cortó la palabra y nunca más quiso recibirme. Cuando Fidel Castro visitó Francia, Doueb vino a comunicarme que el ministro de Exteriores, el posteriormente destituido deshonrosamente, Felipe Pérez Roque, le había exigido que me expulsara del entrepiso que yo alquilaba a un precio bastante caro; por suerte, pese a mis aprehensiones, las que todo exiliado padece en los inicios, supe responder como se merecía, y él tuvo la delicadeza de aceptar mi punto de vista y corregir su error.

Sin embargo, Madame Mitterrand siguió siendo empedernidamente castrista, aunque sospecho que por conveniencia. En uno de esos programas de televisión, coincidimos en la presentación de su libro y el mío. En el de ella había un capítulo por primera vez medianamente crítico en contra de Castro: le reprochaba que apenas la hubiera saludado en su última visita a La Habana. Pero cuando nos referimos a la represión, a disidentes, a periodistas, a las persecuciones de los homosexuales, ella negó rotundamente que esto ocurriera porque "fíjese usted", señaló a Pivot, "que el mejor amigo de Castro es un homosexual". Se refería a Alfredo Guevara, quien jamás ha confesado públicamente su homosexualidad, y quien, para todos es sabido, no es precisamente, ni fue nunca, por muchísimas razones, el preferido de Fidel, aunque sí el de Raúl.

Danielle Mitterrand exigió en las pasadas elecciones presidenciales, ante el rotundo fracaso de los socialistas, que debían de ser más firmes como socialistas, esa firmeza sospechosa, rayana en el comunismo; insistió en que debían ser más de izquierdas y dejarse de juguetear con la derecha. Esa misma premisa se la había expuesto ella a Lionel Jospin cuando perdió ante Jacques Chirac, y a otros... Sus palabras en el programa televisivo de Laurent Ruquier sonaron con un eco temible en medio de un silencio estremecedor que le hizo el público compuesto mayormente por jóvenes.

Sí, la señora Mitterrand fue en extremo castrista, hasta su muerte, pero no creo yo que lo haya sido de gratindey, como decimos los cubanos. Al menos, no exclusivamente de manera altruista.

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